Mi adiós a la banca
Mientras dirigía la ONG
denominada originalmente ANAMIBAN y luego IUSBANCA, un amigo en conocimiento de
algunos hallazgos relevantes en la institución bancaria Banvalor, por parte de funcionarios
de inspección de la Superintendencia de Bancos, le sugiere a su presidente que
es también su amigo, la conveniencia de contratarme, dada mi experiencia en el
tema de la supervisión financiera, considerando que yo había tenido una
reconocida experiencia como consultor jurídico de la Sudeban, además de toda la
adquirida como consultor jurídico de un conocido banco zuliano. Este le compró
la idea y no tardó en citarme para ofrecerme una asesoría jurídica a nivel de
la junta directiva del banco. Yo por esos tiempos ya prefería la asesoría
externa de las instituciones, pues mis vivencias en la administración de las
instituciones bancarias no me habían dejado buen recuerdo. Las experiencias en el submundo empresarial bancario, las
miserias de las relaciones de poder y de intereses, la obediencia incondicional por conveniencia,
dejan una lección espiritual que no deseo repetir.
Pero bien sabía que era
muy difícil ser un buen asesor externo sin involucrarse en las entrañas de la institución asesorada.
Conocer sus padecimientos intramuros y las debilidades que perturban su
crecimiento, son elementos indispensables para diagnosticar con eficacia las
expectativas de vida de una empresa.
Cuando la Junta Directiva de ese banco somete a mi escrutinio las detecciones de la
supervisión financiera, me doy cuenta que es una institución gerenciada por
la incoherencia, muy dispersa en la toma
de decisiones, sin planes a largo plazo, que tiene gente valiosa en sus
departamentos, pero la ambigüedad de dirección y
control, la hacen parecer a la deriva. Sus dueños mas interesados en la mayor rentabilidad, descuidan las formas e
interfieren la presidencia.
Los accionistas proponen
hacer un importante aumento de capital (reposición exigida por Sudeban) para cubrir las insuficiencias patrimoniales
detectadas, pero al parecer ya habían ocurrido algunos desencuentros entre los
accionistas (unos hermanos) y el gobierno revolucionario, por lo que suponía un
camino escabroso el que estaba por delante.
No obstante, asumí el reto
de ventilar jurídicamente los cuestionamientos y presentar a las autoridades
financieras la solución financiera mas pertinente. Lo que no sabía era -como lo
suponían algunos- que la suerte ya
estaba echada.
Efectivamente, la
solicitud de aumento de capital que presenta la institución a la Sudeban, a
requerimiento de esta misma autoridad (medida de orden público) es rechazada, so
pretexto de que la principal accionista del Banco (la empresa de seguros) acababa
de ser intervenida por la autoridad aseguradora (gobierno también) con
fundamento en una torcida interpretación jurídica.
En síntesis, Sudeban le
exige que aumente el capital (lo cual solo pueden hacer los accionistas). Pero
después que “estos” desembolsan el dinero del aumento en las cuentas del banco,
le reprueban la autorización formal, con el argumento de que han decido
intervenir al accionista principal. El dinero desembolsado por el accionista queda congelado
en el banco por órdenes de Sudeban; es decir, no puede ser aplicado a la
reposición de capital exigida, con lo cual un activo tan valioso de la empresa
de seguros: el Banco, es conducido a la
quiebra irremediablemente (intervención forzosa). Tan
contradictorias e incoherentes actuaciones son tema para cualquier
obra de teatro del absurdo.
Le demostré a la Sudeban lo
descabellado de su proceder, pero su respuesta fue el silencio. No tenían
argumentos para rebatir los míos. Interpuse entonces un recurso judicial contra
la medida; que ingenuidad verdad, si es la misma Revolución. Recibí la misma
respuesta: el silencio, ahora judicial. Me aparté de la gestión cuando
acordaron la intervención del banco. “Después
del ojo afuera no vale Santa Lucía”, dice el refrán. Luego sus accionistas
se enfrascaron en comunicados de prensa contra el régimen; le echaron mas leña
al fuego. El honorable Don Homero Faria, quien presidía el Banco, llevó la peor
parte, las tribulaciones de la intervención aceleraron su cuadro clínico y su
partida de este mundo.
Volví a mi ONG a respirar
futuro y me impuse presionar -en el buen sentido del término- a la Sudeban,
para que llevara adelante la implementación de la nueva Ley de Bancos que
contemplaba varias disposiciones que IUSBANCA había propuesto. La oligarquía financiera se resistía a
cumplir las nuevas disposiciones legales que restringían muchos de los vicios
del sistema, tales como los grupos financieros, la connivencia con las firmas
de contadores, etc. Se impuso la
oligarquía. Disuadió a los “revolucionarios”. La Ley pasó a ser letra muerta.
Sentí entonces que araba en el mar. “No más” como dijo Durán ante Leonard.
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