La pibe que no gritaba "!pelotudo!"
Prólogo:
Joshua, un joven inmigrante en Argentina, se encontraba navegando los matices de una nueva cultura, enfrentándose a sus propias inquietudes y deseos en medio de una ciudad que no siempre recibía de buen grado sus formas de ser. Su apreciación abierta por la belleza femenina, algo común en su tierra natal, se convertía en una fuente de preocupación en Buenos Aires, donde sus miradas y comentarios podían ser malinterpretados o incluso provocar conflictos.
Sus amigos, conocedores de los peligros que podía acarrear un exceso de confianza en una ciudad donde las reglas sociales eran diferentes, lo habían advertido sobre el acoso y las miradas prolongadas. Las conversaciones se llenaban de bromas sobre su naturaleza “de venezolano”, que contrastaba con la frialdad porteña. Sin embargo, esas advertencias no apagaban del todo la esencia de Joshua, quien, atrapado entre el miedo al rechazo y su impulso natural, caminaba por la ciudad con cautela, pero sin perder del todo su atrevimiento.
El vagón del subte de Buenos Aires se convirtió en el escenario de un encuentro inesperado, donde el azar lo llevó a una breve interacción con una joven misteriosa. Entre conversaciones sobre paltas y diferencias culturales, Joshua trató de comprender hasta dónde podía llegar sin cruzar la delgada línea que separa la cortesía del atrevimiento. Pero lo que comenzó como un intercambio casual tomó un giro extraño e inquietante cuando, en el último momento, un gesto tan simple como bajarse el barbijo reveló algo que desafió toda lógica.
La frontera entre lo real y lo onírico se desdibujó en la mente de Joshua, y en ese instante, se dio cuenta de que estaba atrapado no solo en una ciudad extranjera, sino también en sus propios miedos y fantasías. ¿Qué significaba ese rostro sin boca? ¿Acaso era un reflejo de su incapacidad para conectar de manera auténtica, o una advertencia sobre las barreras invisibles que lo separaban de los demás? El calor y la confusión lo despertaron abruptamente, dejándolo con una sensación de irrealidad, mientras el tren seguía su curso y la ciudad, indiferente, continuaba su ajetreo cotidiano.
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Joshua subió al vagón en Ministro Carranza con mucha aprensión, pero no era el covid 19 lo que más le causaba ese recelo, sino las advertencias que le habían hecho sus panas en Argentina por whatsapp. Él es un explícito admirador de la belleza femenina, que no ahorra miradas de cordero degollado a las mujeres bonitas, ni piropos subidos de tono hacia las chicas con curvas suicidas.
Sus temores, inoculados por los amigos que estaban en Buenos Aires, eran los conatos de acoso en que podría verse envuelto al pasarse de una simple mirada a una mirada de venezolano, qué duran más de cinco segundos.
-!qué tanto me mirás pelotudo!- era el reclamo que esperaba cada vez que alguna porteña con ascendencia europea, que suelen ser las más agraciadas físicamente, era blanco de sus libidinosas miradas. O peor aun, que les diera por llamar a un policía y denunciarlo como "acosador", "boludo" o lo que se les ocurriese.
Sus miedos eran esos, porque el no se bajaba el barbijo ni para entrar al baño. Las nuevas cepas del covid y la demora en una tercera dosis, lo hacían cuidarse tomando las previsiones de bioseguridad casi que por instinto.
En esa ocasión transitaba por un pasillo que conduce de la calle Arévalo a la estación del subte. Una chica que compraba paltas (aguacates chiquitos y negros) a un vendedor ambulante, dejó caer una palta que tropezó en el recorrido con los pies de Joshua y este muy atento la tomó y se la dio a la chica. Esa fue una circunstancia que aprovechó Joshua para cordializar.
Le habló de la delicia de los aguacates venezolanos. Las paltas son traídas de otros países de América ya que no se dan en Argentina. Le habló de la "reina pepiada" que se hace con palta. La chica se mostró abierta al diálogo. En general él ha observado que si bien son esquivas con la mirada no lo son a la conversación. Lo ha notado cuando les pregunta una dirección o la vía de un bus.
Él se ha acoplado al habla argentino imitándoles para facilitar el intercambio.
-Sacáme (los argentinos usan tilde en otras sílabas para expresar su imperativa dialéctica, parecen maracuchos) de una duda. Es verdad que aquí las chicas detestan los piropos y denuncian con la policía a los hombres que lo hacen?
-pasá, pasá, algunas reaccionan así o peor- le contestó la chica.
-los tratan de pelotudos o boludos, es verdad?
- si, muchas lo hacés o te pegás!
- Vergación - balbuceó Joshua inaudible
Y tú cómo reaccionas?
-yo practico jiu jitso, sabés qué es?
-si, si, yo sigo el UFC y el MMA por televisión, pero no me gustan las peleas entre chicas, se lastiman mucho la cara. Tú hacés eso?
-no, lo mío es solo sumisión, no usamos golpes.
-entonces no le decís pelotudo o boludo a quién te decí algo?
-prefiero ignorarlo y si se pasá, verá !
Siguieron a la espera del tren ya que coincidían en la linea B, aunque tomarían trenes diferentes.
-me da mucha pena cuando se lastiman la cara en esas peleas, sobre todo que ustedes cuidan mucho su piel. Muchas tienen caras bellas acá.
-Si, pero ahora con los barbijos, no lo sabés!
-tu parecieras tener una cara linda, digo, porque el tapabocas no me deja ver más!
Ella se sonrió, pero no dijo nada!
En ese momento llegó el tren de ella.
-Te propongo que nos bajemos el barbijo para conocernos y reconocernos si nos volvemos a ver algún dia -dijo Joshua apremiado.
-Okey -dijo la pibe fríamente, subiéndose al vagón. Giro su cuerpo y quedó de frente a la puerta que estaba por cerrarse. Joshua bajó su barbijo parado frente a ella en el andén.
En ese momento ella se bajó el barbijo. Joshua la miró atento y se despidió con el adiós de mano. Pero quedó estupefacto al observar que no tenía boca. En ese momento despertó sobresaltado en el banco de espera del andén donde se había quedado en estado de sopor. Hacía un calor infernal ....
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