Mi “exilio” en Mérida
Plaza Bolívar de Mérida
Para el año
1980, la ciudad de Mérida -que recuerde- era una ciudad de estudiantes, con un
clima muy frio pero de ambiente social muy cálido; "la Ciudad de los Caballeros"
le decían. Siempre me atrajo por su limpieza, orden, flora, vegetación y en
especial su gente. Me convidaba esa pequeña ciudad a vivir en ella, además
porque es la tierra donde nació mi madre.
En 1983,
cuando me desempeñaba como abogado -recién graduado- en el Ministerio de
Energía y Minas, bajo el gobierno de Luis Herrera Campins y siendo Ministro
Calderón Berti, gana las elecciones Jaime Lusinchi (1984-1989) y el nuevo
director de personal, de apellido Arzola, despacho donde laboraba como asesor
legal, me ofrece la Jefatura de Personal de la Región Andina con sede en
Mérida, como una forma indirecta de pedirme la renuncia por ser simpatizante de
Copey (con el tiempo terminé siendo más amigo de los adecos, me parecieron mas
afables), pero a mí me resultaba de perlas esa oferta por el interés que tenia
de vivir en esa pacifica ciudad, razón por la cual acepté la propuesta.
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Olimar y Olinto jr. |
Con la emoción de estrenar una nueva vida nos vamos alegres y dispuestos a asumir ese reto, ya que además contaba con el apoyo de mis tías en La Pedregosa, una bella urbanización en la periferia de la ciudad y la compañía de dos primos fanáticos del futbol.
Mérida era
una pequeña ciudad con dos calles principales (ya serán avenidas), que
atravesaban la ciudad de norte a sur y conocerla era cuestión de poco tiempo, por
lo que si no te inventas una el aburrimiento se instala en tu entorno. En las
primeras de cambio hago amistad con un trujillano (Pascual Carrillo), un gran
"jodedor" muy parrandero y José Herrera, un merideño muy nervioso
(tengo entendido que murió de un infarto), ambos muy copeyanos. Con Pascual me
aventuré algunos domingos a pescar en el rio “Chama” que surca la población de
Tabay (noreste de la ciudad). Apenas pude engañar unas truchas
Río Chama |
Al cumplir
un año en Mérida y sin haber iniciado el post grado por razones que no
recuerdo, comprendí que había cumplido una etapa; hasta la nieve la había
recibido en una de las visitas de campamento que hice a uno de los proyectos
que se desarrollaban en el páramo.
Cuando
creces en una ciudad como Caracas, tan dinámica y bulliciosa, te cuesta
adaptarte a la tranquilidad y el silencio de una ciudad campestre, terminas por
deprimirte. Decido el regreso a Caracas buscando el crecimiento profesional que
no era posible en una ciudad tan limitada como Mérida, pero con la nostalgia de
dejar un hermoso pueblo y unos amigos entrañables. Recuerdo muy simpáticas
anécdotas de las vivencias del grupo.
Las reformas
administrativas que vinieron luego con los cambios de gobierno y la modernidad,
acabaron con las oficinas administrativas. Mis amigos se dispersaron al oriente
y occidente del país. Oviol se vino a Caracas y luego de algunas experiencias
ingratas se regresó a Mérida (No sé si aun vive allá). He sabido de Valiente
-con quien finalmente hice la mayor amistad- que vive en San Felipe, estado
Yaracuy y siempre se dé el por Facebook. De Harold supe que se fue a su tierra
natal en oriente, donde alcanzó alguna posición política aliándose al chavismo.
No supe más del pana Pascual.
No tengo
excusas para haber dejado pasar más de 20 años sin volver a Mérida, a ver por
lo menos a mis tías que ya despiden sus últimos tiempos; salvo por la dinámica
social que nos impuso este régimen, cuyos acontecimientos nos han mantenido en
vilo por 15 años. Espero tener la oportunidad de retribuirles pronto con una
visita, sobre todo ahora que los gochos han dado una lección de vida al resto
del país, por la forma tan valiente como han enfrentado el oscurantismo y la perversidad
de este régimen.
Mi regreso a
Caracas para habitar de nuevo en mi apartamento que había dejado alquilado fue
otro pasaje infame de mi vida, pero eso merece una crónica aparte.
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