La edad de los miedos
Prólogo
En los pequeños detalles de la vida cotidiana se esconden las historias más inquietantes. Una gota de agua que cae sin cesar, un susurro a destiempo en la noche, o el eco de pasos en la oscuridad pueden convertirse en señales ominosas para una mente entrenada en la sospecha. Ignacio, nuestro protagonista, ha transformado su rutina en un campo minado de hipótesis, donde la vejez y la soledad son protagonistas silenciosos. Este relato, aunque nacido en la ficción, no puede escapar a los cruces inquietantes entre lo imaginado y lo real, como si el destino insistiera en hacer de la ficción una advertencia latente. Aquí, las madrugadas no solo son territorio de insomnios y duchas olvidadas, sino también preludio de lo que el azar, o quizás el descuido humano, pueden desencadenar.
Ignacio representa esa figura contemporánea, reflexiva y un tanto paranoica, que observa a su alrededor con una mezcla de inquietud y resignación, consciente de que la vida se sostiene en equilibrios frágiles. Su relato, aunque anclado en la cotidianidad de un edificio lleno de almas solitarias, nos recuerda que, muchas veces, las señales están a nuestro alrededor, esperando ser interpretadas, mientras el peligro acecha en los rincones más inesperados.
Esa madrugada el monótono ruido proveniente de algún apartamento vecino del piso de arriba despertó e inquietó a Ignacio, le parecía que fuese una ducha abierta que caía sobre la bañera y la tranquilidad de la noche permitía percibir en toda su dimensión, pero después de más de una hora sin parar el chorro, se dispararon las alarmas de la mente afiebrada de Ignacio, que últimamente ha leído una secuela de novelas policiales de Jorge Fernández Díaz y ha escrito también relatos para sus lectores del blog sobre grandes crímenes ocurridos en esa cuidad de clima bipolar y desayunos dulces.
Por un momento pensó que probablemente algo había ocurrido porque nadie dura tanto bañándose, además la pequeña tina de esos baños es solo de uso vertical y el ruido era absolutamente uniforme, no había alguien duchándose - concluyó. Ignacio está cerca de cumplir 69 años, una edad de alto riesgo dónde no deja de amenazar el final de los tiempos. En ese edificio de apartamentos monoambiente viven muchas personas contemporáneas de Ignacio, la mayoría hombres solos, que se hacen acompañar de pequeñas mascotas también en el ocaso de su existencia. Por ello, a su mente saltaron hipótesis probables de lo que había ocurrido a su vecino. ¿Será el señor del bastón del 73?, que últimamente le he visto muy desmejorado, que abrió el chorro y luego le dió un infarto o se quedó dormido?, ¿O será el señor del 71 que está muy chuchumeco?
A Ignacio le llamaba la atención la hora escogida para darse una ducha. ¿Qué hace un viejito de estos bañándose a las 3 de la madrugada?, se preguntaba capcioso mientras buscaba algún cabo suelto en su hipótesis necrofílica. No escuché el golpe de una caída, si fue que se desmayó o mareó - barruntaba arropado hasta la cabeza--. Hacia un frío ártico.
Así, elucubrando, le dieron las 5 de la madrugada, ya sonaban los carros circulando por la calle y otros ruidos propios de esa hora en el edificio. Agudizó el oído y notó que el chorro persistía. Entonces decidió bajar a plantearle al encargado (así le dicen aquí a los conserjes, pero estos de acá se creen ejecutivos y algunos hasta dueños del edificio). Este no le dio mucha bola a la inquietud de Ignacio, le dijo que más tarde subiría a ver qué pasaba. Él como buen sagitariano resolvió ir el mismo a tocar las puertas de las probables víctimas de la edad. Tocó primero en el 73 que es el primer sospechoso por quedar exactamente arriba de su apartamento. Esperó un rato y como no sonaba timbre golpeó la puerta de madera con firmeza. Sintió los pasos acercarse a la puerta, eso lo tranquilizó: "está vivo el pana" dijo para si mismo.. El señor del bastón abrió lentamente y lo reconoció.
–¿Qué le pasa vecino?-- dijo con muestras de cansancio, apoyándose en la puerta.
Ignacio le explicó lo del chorro infinito a media noche y su preocupación porque pudiera haberle pasado algo. También le recordó que Milei acababa de subir el recibo del agua en un 70% y que este consumo era general porque no tienen medidores individuales. El señor le dijo que había abierto la llave para ducharse, se fue a la habitación y se le olvidó, y como está medio sordo no escuchó el ruido del chorro y se volvió a quedar dormido. Que tomaba Alprazolam de 2 mg.
!Ay, caramba! --alcanzó a decir Ignacio al tiempo que su olfato percibió un olor que aumentó su preocupación.
– huele a gas aqui, amigo. Esas hornillas estarán bien cerradas. --advirtió con inquietud.
----Hay una que me está dando quilombo y no cierra bien.
Las alarmas de Ignacio se volvieron a encender. Alertó inmediatamente a su vecino del riesgo con un escape de gas. Produce el sueño eterno una mediana inhalacion y su acumulación puede provocar una tragedia en el edificio si cerca se enciende un fósforo. Abra esas ventanas y arregle eso pronto vecino--- comentó ya sobresaltado. Terminó su visita más angustiado que cuando tocó la puerta. Bajó por el ascensor rápidamente a decirle al pelotudo del encargado que hiciera algo porque había grave riesgo de una explosión. El tipo si pareció preocuparse y dijo que llamaría a primera hora al gasista.
Ignacio se quedó pensando que ese ruido de anoche fue una señal. Tengo sobre mí cabeza una bomba de tiempo. Cuántas habrán en este edificio o en esta calle, que hay tantos panas mayores y solos - comentó con su almohada.
— Será que me busco una novia, no, mejor una mascota, !ja, ja!
..//..
Este relato es ficción, pero curiosamente tuvo un carácter premonitorio. Un día antes de editarlo se incendió un apartamento en el piso 8, una señora que vive sola dejó el calefactor prendido y salió, al parecer hubo un corto. Ignacio llegó cuando los bomberos habían apagado el incendio. No lo podía creer.
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