Caracas a mis 60
El pasado 10 de diciembre cumplí 60 años. Fue un momento oportuno para
hacer un balance de la vida, los arboles sembrados (es un decir), los libros
escritos, los hijos procreados y formados; los grandes momentos de felicidad y
de logros alcanzados, así como también los trances de tristeza y de dolor. El
resultado es halagador, a pesar de que los últimos 15 años este infame gobierno
se ha empeñado en hacerle a la clase media una pesadilla la existencia y muchas
familias -entre esas la mía-se han dispersado ya que sus hijos o hermanos
jóvenes han emigrado a otros países buscando no tanto el "sueño
americano", sino mas bien conciliar el sueño donde no les atormente la
inseguridad, donde puedan comprar lo que necesitan sin someterte a una
humillante e infame cola o simplemente donde puedan optar a una oportunidad de
trabajo sobre la base de sus estudios y conocimientos y no en virtud de su vocación de
súbdito o de su disposición a una lealtad humillante.
60 es una edad donde la necesidad del descanso y la tranquilidad tienen -en
mi criterio- prioridad sobre la conveniencia de generar riqueza. La salud es
más importante -a mi juicio- que el proyecto de dejar una herencia financiera a
los hijos; en ese tema estoy con la tesis de enseñarles a pescar más que darles
el pescado y mucho menos darles la pescadería.
Lo que no imaginaba era que iba a
iniciar mi edad de pensionado víctima de una secuela de hechos violentos o de
inseguridad propios de la Caracas de ahora. En efecto, el jueves 11 de
diciembre en la mañana, de camino a la estación Miranda del Metro en Santa
Eduviges, fui abordado por una pareja de motorizados, quienes pretendían que
les entregara mi celular (Samsung) o "te disparamos" me dijeron. Yo
les miré buscando donde llevaban el arma y como no les vi ninguna, a pesar del
aguaje que hacían de esconder algo en sus chaquetas, me dije, si la
tuvieran me la mostrarían como me ocurrió hace años en los alrededores del
Centro Médico de San Bernardino. Al convencerme que no tenían arma alguna, mi
instinto me ordenó correr en el sentido contrario de la moto y escabullirme por
entre los carros estacionados en la acera. Ellos insistían en su aguaje de
dispararme, pero al ver que este “viejito” se les esfumaba con cierta habilidad
-que atribuyo obtenida en mi ejercicio del tenis- en presencia de los
transeúntes perplejos, abandonaron su fechoría. Después algunos amigos y
familiares cuestionaban mi arrojo por un celular. De verdad que uno nunca sabe
cómo va a reaccionar ante una amenaza de este tipo y puede que tenga una
respuesta preparada que no comporte riesgos, como sería entregar sin dudar la
prenda requerida. Pero de verdad que mi osadía obedeció al hecho de que tengo
cierta sangre fría para estos eventos y suponerme asaltado por un par de estúpidos
sin arma me pareció mucho más estúpido.
El sábado 13, después de retirarme de una parrillada con mis compañeros
del tenis para despedir la temporada en el Club de El Cafetal, me dirigí a
Sabana Grande a visitar a mi madre en la calle Negrín y antes de llegar al
conjunto residencial me detuve a comprar pan, al salir y caminar unos pasos fui
sorprendido por un tipo de cierta corpulencia que me sujetó por un brazo y a la
fuerza pretendía que le entregara mi reloj (un TAG Sport), inmediatamente observé
que el sujeto solo se valía de su fuerza para someterme y me reacción se
repitió, solté la bolsa de pan y le asesté un solo coñazo (perdón puñetazo) en
la cara, que hizo aturdir al elemento por los segundos suficientes para que yo
pudiera emprender una súbita carrera hacia la entrada del edificio y perderme
de su vista. Yo no lanzaba un puño desde mi adolescencia en el Liceo y si bien
soy fanático del boxeo desde muchacho, creo que mi reacción ante el malandro
estuvo estimulada por el efecto de las cervezas que me había tomado en la
parrillada. A las horas bajé para marcharme, con la mano completamente
inflamada por el impacto y salí a recorrer farmacias para buscar “Sal de
Higuera” que en agua caliente es el mejor antídoto para este tipo de lesiones.
No fue fácil conseguir el medicamento como suponía, pero ya estoy mejor y
convencido que en esta Caracas socialista, solo puede transitarse a pie
medianamente tranquilo vestido como un percusio y sin una prenda que valga la
pena defender o ¡correr mejor¡
Feliz
Navidad a todos y un año de cambios en bien de la paz y la prosperidad del
país.
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