El luto inexorable






Toda pérdida de un ser querido supone un luto inexorable, que debemos soportar y mitigar para poder seguir, de otro modo nos convertimos en zombis. Igual puede pasar cuando se desintegra un hogar o se produce la secesión en un país o algo peor. También se pierde una patria. Bien sabemos que la aceptación de la pérdida es el primer paso y el más doloroso, pero no podemos quedarnos atrapados en esa fase porque sucumbimos. Eso nos está pasando a muchos con la pérdida del país o de la patria grande. Si, efectivamente, la hemos perdido y tenemos que admitirlo, estemos viviendo dentro de ese cadáver de país o fuera de él. No podemos quedarnos como los músicos del Titanic, que en los estertores continúan tocando los violines sin cuerdas o con ellas rotas, creyendo aliviar la tensión colectiva que supone tan dramática y perturbadora tragedia.
Creo que hay demasiados músicos y pasajeros en ese barco, que ante la catástrofe han preferido hundirse con él. Unos porque han sido encantados por las notas sublimes que algunos inspirados violinistas alcanzaron a emitir como poseídos por una deidad . A otros el amor y la pasión vivida los sumió en la esquizofrenia y no ven o no sienten la inminencia del hundimiento. Otros, pobres de espíritu, fueron como hipnotizados por las letanías del morboso capitán y parecen felices disputándole a las ratas los podridos desechos del trigo que exhalan hediondez en los cuartos de máquinas. Esos  viven otra película. A otros los perturbó el pánico ante la inmensidad de la tragedia y la oscuridad del abismo, deambulan, como en trance, en medio de sus destartalados camarotes. En otros, las limitaciones físicas y espirituales les impidieron moverse para alcanzar un bote salvavidas y no les quedó de otra, que asirse a la popa  esperando un milagro. En fin, las razones y los personajes que a cada quien le tocó interpretar en las escenas de terror son respetables y hasta excusables. Cada quien debe ser aplaudido por el episodio que haya escogido. Cuál escogió usted?

Yo por mi parte no tengo fuerzas sino para soñar sobre un pedazo de mástil al que me he aferrado en las aguas turbulentas.

No quiero quedarme como los cubanos, esperando 50 años una intervención salvadora que no llegará. Allá quienes no les queda sino mantener la fe de que por obra y gracia de la providencia verán la luz al final del túnel. Prefiero aceptar que la hemos perdido. No quiero tampoco terminar mi existencia en un país en ruinas, que se disputan bandas criminales contra grupos de zombis y seres famélicos aferrados a soluciones románticas que solo caben en la mente de inocentes, ingenuos o estúpidos soñadores. 

Yo hice todo cuanto me permitieron mis fuerzas y las habilidades a mi  edad. Marché por años hasta cuando las bombas lacrimógenas, el zumbido de las balas y el terror oficial ahogaron mi llanto. Perdí amigos en esas batallas, como fue Juan Pablo Pernalete. Me expuse a lo peor de la saña dictatorial, con mi pluma, adversando y denunciando las atrocidades del régimen. Toda mi familia abandonó el barco a tiempo. Me quedé solo, esperando el milagro.

Los tiempos de libertarios fueron bonitos temas para escribir la historia, !pero ya, no más!

Comentarios