Siete años después



Prólogo

El relato de Oliver es el viaje de un hombre marcado por el exilio y la añoranza, por una patria que, aunque distante, sigue latiendo en cada recuerdo y en cada sueño. Oliver nunca pensó que una simple publicación en redes, donde relataba un sueño sobre el oscuro legado del chavismo a través de los ojos de un abuelo, sería el preludio de un reencuentro tan deseado. Pero la vida le sorprendió con un regalo inesperado: el anhelado encuentro con su hija y sus nietos en Boston, tras siete largos años de distancia.

Esta reunión, teñida de nostalgia y amor familiar, lo llevó a recorrer lugares emblemáticos, a ver en su nieta Fabiola la aspiración de un futuro mejor y en el pequeño Sami la promesa de sueños por cumplir, alejado del dolor que dejó atrás en Venezuela. Boston, tierra de leyendas deportivas y académicas, se convierte en el refugio temporal de un hombre que, como tantos otros, añora una vida normal y un país libre. En estas breves horas juntos, Oliver no solo revive momentos preciosos; también se redescubre como el eterno soñador que no renuncia a su esperanza por una Venezuela renacida.

Sin embargo, su regreso es inevitable. A la espera de él está el incierto destino de una nación quebrantada, donde cada paso podría ser una amenaza y cada día, un recordatorio de su condición de expatriado. Con el corazón dividido entre dos mundos, Oliver sigue aferrado a su propósito de contar historias, a su anhelo de libertad, y a esa chispa de esperanza que, en medio de las adversidades, sigue viva.


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Cuando Oliver escribió en mayo el post "Abuelo, dime qué es el chavismo", inspirado en un sueño que tuvo durante una fría noche de invierno en Dallas, jamás imaginó que su hija Oriana le sorprendería con un regalo de día del padre tan inesperado: boletos para reencontrarse después de siete largos años sin verse. La última vez que estuvieron juntos fue en Albany, la capital del estado de Nueva York, cuando Oliver asistió por segunda vez al U.S. Open, un torneo marcado por la sorpresiva eliminación de Roger Federer en la primera ronda. En ese momento, pensó que la derrota anunciaba el ocaso de "Su Majestad". Lo que no anticipó fue que regresar a la Gran Manzana como turista se convertiría en un sueño inalcanzable con el paso del tiempo. Eran otros tiempos, otras circunstancias.

Lo que siguió fueron siete años de oscuridad bajo el régimen chavista, años que llenaron de penas la vida de los venezolanos, incluyendo la de Oliver, quien eventualmente se vio obligado a "quemar las naves" y buscar el destierro. El crecimiento de su nieta Fabiola lo había presenciado solo a través de videos y fotos, momentos fragmentados en la distancia. A su nieto Sami, nacido en Montreal, ni siquiera lo conocía. Este reencuentro, entonces, era un regalo de los dioses, algo que parecía imposible dadas las dificultades que enfrentaba con su visa canadiense, trabada por los constantes conflictos diplomáticos entre el tirano venezolano y el gobierno de Canadá.

Esta vez, como antes, se encontraron en otra ciudad de Estados Unidos, cercana a Montreal: Boston. La tierra de los Medias Rojas y del legendario Big Papi se convirtió en el escenario perfecto para momentos familiares únicos. Ver en persona a su nieta Fabiola, soñando frente a las puertas de Harvard con ser alumna de Moisés Naím o Ricardo Hausmann, o imaginar a su nieto Sami bateando un cuadrangular en el Fenway Park, superando la histórica marca de Ted Williams, era un sueño hecho realidad para Oliver. "Mi inquieto nieto tiene el físico y el talento para lograr esa hazaña", afirma, siempre el soñador.

Fueron pocos días, pero llenos de nostalgia, bonitos recuerdos y grandes expectativas para el futuro de esos "chamitos". Caminaron y hasta corrieron bajo la lluvia, entre truenos, por la calle Boylston, buscando el vehículo estacionado lejos del Fenway Park. Las emociones estaban a flor de piel, lejos de la ignominia venezolana, pero siempre con la mente puesta en el desenlace incierto de su país.

Aquel primer reencuentro en Albany, siete años atrás, había marcado el inicio de una nueva pasión para Oliver: la escritura. Desde entonces, no ha dejado de escribir ni de soñar con una Venezuela libre. Sin embargo, en dos semanas debe regresar a su tierra natal, y la incertidumbre sobre lo que encontrará lo atormenta. Sabe que lo espera un inframundo que ya intuye. Obligado a volver por asuntos familiares, teme perder su visa estadounidense, un pasaporte a una posible vida en Dallas, una ciudad que le gustó para quedarse. Mientras tanto, confía en poder seguir contando las desventuras de este "Tom Hanks criollo" 
 





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