Siete años después


Cuando Oliver escribió en el pasado mes de mayo el post "Abuelo, dime qué es el chavismo", ficción elaborada a partir de un sueño que tuvo una noche de invierno en Dallas, no imaginaba que su hija Oriana le daría como regalo del día del padre los boletos para hacer realidad ese ansiado reencuentro después de siete años sin verse. La ultima vez que estuvieron juntos fue en Albany, capital del estado de New York, cuando Oliver asistió a disfrutar su segundo U.S. Open,  en el que Federer sería eliminado en su primer round. Pensó que esa derrota presagiaba el final de la era de su majestad. Lo que no suponía era que volver a la Gran Manzana en rol de turista sería en adelante una utopía casi inalcanzable.  Eran otros tiempos y otras las circunstancias. 
Vendrían siete oscuros años del proceso chavista que colmarían de penas e infamias la vida de los venezolanos y de Oliver obviamente, hasta hacerlo "quemar las naves" y optar por el destierro. El crecimiento de su nieta Fabiola solo pudo apreciarlo por videos y fotos de los momentos estelares. No conocía a su nieto Sami  nacido en Montreal, por lo que esta ocasión le resultaba un regalo de los dioses que no se imaginaba cerca, pues su visado canadiense se  había constituido en una carrera de obstáculos  por los constantes impasses del tirano venezolano con el gobierno de Canadá.

Esta vez, al igual que la oportunidad anterior, se vieron en otra cuidad de U.S.A., cercana a Montreal, Canadá: Boston. La sede de los Medias Rojas y del reinado del Big Papi, serviría de espacio rutilante a momentos especiales de ese reencuentro familiar. Ver ahora en persona a su nieta Fabi soñar a las puertas de la universidad de Harvard con ser una pupila de Moises Naim o Ricardo Hausmann, o imaginarse a su nieto Sami bateando un cuadrangular en el Fenway Park con el uniforme de los Medias Rojas, más allá del asiento numero 21 (fila 37 de la sección 42), donde la pegó Ted William, no tiene precio ni repetición. Mi inquieto nieto va a tener físico y talento para esa hazaña -afirma como el soñador que es-.

Fueron -nos cuenta- unos pocos días llenos de nostalgia, bonitos recuerdos y muchas expectativas sobre el futuro de esos chamitos. Caminaron y hasta corrieron felices todos bajo la lluvia en medio de truenos por la calle Boylston, regresando por el vehículo estacionado lejos del Fenway Park, con el alma hecha girones de emociones, bien lejos de la ignominia venezolana, aunque muy pendientes de ese desenlace que parece no llegar.
Ese primer reencuentro en Albany, siete años atrás, tuvo el sello de un nuevo  hobby para Oliver, la escritura. Desde entonces no ha cesado su musa ni su pasión por ver a Venezuela libre. En dos semanas debe regresar a su país, pero le atormenta el escenario que encontrará. Un inframundo le espera y él lo supone. Obligado a volver por temas familiares,  no quiere afectar su visa gringa, Dallas le gustó para quedarse. Espera poder seguir contándonos las desventuras de un "Tom Hanks" criollo en la terminal de Nueva York.





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