Capítulos UNO y DOS Memorias del abismo

Esta publicacion se ha suprimido parcialmente, su contenido es parte del libro próximo a publicarse. No obstante, te copiamos el primer capítulo:


Uno



       !soldado Chávez, guarde silencio, carajo!


       !soldado Chávez, ¿por qué no se calla?!


   –Esas eran las expresiones de reproche en alta voz que se escuchaban con más frecuencia en las filas de soldados de los patios y en los salones de clase de la Academia Militar de Venezuela en el Fuerte Tiuna, durante el primer periodo del curso de formación de suboficiales del año 1971. El díscolo soldado interrumpía constantemente la sobriedad del momento con alguna referencia a las picardías de algún coterráneo de su pueblo natal, Sabaneta de Barinas.  Solo años después, el Rey de España Juan Carlos de Borbón, se atrevería a repetir semejante recriminación al entonces presidente venezolano por su intemperancia cuando hacia uso de la palabra el Jefe del Gobierno español Rodríguez Zapatero. También una valiente dama de la oposición se atrevería a desafiar en el seno del Parlamento al "Comandante", llamándolo ladrón frente a toda la camarilla de seguidores que le hacían coro en el Hemiciclo y aplaudían sin pensar todas sus baladronadas. Ella le cuestionaba las expropiaciones sin pago y sin derecho a la defensa que el tirano ordenaba sin ningún escrúpulo. Desde luego, esa afrenta se la cobrarían muy caro los cobardes pandilleros que lamían las botas del déspota, dándole una felpa en otro episodio bochornoso dentro del mismo Capitolio.



     El mozalbete soldado de rasgos tipo zambo, pero de pelo ensortijado y de origen llanero, había ingresado a la EFOFAC un 19 de marzo de 1971. Desde sus inicios se impuso utilizar su verborrea en los momentos de descanso para ganar adeptos a su proyecto revolucionario "bolivariano" entre los jóvenes que cursaban con él la carrera militar.


    Años más tarde Hugo Chávez fracasaría en su propósito de tomar el poder por la fuerza de las armas para imponer su prédica, pero sabía que ese arrojo era bien visto por la mayoría de la población, hastiada de pésimos servicios públicos y de exiguos beneficios sociales. Los resabios del caudillismo mantenían en muchos la esperanza en la llegada de algún mesías o redentor.


      El teniente coronel,  todo un encantador de serpientes, con habilidades para la copla y el canto, poseía  una verborrea similar a la de un predicador brasileño y precedía cada argumento con una cháchara  bolivariana aprendida en lecturas rápidas de las conocidas obras “Venezuela Heroica” y “La libertadora del Libertador”.  Con un particular carisma para embaucar incautos, parecía poseído por el espíritu irredento de algún amotinado soldado  de la guerra de independencia. Un error comunicacional del presidente víctima del alzamiento militar al presentar por  televisión al insurrecto en el momento de su rendición, la supo aprovechar el felón soldado para proyectarse como líder político.


     En el caluroso pueblo de Yare, ubicado en el centro de ese país suramericano, premiado por los dioses con unas riquezas naturales que lo distinguen del resto de la comunidad del hemisferio, el teniente coronel del ejército, que gustaba lo llamaran “comandante”, en compañía de sus cómplices más cercanos, cumplía una cómoda estancia en prisión, mientras se le seguía juicio por los delitos cometidos en su fracasada intentona golpista.


      Su infame aventura fue, sin embargo, respaldada por una población mayoritariamente marginal e ignorante, quienes veían en ese militar una suerte de redentor de los pobres, cansados del incumplimiento de las promesas electorales de  los partidos del establishment.


     El tipo, muy habilidoso, utilizaba cómo fachada de su proyecto político, los ideales del libertador Simón Bolívar: independencia y libertad. Dos ofertas muy atractivas  que escondían la sumisión a terceros y a la ideología del marxismo leninismo que imperaba en la Cuba de Fidel Castro.


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