Sos un hdep
Prólogo En ocasiones, el acto de escribir no nace de la serenidad o de la inspiración artística, sino de una necesidad desesperada de liberar tensiones, de encontrar algún tipo de alivio frente a una situación que parece aplastarnos. Este relato surge precisamente de ese tipo de presión, de la frustración acumulada, de la impotencia de no poder resolver una injusticia que se prolonga día tras día. Oliver, el protagonista de esta historia, se enfrenta no solo a la distancia física entre él y su problema, sino también a una distancia emocional cada vez más abrumadora. Viviendo en Buenos Aires, ha tenido que lidiar con la realidad de ser un extranjero en una tierra donde las normas, los comportamientos y hasta las maldiciones, como la universalmente conocida "hijo de puta", le sonaban ajenos al principio. Sin embargo, ahora esa frase parece haberse adherido a su experiencia cotidiana. Pero no es el caos del tránsito ni los malhumorados conductores lo que lo consume, sino un problema que quedó atrás, en Venezuela, su tierra natal. Su inquilino, un hombre que se ha convertido en una presencia fantasmal y agobiante, representa todo lo que Oliver teme: la pérdida del control sobre su vida, sus bienes y, lo más importante, su paz mental. Este relato, que en su esencia podría parecer una queja común sobre los problemas de los arrendamientos, es en realidad un espejo de algo más profundo: la desesperación de un hombre que siente cómo la injusticia, la impunidad y la lejanía lo devoran. Es una confesión de impotencia, un intento de entender cómo alguien puede apropiarse no solo de lo material, sino de la tranquilidad de otro. Al final, las palabras de Oliver nos confrontan con una verdad amarga: a veces, los verdaderos conflictos no se libran en los tribunales ni en las calles, sino en la mente de quienes sufren en silencio, día tras día, sin saber cuándo encontrarán una salida.
“Sos un hdep"
Está suele ser la afirmación o expresión más recurrente de los argentinos para insultar -putear, en la jerga de ellos- a sus semejantes cuando les hacen disgustar -hinchar las pelotas, en esa misma jerga-.
Oliver tiene ya tres años en Buenos Aires y durante ese tiempo se ha topado con varios hdep, sobre todo en el tránsito, los colectiveros (autobuseros) y los turpiales (taxistas de la ciudad) conducen como bestias, pero el mayor hdep que lo ha atormentado en este último año ha sido a distancia un venezolano en Venezuela: su inquilino. El sujeto dejó de pagarle hace más de un año, cuando se le venció el contrato y desde entonces hasta la fecha todo ha sido un guabineo para desocupar y pagar lo que debe; en fin, cuento y cuento hasta desconcertar a Oliver y luego desconectarse, no hay forma de comunicarse con el sujeto quien al parecer se hace el pelotudo.
Oliver considera que en Venezuela alquilarle a un maula se puede tornar en una situación diabólica, considerando la imposibilidad de obtener la devolución del inmueble en corto o mediano plazo por la vía judicial, gracias al proteccionismo de los inquilinos que instituyó el chavismo . Es una suerte de síndrome del secuestro, como el que padecen -guardando las distancias- los familiares de un secuestrado. La incertidumbre de no saber cuál será la suerte del plagiado, que lleva a preguntarse ¿lo volveremos a ver?, ¿lo liberarán?, ¿estará vivo?. En el caso de un inmueble la última pregunta sería: ¿Alguna vez lo recuperaré, y estaré vivo o en condiciones de disfrutarlo nuevamente?
Ese es su mayor temor. En las noches, su descanso se sume en una trama diabólica que le acosa psicológicamente. ¿Qué se traerá entre manos este hdep inquilino?, se pregunta a diario Oliver desde que el tipo dejó de atender sus llamadas telefónicas y sus mensajes de WhatsApp. Claro, ese bandido se aprovecha de que Oliver vive en el exterior, al extremo del continente; no lo inhibe siquiera la edad de Oliver, ni las dificultades que puede estar atravesando en un país en pleno desmadre como Argentina.
Será que este hdep apuesta a que pasen los años y yo ya no exista, -atina a imaginar la afiebrada cabeza de Oliver- o que mis hijos, todos en el exterior, abandonen cualquier intento de reclamo o reivindicación del inmueble ante las dificultades y costos que implica un rescate a esa distancia. La mente perversa de un hdep no tiene límites ante la posibilidad de quedarse con lo ajeno, y la mente perturbada de su víctima tampoco se sustrae a lo descabellado.
Desde entonces, todos sus días están rodeados de incertidumbre. quizá por ello no logra concentrarse para armar un relato que le vuelva a sus días de afán de escritor. No obstante, hoy optó por drenar su ansiedad relatando ese episodio de su novelada existencia.
No en vano Gay Talese dijo alguna vez “El ser humano es miserable por naturaleza”.
Alquilar en Venezuela es una locura
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