El negro Bustillos sabia de la soledad que agobiaba a su amigo
Ignacio, desde que terminó su vinculo matrimonial de quince años, producto de
la vida bohemia que le deparó la responsabilidad de un importante cargo público
en el sector financiero durante el gobierno de Jaime Lusinchi. El negro
procuraba inventarse veladas en buena compañía para sacarlo de su marasmo. Esa
tarde después de almorzar juntos, le invitó a una reunión en La Citi Hall, en el Centro Cuidad Comercial Tamanaco, donde
se reuniría con unos amigos empresarios, interesados en adquirir un inmueble
propiedad del banco en liquidación, que fuera propiedad de los Gorrondona y que
ahora presidía Ignacio, entre sus responsabilidades administrativas y donde
también fungía de administrador el negro.
Arribaron al club en horas de la tarde después de celebrar una
junta de administración en la sede de la avenida Libertador. El local era uno
de los sitios exquisitos de la Caracas alegre y bullanguera, que libaba etiqueta negra y azul cualquier día
de semana, en el esplendor de la democracia venezolana.
Al entrar al club inmediatamente les llamó la atención la
presencia de una escultural dama que de buenas maneras inquiría a un sujeto de
piel dorada y cabeza calva, a que le desocupara la mesa que ella tenía
reservada. El individuo accedió también de buen talante al pedido, no sin antes
hacerle alguna chanza a la espectacular belleza. Ignacio y Bustillos se percataron
que el muchacho avejentado por la calva era nada menos que el hijo del zar del
cemento, de apellido Mendoza, lo que seguramente no advirtió la chica.
Se sentaron a la mesa y apenas habían pedido un trago
llegaron los amigos de Bustillos, unos señores de gran sencillez en el vestir
que transpiraban su comodidad financiera. La grata sorpresa para Ignacio fue
que la bella chica también esperaba en su mesa a los mismos amigos de
Bustillos. Fue así como todos terminaron reunidos en la misma mesa de Belinda
Rosa Samper.
Al poco rato comenzó a alistarse para tocar el grupo musical que
animaba los viernes en dicho centro social, Los Melódicos, una emblemática
orquesta de la "Gran Venezuela" de entonces.
Ya los tragos comenzaban a hacer sus primeros efectos. Cuando
arrancó el set musical, la encantadora dama dijo que quería bailar y estiró su
mano hacia Ignacio, quien no ocultaba esos mismos deseos. Él ya sabía de quien
se trataba la chica, ya que en la presentación de los amigos surgió la
referencia, había sido Miss Venezuela cinco años atrás. Por ello, Ignacio se
sintió privilegiado que la chica le tendiera la mano.
Pero el whisky tenía un particular efecto en Ignacio, le
insuflaba valor para asumir retos y le soltaba la lengua para hablar, dos armas
de seducción que gustan a las mujeres. Apenas dieron los primeros pasos
bailando, intercambiaron información de sus actividades profesionales y del
momento que estaban disfrutando. Ambos abogados y en sus mejores etapas
profesionales. Se sintieron cómodos bailando los merengues y las bachatas que
mas celebraban los amantes de esas piezas. No volvieron a la mesa hasta
terminar el set. Al regreso, el grupo de amigos se mostraban distendidos por la
euforia y la bailanta. La bella y el
ungido no ocultaron su mutua simpatía que celebraron hasta altas horas de la
noche.
Al día siguiente, Ignacio trataba de asimilar la suerte de haber
conquistado una chica tan hermosa. Las mises generalmente en sus primeros años
después del reinado tienden a subir unos kilitos, lo que las hace lucir más
bellas personalmente, para la televisión sus cuerpos son requeridos, por el
concurso, de una delgadez casi famélica.
Belinda había llegado al concurso –cuenta ella- por accidente. Su hermana morocha inscrita originalmente por Abelardo Raidi, había enfermado a última hora, y ella debió sustituirla.
(Este relato no lo podrás continuar leyendo, ya que ha sido incorporado a un libro del autor que está en proceso. Se denominará "Colección de navajas")
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