Un stress inducido fue el acabose
Prólogo
La Venezuela de hoy es un país en constante desgaste, un hervidero de tensiones que, a fuego lento, va desmoronando los cimientos de familias y amistades. Los años de revolución han sembrado no solo crisis económica y social, sino un tipo de agotamiento íntimo que destruye la armonía de los hogares desde adentro. Para muchos, como Joshua, el primo de Oliver, el matrimonio se convierte en una batalla no solo contra la rutina, sino también contra un contexto que parece consumir cada intento de estabilidad y esperanza.
Joshua está por cumplir 25 años de casado, un hito que, en circunstancias normales, sería motivo de celebración. Sin embargo, detrás de esa fachada, él enfrenta un conflicto silencioso pero devastador. La salud mental de su madre, tía Rosa, y las tensiones con su esposa se han convertido en un terreno minado que amenaza con derrumbar su hogar. En un país donde la supervivencia se ha vuelto una lucha diaria, las relaciones familiares también se vuelven campos de batalla: el lugar donde el estrés y la desesperación encuentran terreno fértil.
En esta historia, Joshua aprenderá que las decisiones que nos llevan a mantener o romper vínculos son tan difíciles como vivir bajo el peso de un régimen implacable. Con su primo Oliver como confidente, explorará las grietas que el paso del tiempo y la crisis nacional han abierto en su vida, enfrentando los dilemas de la lealtad, la resistencia y la renuncia. Porque en Venezuela, incluso las relaciones más personales son víctimas de una realidad que no distingue entre el ámbito público y el privado.
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Joshua, primo de Oliver, estaba a punto de cumplir 25 años de casado. Su matrimonio era como el de muchas parejas de clase media: estable, aunque sin las dosis de felicidad que suelen exhibir en redes sociales. "La revolución chavista ha golpeado la estabilidad de muchas relaciones", comenta Oliver. "El desgaste que ha traído el proceso comunistoide, con su mar de angustias, inseguridad, inflación, desabastecimiento, y la constante tensión política, ha socavado la base de hogares que en otros tiempos parecían sólidos. Llevamos 18 años soportando esta infamia, siempre tema de conversación y de discusión, incluso en las parejas más afines, donde se generan discrepancias sobre cómo enfrentar la situación". Pero en el caso de Joshua, no fue la política lo que generó la tensión fatal en su hogar.
Joshua había tenido que llevar a su madre, la tía Rosa, a vivir con él, su esposa y su suegra en la vieja casa de Sebucán. No era seguro ni viable que la anciana siguiera sola en su apartamento en Sabana Grande, y los costos de una cuidadora eran inaccesibles. Aunque sabía que la convivencia sería difícil, dado el deterioro mental de su madre y el carácter explosivo de su esposa, confiaba en que su mujer encontraría la paciencia necesaria para sobrellevar la situación. “Mi madre es anciana y no puedo exigirle sabiduría, pero a mi esposa sí”, se repetía Joshua. Sin embargo, la senilidad de la tía Rosa provocó una reacción inmediata y hostil en su mujer.
Desde el primer día, su esposa comenzó a imponer prohibiciones: zonas de la casa que tía Rosa no podía pisar, como la cocina, la nevera, e incluso algunos muebles. La situación empeoró cuando llegó al punto de prohibirle murmurar en voz alta, una costumbre típica de la anciana. Aquel clima hostil estaba minando la paciencia de Joshua, quien se encontraba en medio de dos mujeres de carácter fuerte, sumado al ambiente externo de inseguridad y crispación política que dominaba la sociedad venezolana.
Finalmente, Joshua decidió buscar una salida que apaciguara a su esposa, y colocó a su madre en un ancianato, aunque el costo mermaba considerablemente su presupuesto. Poco tiempo después se dio cuenta de que estos lugares estaban pensados para ancianos resignados o para aquellos cuyas familias solo querían quitárselos de encima. La tía Rosa no encajaba en ninguno de esos casos. Después de tres meses la regresó a casa, con más medicación y nuevas normas para evitar conflictos.
Intentó razonar con su esposa, explicándole que no había otra opción viable que aceptar la situación. "Llevamos años conviviendo con tu madre y nunca me he quejado ni te he reclamado los espacios perdidos en la casa", le decía. Pero sus argumentos no surtieron efecto. Las fricciones entre ambas mujeres seguían desgastando a Joshua, quien ya se encontraba al borde de un colapso. Agobiado por el estrés, decidió finalmente irse con su madre a otra ciudad más tranquila. "No tengo otra opción", confesó a Oliver, "no puedo abandonar a mi madre a su suerte. No tengo alma de gringo. Además, mi matrimonio tampoco era un cuento de hadas; no somos precisamente románticos. Los sagitarianos somos poco dados a la hipocresía, y tanto mi esposa como yo lo somos".
Joshua había pasado la mayor parte de su vida casado. Se unió en matrimonio a los 21 años, y tras 15 años en ese primer matrimonio, cedió a los lujos de la Venezuela saudita de aquella época, aunque la soledad del divorcio le duró poco. Al poco tiempo volvió a casarse, y tras otros 25 años, decidió tirar la toalla, abrumado por un estrés que, quizás, no tenía tanto que ver con las circunstancias como con una elección equivocada.
"El matrimonio es la sociedad más difícil de sobrellevar", reflexiona Joshua. "Cuando llevas 40 años jugando el mismo juego político, necesitas la vocación de un dictador para dominar sin fricciones, o la disposición de un sumiso para hacer parecer esa sociedad democrática y participativa. Creo que la mayoría de los hombres son unos hipócritas cuando dicen que son felices casados de por vida, o simplemente son sumisos y eso los hace sentir complacidos. Esta sociedad no está hecha para todos, pues se requiere una piel y un temperamento de los que muchos carecen".
(… esta historia continuará).
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