¿Por qué se fueron las prostitutas?
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La noche del jueves pasado tomé un taxi para ir a Sabana Grande a atender un asunto relacionado con la junta de condominio del edificio donde vive tía Rosa, a quienes asesoro jurídicamente desde hace un tiempo. Por la hora, asumí que en el trayecto me toparía con el deprimente espectáculo habitual de travestis y prostitutas, quienes desde hace años suelen desplegarse a lo largo de varias cuadras de la avenida Libertador en busca de clientes. Era un panorama típico de la Caracas nocturna y un paso obligado hacia la emblemática calle Negrín.
Sin embargo, noté algo distinto: no había rastro de ellas. Intrigado, y sabiendo que los taxistas suelen ser las personas mejor informadas de cualquier ciudad, en especial de Caracas, decidí preguntar. Estos choferes, expertos en meterse en cualquier conversación y ávidos lectores de titulares de “Últimas Noticias”, rara vez carecen de una respuesta. Así que le comenté al conductor:
—¿Qué pasó con las "prostis"? Antes uno siempre las veía por aquí.
La respuesta llegó sin titubeos:
—No, jefe. Los malandros nuevos las corrieron.
—¿Cómo así? —pregunté, fingiendo desconocer la dinámica de la zona.
—Les lanzaban mierda desde los apartamentos.
—¿Desde cuáles apartamentos? —quise saber, todavía más intrigado.
—De esos edificios que hizo Chávez. Están regados por toda esta avenida.
—Ah, caramba —respondí, dejando escapar una sonrisa amarga—. Entonces, no es solo a Leopoldo López a quien le tiran mierda en este país.
El taxista soltó una carcajada:
—¡No joda, jefe! Esos pargos y prostitutas se volaron de aquí. Usted sabe cómo se enchabó esta zona con el malandraje que trajo Chávez y Maduro.
Asentí con ironía:
—De verdad que nunca un término fue más preciso que “enchabar” para describir lo que hizo el comandante Chávez.
El taxista, con el aire erudito que caracteriza a su gremio, añadió:
—Ese término ya lo usaban los malandros antes de que llegara Chávez. Era parte de su jerga.
—Puede ser —respondí, recordando algo—. Aunque me parece que los mexicanos ya lo usaban en los suburbios, no sé si con el mismo sentido. En todo caso, esa jerga vulgar dejó de ser marginal desde que los titulares de “Últimas Noticias” la adoptaron para describir las acciones del gobierno. Ahí estuvo Díaz Rangel como director, dándole su sello.
Volviendo al tema, quise seguir explorando mi curiosidad:
—¿Y ahora dónde están esas “damnificadas”?
—Se mudaron pa’ El Rosal, jefe, a la calle financiera.
—¡A carajo! —exclamé con sorpresa—. Esa es la avenida Venezuela. Bueno, tienen mejor clientela ahí: está la Asociación Bancaria, los bancos del gobierno... Mucho billete.
—Sí, y también tienen el “Juan Sebastián Bar”, donde se emborrachan los corruptos más famosos.
—En todo caso —le dije—, ese “Wall Street” caraqueño seguro les va a hacer la guerra. No creo que les convenga deprimir la zona con esos encontronazos nocturnos entre personajes y clientes.
El taxista rio:
—Bueno, esa ya es cuestión del alcalde de Chacao, el guabinoso Muchacho ese.
—Tal vez maneje mejor el tema de los travestis —añadí con sarcasmo—. Al fin y al cabo, estudió en Francia.
Al llegar a mi destino, el chofer marcó el final de la conversación con su tono característico:
—¡Llegamos, mayor!
—¿Cuánto te debo?
—Por ser usted, tarifa mínima: dos unidades tributarias.
La respuesta me desconcertó. Últimamente no estaba pendiente de esos detalles fiscales.
—¿Y a cuánto está la unidad tributaria?
—A 150, jefe. Así que son 300.
—Qué práctica esa forma de cobro —respondí con ironía—. Espero que la próxima no sea al tipo de cambio del dólar SIMADI. Gracias por la conversación. ¡Buenas noches!
Decidí regresar más tarde en la cola que había coordinado con otro de los asistentes a la reunión. No suelo llevar mi vehículo de noche hacia esa zona, por la falta de puestos en el estacionamiento. Mientras subía por el ascensor, pensé en los esfuerzos de tía Rosa: años de sacrificios para pagar su apartamento y cancelar la hipoteca. Ella, al igual que los demás copropietarios, trabaja duro para mantener el condominio y su calidad de vida.
Ahora, tenían como vecinos a un grupo de “enchabados”, ocupantes de apartamentos regalados a cambio de lealtades políticas. Sin esfuerzo ni sacrificio, se habían instalado allí con el pretexto de ser una “inversión social”.
—¡Qué enchabe, tía Rosa! Me dije con amargura.
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