Antesala al exilio



"Forzado por las circunstancias, Ignacio regresó de Buenos Aires a arreglar algunos asuntos en su destartalado Titanic suramericano. Su país se batía en medio de la "tormenta perfecta"  sumido en el desconsuelo colectivo. Los líderes de la oposición habían fracasado estrepitosamente en sus diversos intentos por deponer al sátrapa. Fueron episodios fantasmagóricos, verdaderamente patéticos. 

El tirano mantenía a sangre y fuego el control de la famélica población,  que soportaba silenciada por las balas y el miedo que infundían los temibles escuadrones de la policía represiva, las terribles penurias que la afligían y que eran tema de foros internacionales sobre derechos humanos. Pero él necesitaba cumplir con algunos trámites migratorios en su país y procurar la venta de  activos que se deterioraban  por falta de uso y mantenimiento. 


Apenas pisó suelo del aeropuerto internacional que sirve a la capital, se encontró con el inició de la cuarentena que trajo consigo la pandemia del Covid 19. Una pandemia mortal,  cuyos orígenes se atribuyen a prácticas repugnantes de los chinos con murciélagos en un mercado de la población de Wuhan, y que otros, mas escépticos, imputan a macabros planes terroristas del gobierno comunista de Shanghai. Pensó,  por un momento, que la suerte no lo había acompañado.


Como si las plagas que trajo el comunismo no hubiesen sido suficiente calamidad para la población, un nuevo tormento se sumaba a la desgracia de ese país en desmadre. Afortunadamente,  el virus chino no cundió con la misma fuerza donde ya la crueldad comunista había diezmado el alma y el cuerpo de los atribulados ciudadanos que no se sumaron a la diáspora. Desde luego, el dictador atribuía los bajos índices de contagio a sus estúpidas restricciones y no a la compasión divina que suele acompañar a los moribundos.

Comprendió Ignacio que la pandemia había paralizado sus planes, pero los índices de contagio que mostraban los noticieros sobre los Estados Unidos y otros países de Suramérica y Europa, le hacían ver como buena la suerte que había corrido.


Todos debieron soportar meses de confinamiento y distanciamiento social. En su caso,  como muchos, había quedado varado, sin compañía, en su país.
Sorteaba la soledad y el aburrimiento jugando discretamente al tenis en la pequeña cancha de su edificio, con algunos de sus viejos partners del parque, huérfanos de canchas. Las restricciones de la cuarentena habían alcanzado espacios públicos y clubes.


La cocina, la lectura, los noticieros y Netflix, copaban el resto del  día. No veía avanzar el fatídico año 2.020. Todas las noticias presagiaban un largo y tortuoso periodo de privaciones y mascarillas. El servicio de identificación y migración  le había aprobado la prórroga de su pasaporte unos días antes de que el dictador decretara la cuarentena. El gobierno en su afán por compensar el vergonzoso salario que pagaba a los empleados públicos, les regalaba días no laborables a granel. Las oficinas públicas estuvieron cerradas todo ese tiempo. Tuvo que esperar  nueve largos meses para retirar la prórroga, con una vigencia desgastada por el virus.


 Las colas para poner gasolina le parecían infames. Decidió dejar en consignación su vieja camioneta Blazer. No subía al transporte colectivo por temor al contagio. La gente apiñada y muchos sin tapabocas, de pie en las busetas, le provocaban estupor. Optó por caminar unos cinco kilómetros de su casa a las oficinas de migración. Fue un paseo doloroso, no solo por la cantidad de compatriotas que vio hurgando bolsas de basura en busca de algún desecho aprovechable para no morir de hambre, sino porque al regreso debió soportar las hincadas y los calambres que le reprochaban la fatiga a que sometía su físico bien disimulado de sesentón. Pero él lo asumía plenamente.  Así suplo los días sin ejercitarme que he acumulado -se decía a sí mismo para justificar la brutal caminata-.


Sin embargo, se sintió feliz al recibir la prórroga. No sabía si mas porque podría ver de nuevo a su hija y su mascota, que parecían  haberlo olvidado, felices en su exilio de la Patagonia, o porque pronto abandonaría el territorio de su país, cuya vida anárquica, infame y miserable lo atormentaba y le provocaba estados depresivos.

Los primeros días de diciembre suele recordar con nostalgia su última visita a la  playa, tres años atrás, en aquel encantador archipiélago. Este año, para evadir la rutina pandémica, decidió irse a la costa occidental, a pasar la Navidad y el año nuevo en compañía de la  familia Medina, que había devenido, por las circunstancias, en su nueva familia. Eran quiénes habían adoptado a su anciana madre en la última etapa de su vida. Le tranquilizaba que esa familia mitigaría con amor, la pena y el sufrimiento que probablemente desolarían a su vieja, como suelen padecer los ancianos en la antesala al cielo.

Los últimos días de diciembre se dispararon los índices de contagio y el dictador amenazó con una nueva cuarentena, en medio de una suspensión de vuelos general salpicada de comentarios sobre corruptos intereses subyacentes. Temía que esos acontecimientos retrasaran  su escape de ese infierno de país.

Fueron probablemente los últimos días que vería a su madre antes de partir definitivamente hacia La Patagonia.  Ese trance lo soportó estoicamente, pero tomaría camino irremediablemente, al menos, en paz con su conciencia.  Había dejado en orden y en buenas manos, todos las previsiones para cualquier incidencia en su ausencia.

Solo esperaba que la agencia de viajes le comunicara la fecha de su vuelo. Los índices de contagio en Argentina no bajaban y el gobierno, por precaución, mantenía restringida la entrada a los extranjeros.

Algunos países, de los mas afectados por la pandemia, habían iniciado la vacunación, comenzando con el sector salud y los grupos mas vulnerables. Una especie de guerra fría se había desatado entre las potencias del orbe, por  acreditar a sus laboratorios creadores de las primeras vacunas contra el virus mortal. Comenzaba a respirarse un ambiente de pronta relajación del confinamiento y de las drásticas medidas de bioseguridad que los gobiernos habían establecido.

Sin embargo, repentinamente, unas nuevas cepas y olas de contagio del Covid 19, aparecieron en escena y perturbaron el clima de esperanza que comenzaba a sentirse . En los países de Europa, los índices de contagio se dispararon en el invierno y recrudecieron las previsiones con confinamientos y toques de queda.

Entonces, lo que parecían ser los últimos días de la pandemia, se vieron ensombrecidos por los súbitos y aterradores brotes. Los planes de Ignacio se llenaron de incertidumbre y la palabra clave en sus próximos días sería "standby".

Nunca imaginó que la espera para regresar a su exilio le tomaría casi dos años.



  

Comentarios

  1. Interesante descripción de los avatares de muchas almas en pena que deambulamos en el país de Ignacio.

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  2. Interesante descripción de los avatares de muchas almas en pena que deambulamos en el país de Ignacio.

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