Aun
en medio de las penurias que soportan los venezolanos en su infierno rojo,
Oliver disfrutaba de una tranquilidad de tendero en su cómodo Penthouse de
Sebucán, desde que su hija menor se fue a las Pampas argentinas en búsqueda de oportunidades, desde luego esa paz era interrumpida por las diligencias para buscar los
alimentos más escasos y por los apagones que en los últimos tiempos azotaron la
capital y le dejaban sin acceso a internet y cable. Su aparición en escenarios
norteamericanos significaba para él un difícil recomenzar en un ambiente tan
diferente. No es nada fácil emprender una nueva vida en el exilio a la tercera
edad y menos con la rigidez de las normas laborales gringas, la barrera del
idioma y sus acentuados cambios climáticos. Su estancia laboral en Dallas le permitió confirmar sus sospechas sobre el mito del sueño americano. Hay que trabajar
todo el tiempo y buena parte del día sin los break, ni
sobremesas a que nos tiene acostumbrados la idiosincrasia venezolana y ni se diga
la pereza que nos trajo la revolución con tanto asueto sin sentido de
prosperidad. Ajustarse a todos esos cambios le ha costado espacios
para escribir y practicar su deporte favorito, hobbies que
ocupaban gran parte de su tiempo en Caracas.
Afortunadamente para él, Texas
tiene mucha población hispana y el flujo de venezolanos es cada día mayor,
muchos coinciden en los restaurantes y sitios de recreación como los campos de béisbol, los Starbucks y los McDonald. En
la ciudad de Dallas, ciudad global al norte de Texas, ha encontrado muchos
maracuchos (así denominan comunmente a todos los zulianos) por lo que le
recuerda su tiempo de la fallida radicación en "la tierra del sol
amada". La mayoría, gente de un pueblo zuliano muy dicharachera: "La
Villa del Rosario". Hasta la urbanización donde reside la han bautizado
"Villa Dallas" en honor a ese conglomerado de "villeros".
Esa
comunidad hace sentir a Oliver menos distante de su familia y de su país. Son
gente afable que hace inmensos esfuerzos por adaptarse a un clima tan opuesto
al zuliano, en medio de un paisaje frío, ordenado, limpio y seguro como
elementos positivos de una ciudad del primer mundo, pero donde el ausente a la
vista es el individuo. Casi todas las personas andan en vehículo porque es una
ciudad diseñada para el desplazamiento a distancia. Muchos venezolanos jóvenes se
dejan ver en máquinas que descollan su cilindrada procurando opacar la
nostalgia por su terruño y su familia.
Entre los
refugiados hispanos destacan ahora los venezolanos que son una especie guerrera
que bregan a cualquier hora de la noche, sábados y hasta domingos. La mayoría
en actividades que los gringos evaden realizar y donde los grados académicos
quedan al margen. Lastimosamente casi todos son jóvenes profesionales, venezolanos y venezolanas como diría la nueva trova "robolucionaria", que huyeron de
la ignominia de la tiranía comunista que encabeza el rufián de Maduro. Los
reclutadores de personal, staffing le dicen los gringos,
cumplen una labor social encomiable aunque ellos también se beneficien. El
servicio de buses en el condado es limitado a determinados Municipios (Dallas–Plano–Irving
y Fort Worth–Arlington). Por
ello los trabajadores se organizan en grupos de whatsapp y contratan a terceros
venezolanos vecinos para el ride que es un aventón o cola paga. Aquí la
gentileza del venezolano se paga y en dólares. La profesión de chófer de Uber
es una de las más codiciadas. Ese excelente y moderno servicio es tan bien
remunerado que hasta artistas venezolanos lo prefieren a un papelucho de
reparto en los canales locales.
Una de los
primeros sitios a visitar Oliver fue el museo del sexto piso, el Sixth
Floor Museum, en Dallas, el lugar desde donde Lee Harvey Oswald mató
al presidente Kennedy, que extrañamente es poco atractivo a los jóvenes
trabajadores villeros inmersos en su rutina laboral un tanto
diabólica.
También visitó con su hijo el acuario, que le pareció estupendo. Le vino a la mente las toninas que en el penoso acuario de Valencia la revolución está dejando morir...
(continuará
......)
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