Un inversionista fallido/parte ll

 






     Al tiempo que veia languidecer sus esperanzas en la franquicia de Cabimas, Oliver buscó canalizar sus recursos ociosos hacía alguna actividad productiva. Es así cuando aparece en escena Jessy, un vecino de su madre en Sabana Grande, que presumía de la prosperidad de sus negocios. El gordo Jessy buscaba un socio y esa oportunidad no podía pasar desapercibida para Oliver; entonces le planteó su inquietud y éste lo animó a invertir juntos como empresarios en la presentación de una obra de teatro  en San Cristóbal, estado Táchira.


El gordo se jactaba de su pasado como empresario de espectáculos públicos. En los años 80 había traído a esa ciudad al mítico cantante y compositor mejicano Juan Gabriel, el divo de Juárez en sus mejores tiempos. Un taquillazo. Sin embargo, aquellos eran otros tiempos, ahora estábamos en la era de la “revolución chavista” y la propuesta de Jessy era de teatro, una  manifestación cultural con cierto tufillo intelectual, menos atractiva que la farándula.


      La obra a presentar “Esperando al italiano”, había tenido un relativo éxito en Caracas. Pero el elenco de postín: Astrid Carolina Herrera, Carolina Perpetuo e Hilda Abrahamz, unas divas de la televisión venezolana, admiradas protagonistas de celebres melodramas, seguramente atraería  multitudes en la provincia -pensaba la parejita de empresarios-.Ellas quemaban sus últimos cartuchos después del cierre de Radio Caracas Televisión, en las tablas de los pocos teatros que quedaban en pie, luego del deslave político y social que propició el “comandante eterno” con su proyecto castro comunista. 


    A Oliver le tocó ser el anfitrión de esas celebridades. Viajó con ellas a San Cristóbal y se hospedaron en el hotel Castillo de la Montaña, una joya entonces para el turismo por su atractivo diseño. Esa noche debió llevarlas a cenar y a tomar unas copas junto al actor cómico Alejandro Corona el “come nabo”, todo por cuenta de Oliver (vayan sumando). El lucía exultante, estaba encantado con la compañía de un chica fascinante: Astrid Carolina Herrera (Miss Mundo 1984) a quien dedicó las mayores atenciones.


    A él le preocupo un poco que no veía publicidad de la obra de teatro en las calles. Luego Jessy le explicaría que los afiches los había retirado “Corpoelec”, ya que el Gobierno conocía de la manifiesta antipatía de estas artistas por la revolución bonita. Pero Jessy tenía fe en que dos entrevistas en emisoras locales que él había visitado en la semana, le habían dado la difusión necesaria para una buena convocatoria. Otro aspecto que le llamó la atención fue que en esa ciudad solo había ese teatro (el de la Casa Sindical), lo que indicaba que ese género cultural no era el fuerte de los gochos.  El ruido de los sables parece ser el tema predominante en esa sociedad.


    Efectivamente, la primera noche de la obra, menos  de un cuarto de taquilla, tickets gratuitos a empleados de la alcaldía a quienes se les obsequia la entrada como vacuna para obtener el permiso municipal, invitados especiales del ejecutivo regional, otras autoridades, etc. En fin, el italiano nunca llegó. Ni hablar de la segunda. No le pregunten por Jessy.!


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    Después de una enconada disputa con un banco of shore propiedad de un conocido banco zuliano -intervenido al poco tiempo -para que le devolviera sus últimos ahorros verdes, Oliver apenas los recibió los invirtió precisamente en Maracaibo, ciudad donde fue a vivir con su madre, después de su divorcio, procurando la tranquilidad que requería en su tratamiento geriátrico. En esa sociedad Oliver había cultivado relaciones afectuosas con las monjas del Hogar Clínica San Rafael y procuraba atenciones para su madre en el ancianato de ese grupo religioso.

Compró un pequeño apartamento nuevo en la avenida 5 de julio, rápidamente lo equipó y allí se instaló. Pero en ese estado acababan de hacerce elecciones en las que triunfaron los candidatos chavistas a alcalde y a gobernador. A partir de ese momento, como por efecto de alguna maldición gitana, cayeron sobre dicho territorio las siete plagas de Egipto. Los servicios de luz, agua y aseo urbano colapsaron a extremos inimaginables. Los dramas por las colas para poner gasolina eran noticia  internacional y la escasez de productos alimenticios y medicamentos aún persistía.


Ese cuadro patético propició un éxodo de gente del Zulia hacia otras regiones del país y fuera de el, pero también una caída brutal del valor de los inmuebles en Maracaibo. Se descompuso el compresor del aire acondicionado y el ascensor del edificio. Oliver fue uno de los primeros que vendió. Huyó .Tuvo una perdida del 30 por ciento.

Pasaron unos meses de reflexión y unos dramas personales. Fue entonces cuando decidió emigrar. Se fue a probar suerte en Argentina. Al llegar a Buenos Aires lo aconsejaron  unos brokers a invertir en Bitcoin…… (el epílogo de esta historia puede leerse en los post de este blog titulados: “Un destino sin tino” y “Sos un hdep”).


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