Viendo el "Titanic" desde el Imperio


Oliver finalmente abandonó el barco en uno de los botes salvavidas que se desprendieron con la última sacudida provocada por el impacto del gigantesco iceberg. Algunas ratas somnolientas habían saltado también de las despensas de trigo cuando murió el capitán Mortadela y otros tantos se aprestaban a desertar en yates de gran calado  para ponerse a salvo de la tragedia. Los músicos del "Titanic" parecían absortos ante la inmensidad de la catástrofe, y continuaban sus cánticos a pesar que se habían suspendido la iluminación, el agua, los alimentos y los ansiolíticos. Esos privilegios solo continuaban disfrutándolos unos pocos pasajeros que no terminaban de despertar de la resaca del "Festín de Baltazar" que había cundido las mil y una noches que antecedieron la tragedia y los más recalcitrantes miembros de la tripulación que acompañaban al mequetrefe que suponía seguir siendo el Capitán de la nave a pesar que había demostrado hasta la saciedad no tener méritos para navegar ni una chalana. Este solo atinaba a decir incoherencias por los parlantes para justificar la calamidad que soportaba la embarcación, atribuyéndosela a sus enemigos de otros barcos circundantes de bandera extranjera a quienes les reprochaba sus poderes extrasensoriales, que en su esquizofrenia suponía provocaban las turbulentas olas que sacudían las estructuras destartaladas del otrora invencible barco. En popa un osado joven marinero, poseído por el valor que le habían insuflado unos compañeros de farra de las noches anteriores, apuntalado por algunos mensajes de radio venidos de los capitanes de supuestas naves vecinas, se había soliviantado, atribuyéndose la capitanía de la nave en situación de desmadre y curiosamente una abigarrada multitud como atraída por cantos de sirena y embelesada mas por el terror, que por el incomprensible estribillo del Cid Campeador, daba rienda suelta a sus solícitos mensajes a las estrellas del firmamento.

Muchísimos pasajeros y contados marineros le atendían sus arengas, a pesar de que su lenguaje medio bobalicón no despertaba entre los más serenos sino mayor incertidumbre.
A todas estas,  el hundimiento de la nave lucia indetenible, pero en estribor un grupo de aprendices de brujo invocaban espíritus maléficos afroamericanos sugeridos desde la radio de un diminuto barco proveniente del Caribe, que comandado por piratas había logrado salir del último encalle gracias a un botín de oro negro recibido del Titanic,  que lograron comercializar cuando el estrafalario capitán "Mardito" ("coñodetumama" le decían los mas confianzudos) ocupaba el puesto de segundo de a bordo. Desde entonces su bitácora había sido sustituida por los mensajes radiales que recibía constantemente de los barbudos piratas que desde hacía 50 años operaban a sangre y fuego el insignificante barco negroide. 

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