Infamia patronal
Desde que las leyes proteccionistas de “los
trabajadores” venezolanos dictadas por
“la revolución” chavista, como la reforma de la Ley Orgánica del Trabajo, el recurrente
decreto de inamovilidad y otras exquisiteces jurídicas de estos oficiantes,
colocaron contra la pared a los patronos, a tal punto que la relación laboral
regulada por esa legislación se ha convertido
en una camisa de fuerza, en un instrumento intimidante, en contrato leonino y
hasta perverso, que aplasta al patrono, el mercado de trabajo se ha contraído
considerablemente, pues no podía ser impermeable a esas políticas. En efecto,
puestos de trabajo que tradicionalmente tenían una sobreoferta de la
clase media como eran los servicios domésticos y de choferes (de adentro), hoy prácticamente
están en vías de extinción, al menos para un considerable sector.
Es tal la alcahuetería que consagran esas leyes y
velan por su respeto con desparpajo las inspectorias del trabajo, que hoy
tememos contratar una persona para servicio doméstico, ya no por razones de
seguridad que es una buena razón, pues no es fácil conseguir en ese gremio
personas honorables, de las que no se llevan a hurtadillas el café, la leche,
el azúcar o el jabón -joyas actuales de la cesta básica del venezolano- o generalmente
damos con unas candidatas, verdaderas inútiles por naturaleza que arrasan a su
paso -en las labores de limpieza- con tus piezas de porcelana o cristal. Ahora,
hay razones de otro tipo de seguridad, como es la “paz judicial”; esto es, no
verse envuelto en una demanda o denuncia ante órganos administrativos o judiciales.
Hoy día contratar a una cachifa en Venezuela es tan
temerario como dar en arrendamiento un
apartamento. Si se te ocurre despedirla por incumplida o floja, muy
probablemente te denunciará a la inspectoría del trabajo. Esas oficinas
supuestamente concebidas por la llamada cuarta República como cuerpos de paz
para conciliar a las partes en un conflicto laboral, son ahora una guarida
oficial para legitimar las infames reclamaciones de los trabajadores maulas.
Los trabajadores honestos generalmente tienen
buenas relaciones con sus patronos y a su retiro reciben un arreglo honorable.
Claro, hay patronos sinvergüenzas y picaros como en todo gremio. Pero estas
inspectorias por lo general son refugios oficiales de muchos “vagos reclamantes”.
Estos tugurios tienen su mejor representación en las oficinas que funcionan
frente a la placita de Las Mercedes en la Parroquia Altagracia. Un viejo
edificio en el peor estado de funcionamiento, sin aire acondicionado y sin
ascensores, sirve de patíbulo a estos resentidos, a donde eres conminado por
cualquier cachifa o trabajador de limpieza que se sienta inconforme con el
cálculo de sus prestaciones sociales o por su despido, que por muy merecido
siempre lo considerará un abuso o exceso patronal.
Acceder a dichas oficinas para atender el reclamo
presentado por el trabajador sancionado es tan infame como comprar pollos o
leche en un “Bicentenario”. Debes armarte de valor y paciencia para abrirte
paso entre un montón de personas -muchas sudadas- que acuden a similar bochorno
todos los días desde tempranas horas de la mañana y después de soportar
empujones, apretones, pisotones y una tal cual tocada de culo, ingresas totalmente sudado y maltrecho a unos
salones inmundos donde de antemano percibes que serás objeto de otro ultraje a
tus derechos como patrono, pues el lenguaje corporal de los funcionarios
inspectores no oculta su talante de defensores del trabajador reclamante. Esta
experiencia es una de las más infames que los abogados representantes de
patronos deben calarse resignadamente para cumplir con sus clientes,
seguramente por una paga miserable, pues los montos que generalmente se
discuten en estos teatros ominosos son de poca cuantía.
Un compañero del equipo de tenis me contaba ayer,
que en diciembre su tía había contratado una cachifa por todo el mes de
noviembre, que mucho antes ya le había hecho algunas semanas de trabajo cuando
estuvo enferma. Que tenía con la tipa una aparente cordial relación y quedó
perpleja cuando esta la citó a la inspectoría del trabajo en enero, para que le
pagara una cantidad de beneficios laborales que supuestamente le correspondían
y que obviamente su tía ni imaginaba, tales como aguinaldo, vacaciones y no sé
que otras regalias. Que su tía -toda asustada- fue en la fecha y hora señalada
en la citación para ese aquelarre que llaman
“la inspectoría del trabajo” y terminó firmando como arreglo el pago de un realero a la cachifa para no tener
que volver a ese vejamen. Que salió horrorizada y asustada con el energúmeno de
inspector que la atendió. Que la trató como si fuese una oligarca “explotadora
de la clase obrera”. Que si le hubiesen avisado a él (a mi compañero)
seguramente me hubiese buscado a mí como su abogado pana, para que le atendiera
ese casito. Que tal! (afortunadamente no le avisaron).
De este cuento me acordé ayer mientras tomaba un
café en una panadería, pues mis vecinos de la barra, una pareja conformada por una secretaria de un
consultorio médico -ahora se distinguen por unos uniformes de figuritas
alusivas- y un muchacho de apariencia oficinista; hablaban en voz alta sobre
las expectativas que tenían sobre sus respectivos trabajos.
El joven le preguntaba a la muchacha
--Yuleidy, cómo te fue en tu primer día de trabajo
ayer?
-Chévere Marlon, pero esos médicos son unos
estirados y exigen mucho. ¡Coño! pero ya me busqué mi abogado laboral.
El muchacho impactado por la insospechada
referencia bélica de su compañera, le inquirió:
Chama qué estás diciendo. Para qué un abogado
laboral?
-Mira Marlon, tú sabes que hay que prepararse para
la batalla con tiempo.
-Pero Yuleidi, si apenas comenzaste a trabajar ayer
y ya estas pensando en un litigio con esa gente.
-Claro mi amor, no hay que perder tiempo, porque si
no esos tipos comienzan a maltratarlo a uno y después te botan pal carajo
cuando les dé la gana y hasta sin razón. A mí no me van a joder así tan fácil.
Tú me conoces.
-Claro que te conozco, yo se que tu eres muy
jodida, pero cómo te vas a formar un juicio adelantado de esos médicos. Fue que
alguno te tocó el culo o qué te hicieron?
-No Marlon, lo que pasa es que ahora de acuerdo con
la Ley no te pueden despedir así no más, sin un expediente arrecho de faltas
graves. Recuerdas cómo me botaron de la empresa esa de telecomunicaciones en
Chacaito, porque me agarré unos días de más en Carnaval. Y no me quisieron
aceptar el reposo médico que les presenté. Bueno, me dejé joder esa vez porque
no me asesoré legalmente.
-Chama es que tú eres muy loca, como te van a
aceptar un reposo de un médico chimbo, sin número de inpre y ese récipe que
parecía viejo. Eso de cajón lucía una piratería.
-A no Marlon, deja la ridiculez, eso es peo de
ellos. La ley me protege.
Terminé mi café y me alejé de la conversación,
pensando en que sin duda esto es una muestra del submundo infame de las
relaciones laborales amparadas por un sistema político judicial que pervierte a
los trabajadores.
Ya hace algún tiempo, desde que una de las tantas
cachifas que han desfilado por mi casa,
rompió otro de los pocos adornos
valiosos que me quedaban y que había adquirido en Chile, opté por ayudar más a mantener la limpieza de
la casa. Y después de escuchar tantas historias. ¿Cachifas? ¡Qué va!, si acaso
muy recomendadas y solo cada quince días y bajo
extrema supervisión.
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