"El 40 por ciento"

José Ignacio Cabrujas /Julio de 1991
Circula en estos días una sandez disfrazada de acusación, y producto evidentemente de un falto de oficio, según la cual los diplomáticos nacionales son en un delicado cuarenta por ciento, gente más bien prepóstera y aletera, de conducta sexual no convencional, vale decir, homosexuales, pederastas, garzones, sodomitas, nefandarios, uranistas y alguno que otro maricón de semáforo, que no es lo mismo ni se escribe igual, puesto que como se sabe homosexuales en la honra de la palabra eran Shakespeare, Sócrates y Leonardo Da Vinci o Lucino Visconti, Oscar Wilde y Julio Cesar, y no cualquiera que tenga inquietud en las manitos.
Lo primero que se me ocurre destacar es que de ser cierta la estadística publicada por nuestro machazo denunciante, contradice lo que durante muchos años tenía yo por certeza, esto es, que el servicio diplomático nativo está conformado por un discreto setenta y cinco por ciento de ciudadanos homosexuales, cifra que, en todo caso,  me parecía,  aparte de civilizada, modesta y decorosa. Pero la aparición de un dato redondo del cuarenta por ciento, amerita del analista (en todos los sentidos de la palabra) que lo ha consignado en los medios, una necesaria explicación, vale decir, ¿cómo diablos asevera él, que hay un cuarenta por ciento de mal entretenidos en nuestros servicios exteriores? ¿Simple comprobación personal? ¿Rigurosa investigación de campo? ¿Azar experimental? ¿Una encuesta de Don Miguel Bello y Asociados? ¿Boleo al ojo? ¿Un maricómetro portátil? Lo pregunto, porque esto del cuarenta por ciento suena a número que pretende ser exacto.
Si el acusador hubiere querido denunciar que en la Cancillería venezolana hay parguetes como arroz, bien podría haber hablado de un cincuenta por ciento, a modo de ejemplo,  y para darse a entender, o de un poquito menos que el cincuenta por ciento, si quería que el péndulo oscilase a favor de los homosexuales, pero esto del cuarenta por ciento, limpio y estadístico a mi me suena extraño. Digo: ¿Por qué el cuarenta por ciento? ¿Por qué no el 39, 6 por ciento?, o el 42,5 por ciento? ¿De dónde le consta a nuestro vernáculo que se trata del cuarenta por ciento sin más vaina?
Y luego ¿cómo asegurar si en el malhajadado 40 por ciento, no habrá por ejemplo, un modesto 7 por ciento de ciudadanos masculinos, activos y en forma, a los cuales les ha dado simplemente por alzar un poquito los codos y usar papier poudré, lo cual sería en todo caso síntoma de exquisitez, o de conducta un tanto alborotada, pero de ninguna manera constatación de una sexualidad bujarra en ejercicio?
Pero más aun, ¿cómo sabe nuestro acucioso sexólogo de exteriores si en ese 40 por ciento de botadores de segunda o de pasadores de aceite, no habrá un 11,3 por ciento constituido por funcionarios que en algún momento de su vida probaron la cosa y no les gustó por difícil, gente de un momento errático, lo que llama Freud imprecisiones de localización erógena, esto es, un 11,3 converso, gente que se dejó de eso, puesto que para declararse homosexual cotidiano, hay que ser bien macho, si se mira bien el asunto?
Lo fundamental en todo caso es preguntarnos dónde radica la molestia y qué es lo que se trata de denunciar con semejante aspaviento, puesto que un promedio de invertidos, cualquiera que fuese, no constituye en si mismo motivo de la menor alarma. Por mí como si el inspector de alcobas hubiese dicho que en el cuerpo diplomático hay un 23 por ciento de enanos. Nadie me dice nada con eso, aparte de lo pintoresco del dato y el comentario inmediato: caramba, qué cantidad de enanitos hay en el consulado de Ankara! La homosexualidad, Moisés aparte, no descalifica a quien la asume, ni invalida a los agregados comerciales o a los veterinarios o los parceleros de soya en Anzoátegui. La homosexualidad es una conducta intima como cualquier otra y hay que ser bien rural y bien 1922 en Elorza como para andar de metiche echándosela en cara a la gente. Existen personas que gustan de hacer el amor disfrazados de tortugas Ninjas, y parejas que no funcionan de  no escuchar en pleno asunto la Sinfonía Heroica de Beethoven. Hay quien se entretiene a puñetazo limpio y quien se refocila en el agua porque no le gusta el tierrero y quien ha descubierto que todo va mejor con un par de botas de sargento nazi. Hay quien ensaya noche tras noche el amor de trapecio, o la bicicleta voladora y quien no reacciona sino en presencia de un doberman o de un osito panda o de un galápago ecuatoriano. Hay quien exige como escenario del ruqui-ruqui, un frigorífico o una tumba egipcia y quien se va a la cama con un bote de Chinotto asegurando que es champaña. Cada quien con su sayo.
Platón, entre tantas vainas, aseguraba que la homosexualidad pura, la conducta del macho raigal, era algo propio de los alcornoques o de los mostrencos, y su palabra vaya adelante, porque en esta materia todo lo que se diga, el griego de los Diálogos incluido, no es mas que paisaje y ganas de meterse en lo ajeno o de hablar aguado. La homosexualidad como exposición al mundo, como escogencia elemental del deseo, produjo en el caso de Shakespeare, los mas hermosos poemas de amor que algún británico haya escrito jamás, sin que saliese ningún energúmeno a hacer chistecillos o a saludar  al poeta de Stradford en la calle Oxford, diciéndole ¡Ay, papá! ¡Se perdieron esos reales!
Muy otra cosa sería si el comisario escandalizado nos asegurara que estos funcionarios de la Cancillería son, además de homosexuales, ladrones o gente de conducta perversa, o que algún mariposón en la Embajada de Venezuela en Teherán, de dio por pellizcarle el trasero a un ayatolah, o al agregado comercial de Libia, exponiéndose a una declaración de guerra o enajenándonos la voluntad de la OPEP. Entonces uno diría, con toda razón, que el diplomático del incidente además de homosexual, que es algo de cédula, es un irresponsable o un terrorista de exteriores.
Lo que no se puede, entre otras razones porque enturbia el juicio y nos hace quedar en ridículo, es aseverar a la manera de este compatriota, que en las representaciones diplomáticas del país se trafica con drogas, se venden secretos nacionales, se expenden visas sin mirarle el pasaporte o la intención a cuanto chino pague cinco mil dólares  y se da de rebatiña y cuarenta por ciento el que te conté, porque el que te conté no tiene nada que ver ni con visas, ni con el Cartel de Medellín, ni con secretos del gobierno democrático. Si en nuestras embajadas y consulados existen mulas que en lugar de incrementar la exportación de alambre, y llevar consigo unos rollitos de muestra, utilizan la valija diplomática para distribuir perico, es un problema policial de extrema gravedad que en todo caso compete a la policía local, o a la INTERPOL  o a la DEA. Si nuestros cónsules han montado aparte un duty free de visas y pasaportes, para aumentar el consumo de lumpias y chop suey a nivel nacional, la obligación del ministro Durán es destituirlos y esperarlos con una comisión de la PTJ en el tunelcito del avión. Si a nuestros embajadores les ha dado por vender secretos de Estado, habrá que reprenderlos por mentirosos y farsantes, porque, yo creo que este país tenga ningún secreto que vender, como no sea la receta del Ponche Crema o la fórmula del ex presidente anterior para administrar tan bien su sueldito. Pero esto de salir de boca floja con lo del cuarenta por ciento gay, no tiene nada que ver con los expedientes anteriores.
Homosexuales hay en todas partes y no se estudia diplomacia por zandunguero o mañoso. El cuarenta por ciento, si a aventurar vamos, podrá extenderse a otros oficios, podrá medirse en el Congreso o en el Colegio de Bioanalistas o en los partidos políticos o en el Club de Propietarios Hípicos. Hay quien cree que todo desempeño humano que requiera buen trato y modales, la visión más cliché, mas infamante de la conducta femenina, pensando que el pargo, por amanerado es dama, y la dama, por mujer, chismosa, frívola y sin hondura.
A semejante género de prejuicios pertenece esta inverosímil campaña. Nuestra Constitución no consagra la heterosexualidad como un ideal humano. Ni si quiere se refiere a ella, de tan natural que le parece. Pero si establece que es derecho de las personas vivir como les plazca con tal de no afectar al resto de los mortales. Bastantes desgracias nos causan la corrupción, la ignorancia, la ineficacia o la simple desidia, como para  andar ahora exigiéndole a cualquier aspirante a cónsul, o a cualquier trabajador del Estado, una experticia de esfínteres. No nos vaya a pasar que la población  se reduzca en un cuarenta por ciento.
Me contó un día Salvador Garmendia, de una visita del gran Jorge Negrete, el charro inmortal, a Barquisimeto, allá por los años cuarenta. Llegó el hombre con su mariachi y un ciudadano de apellido Peralta, habitual del botiquín Noches Larenses, apostó  dos botellas de brandy a que él era capaz de agarrarle el trasero al protagonista de El Peñón de Las Ánimas, lo cual, ciertamente era una empresa difícil y arriesgada. Se aceptó la apuesta, y al día siguiente, cuando Negrete avanzaba en medio de una multitud del Hotel Lara al teatro donde iba a presentarse, Peralta se integró al tumulto y consiguió su cometido, esto es, pellizcarle una nalga al ídolo. Lo acompañaban tres testigos en tan insólito despropósito, y a la noche siguiente, dieron fe bajo juramento en el botiquín, de la proeza de Peralta.
Y desde ese momento hasta el fin de su vida, Peralta pasó a la historia de Barquisimeto por haber sido el único hombre capaz de tocarle el culo a Jorge Negrete. Ninguna otra obra hizo, ninguna otra fama tuvo.

¿No será el denunciante del cuarenta por ciento, pariente de Peralta?

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