El amor en los tiempos del odio
El amor en los tiempos del odio
Ignacio regresó a Caracas después de una perturbadora estancia
de meses en Maracaibo, donde buscaba refugio a su incertidumbre.
Se había ido con determinación a esa ciudad, a pesar del
detestable clima que allí se padece, a iniciar una nueva o quizás última etapa
de su vida, cumplidos los sesenta. Quiso sortear las típicas inconsistencias de
un proceso de adaptación a un nuevo escenario, pero le fue esquiva la suerte.
Después de hacer una inversión inmobiliaria inoportuna, se vio
atormentado por una serie de calamidades colectivas que asolaron a la
población. El racionamiento duro de energía eléctrica,
gasolina y gas domestico; el desabastecimiento de alimentos y medicinas y el
desbordamiento de la basura y la delincuencia, alcanzaron tales dimensiones, que organismos
internacionales clamaban ayuda humanitaria para esa torturada población.
Ignacio no pudo soportar más tanta pena y optó por el regreso a Caracas.
Pero aquella atribulada estancia había estado signada además por la gestión de constantes reparaciones en el apartamento
recién adquirido para eliminar filtraciones que afectaban a su vecina del
apartamento de abajo; circunstancia que sirvió para hacer amistad con la misma,
al punto de verse atraído por la dama, que tenía en común con su última pareja, el signo zodiacal y la profesión arquitecto, aspectos que no sabía si valorar
favorablemente.
En noviembre de ese mismo año, una vez resueltos los problemas
de salud que aquejaban a su padre, resolvió darse un paseo por las nubes para
comenzar diciembre de forma ajena a su aburrida rutina y pensó en Los Roques,
un paradisíaco lugar de fama internacional que quería conocer. Pero desde luego
ese paseo merecía una compañía muy especial.
Pensó entonces que Matilde, su vecina de Maracaibo, bien podía
ser la acompañante perfecta. Aunque no estaba seguro de que aceptase la
propuesta, pues esa aventura sin duda llevaba implícita una propuesta para
dormir juntos y hacer el amor, y ellos no habían pasado de un abrazo
afectuoso.
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Excelente historia, triste por Ignacio, pero la mayoría de las mujeres somos tontas y volvemos a caer con ese ser que jamás cambiará.
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