"Una noche tan linda como esa"

 


 Prólogo


La vida, como un río incesante, nos arrastra entre decisiones, casualidades y los hilos del destino que a veces creemos controlar. Ignacio, un hombre curtido por el peso de la responsabilidad y el prestigio, navega por aguas turbulentas tras el naufragio de su matrimonio. Las sombras de una Caracas brillante pero implacable lo envuelven, mientras su amigo, El Negro Bustillos, intenta sacarlo de esa espiral de soledad. Pero la vida, cuando uno menos lo espera, teje encuentros fortuitos, donde la pasión, el poder y las fragilidades humanas se entrelazan. En este relato, Ignacio se verá atrapado en una vorágine de emociones, deseos y arrepentimientos, en una época en la que el esplendor de la democracia venezolana convivía con las contradicciones más profundas. Entre tragos y bailes, entre risas y caricias furtivas, el destino le prepara una lección de vida en una noche que cambiará su camino para siempre.



Post

El negro Bustillos sabia de la soledad que agobiaba a su amigo Ignacio, desde que terminó su vinculo matrimonial de quince años, producto de la vida bohemia que le deparó la responsabilidad de un importante cargo público en el sector financiero durante el gobierno de Jaime Lusinchi. El negro procuraba inventarse veladas en buena compañía para sacarlo de su marasmo. Esa tarde después de almorzar juntos, le invitó a una reunión en La Citi Hall, en el Centro Cuidad Comercial Tamanaco, donde se reuniría con unos amigos empresarios, interesados en adquirir un inmueble propiedad del banco en liquidación, que fuera propiedad de los Gorrondona y que ahora presidía Ignacio, entre sus responsabilidades administrativas y donde también fungía de administrador El Negro.

Arribaron al club en horas de la tarde después de celebrar una junta de administración en la sede de la avenida Libertador. El local era uno de los sitios exquisitos de la Caracas alegre y bullanguera, que libaba etiqueta negra y azul cualquier día de semana en el esplendor de la democracia venezolana.

Al entrar al club inmediatamente les llamó la atención la presencia de una escultural dama que de buenas maneras inquiría a un sujeto de piel dorada y cabeza calva, a que le desocupara la mesa que ella tenía reservada. El individuo accedió también de buen talante al pedido, no sin antes hacerle alguna chanza a la espectacular belleza. Ignacio y Bustillos se percataron que el muchacho avejentado por la calva era nada menos que el hijo del zar del cemento, de apellido Mendoza, lo que seguramente no advirtió la chica.


Se sentaron a la mesa y apenas habían pedido un trago llegaron los amigos de Bustillos, unos señores de gran sencillez en el vestir que transpiraban su comodidad financiera. La grata sorpresa para Ignacio fue que la bella chica también esperaba en su mesa a los mismos amigos de Bustillos. Fue así como todos terminaron reunidos en la misma mesa de Belinda Rosa Samper.

Al poco rato comenzó a alistarse para tocar el grupo musical que animaba los viernes en dicho centro social, Los Melódicos, una emblemática orquesta de la “Gran Venezuela” de entonces.

Ya los tragos comenzaban a hacer sus primeros efectos. Cuando arrancó el set musical, la encantadora dama dijo que quería bailar y estiró su mano hacia Ignacio, quien no ocultaba esos mismos deseos. Él ya sabía de quien se trataba la chica, ya que en la presentación de los amigos surgió la referencia, había sido Miss Venezuela cinco años atrás. Por ello, Ignacio se sintió privilegiado que la chica le tendiera la mano.

Pero el whisky tenía un particular efecto en Ignacio, le insuflaba valor para asumir retos y le soltaba la lengua para hablar, dos armas de seducción que gustan a las mujeres. Apenas dieron los primeros pasos bailando, intercambiaron información de sus actividades profesionales y del momento que estaban disfrutando. Ambos profesionales en su mejor etapa de crecimiento. Se sintieron cómodos bailando los merengues y las bachatas que mas celebraban los amantes de esas piezas. No volvieron a la mesa hasta terminar el set. Al regreso, el grupo de amigos se mostraban distendidos por la euforia y la bailanta. La bella y el ungido no ocultaron su mutua simpatía que celebraron hasta altas horas de la noche.

Al día siguiente, Ignacio trataba de asimilar la suerte de haber conquistado una chica tan hermosa. Las mises generalmente en sus primeros años después del reinado tienden a subir unos kilitos, lo que las hace lucir más bellas personalmente, para la televisión sus cuerpos son requeridos, por el concurso, de una delgadez casi famélica.

Belinda había llegado al concurso –cuenta ella– por accidente. Su hermana morocha inscrita originalmente por Abelardo Raidi, había enfermado a última hora, y ella debió sustituirla.

Los días siguientes, Ignacio estuvo sumido en su apretada agenda, pero sin olvidar por un momento aquella noche en que la sacó de jonrón. Pendiente estaba de realizar una llamada a la miss para recrear esa inolvidable velada. Recibió una mañana la llamada de la chica invitándole a almorzar, lo que le ratificaba la firmeza de la dama en ese inesperado flechazo.

Asistió a la cita y le sorprendió que hubiera otra pareja a la mesa. Eran dos compañeros del bufete. El almuerzo discurrió con cierta solemnidad, pero era viernes y el poscafé reclamaba más escocés. El caballero recibió una llamada del bufete que lo obligó a abandonar la sobremesa. Los otros, animados por los güisquis, proponen seguir la velada en otro sitio. La miss sugirió La Ronda del Hotel Caracas Hilton, sitio que Ignacio también frecuentaba a ver en pantalla gigante grandes peleas de boxeo y otros eventos deportivos. Cuando arribaron al Hilton, ya los escoceses habían hecho mella en la compostura de las abogadas y de Iñaki también. Son atendidos con muestras de cariño por los anfitriones del bar que distinguen a la reina con elogios.

Ya en la mesa, bebieron como cosacos, imbuidos en el relajo de la Caracas nocturna que tenía en ese bar una emblemática barra. En medio del jolgorio Ignacio sintió que una mano acariciaba su pierna izquierda y respondió instintivamente, con igual caricia. Se percató que no era la mano de su pretendida miss, sino de la amiga.  Eso lo sorprendió, mas no lo perturbó. Como buen macho que se respeta, asumió la furtiva y temeraria tentación. Cuando Belinda se levantó para ir al baño, inmediatamente se trenzó en apasionado beso con Inés. Aprovecharon la momentánea ausencia de Belinda para decirse con las manos y los besos el mutuo deseo de sus cuerpos surgido en ese súbito efluvio etílico. Lo hicieron con tal desenfado que Belinda los cogió de sorpresa a su regreso. Desde luego, ese bochorno constituyó una afrenta para la miss, quien sin ocultar sus celos y su disgusto pidió dar por terminada la velada.


La reina condujo el auto para dejar a Ignacio en su casa, bastante pasado de tragos, en medio de una discreta discusión con su amiga, que defendió su sorpresivo lance romántico apuntalado en la pasividad y aparente liviandad que la reina mostraba en su relación con Ignacio.

Ignacio hizo mutis durante el recorrido simulando una mayor ebriedad.

Al día siguiente, lo envolvió la pena, pero debía ofrecer unas disculpas. Después de varias llamadas, finalmente Belinda accedió a reunirse con él a cenar. Ignacio pretendió un perdón excusándose en el grado de ebriedad que alcanzó esa noche. A partir de ese momento, se inició un viacrucis de reproches por parte de Belinda, que lo mantuvieron en condición de amenazado por mucho tiempo y que socavarían las bases de un idilio que pudo haber tenido un desenlace más feliz.


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Está historia es un capítulo del libro de este autor que está en Amazon: "Colección de navajas"

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