Hay países que por sus singulares episodios históricos bien
merecen una enjundiosa obra literaria que recree sus más significativas glorias
o una saga hollywoodense al mejor estilo de “La Guerra de las Galaxias”. Otras,
puede que merezcan una crónica o un cuento de Villoro. Esta que se me ocurrió,
sin muchos miramientos, trata de un país sin rumbo, para muchos, en vía de
extinción institucional.
Es un país que tuvo sus mayores glorias en los siglos XIX y
XX. Hoy yace en la víspera de un
apocalipsis financiero y social, gracias a los desatinos y desvaríos
ideológicos de su último líder y su sucesor en el trono. El nombre de ese país
tan particular fue escogido por un peregrino navegante Florentino cuando le
descubrió, y no sé porqué, le comparó con una bella ciudad italiana que parece
anegada por un rio maloliente. Con la creación divina fue bendecido por los dioses,
con una geografía maravillosa y diversa y un clima regional a escoger, recibió además en sus entrañas en
proporciones inimaginables un producto negro que era la fuente fundamental de
energía en el mundo civilizado. Si bien ello significó un status económico
internacional envidiable, también se tradujo en la perdición de sus líderes
políticos y sociales y por ende, de sus
habitantes. El descubrimiento de pozos de oro negro en ese territorio fue “El Dorado” para los
buscadores de riqueza propios y extraños. Fue así como la conquista de este
pueblo por sus políticos, apuntalados por grandes inversionistas marcó la peor
de las suertes para sus pobladores.
Desde las grandes transnacionales, hasta los magnates del
mundo fijaron en esa nación sus ojos y la oportunidad para multiplicar
ganancias fáciles, para ello sólo determinaron el “Talón de Aquiles” de sus
políticos nacionales: la gloria, la epopeya, o tan solo la posibilidad de pasar
a la historia como ungidos del pueblo y la providencia. Los ricos utilizaron su
poder económico para seducir a esos políticos que pretendían regir los destinos
de esa fortuna eterna. Les convencieron durante todo un siglo de la
predestinación de ese país a ser un imperio o una potencia basada en esa
riqueza natural que la providencia había colocado en el subsuelo de ese territorio.
Les facilitaron los medios para alcanzar el control de la población mediante
diversas estrategias, a cambio de mantenerse conectados al flujo de la riqueza
mineral que despedían las entrañas de ese suelo.
En este país nacieron hombres libertadores y otros más bien
libertarios, que no se limitaron a liberar a su pueblo de los yugos del
extranjero, sino que siempre trascendieron sus fronteras buscando conquistar o
liberar un continente o quizá el mundo entero. La historia recoge eventos de
traición entre sus libertadores o libertarios en esa carrera por la gloria
(sobre estos eventos volveré cuando en el próximo capítulo identifique al
país).
Esos “templarios” unos más épicos que otros, existieron a lo
largo de la historia de ese país, desde antes de su independencia y durante
toda su existencia. Cuando aún quedaba mucho del último proyecto de país en el
siglo XXI, sus últimos pretendidos héroes asumieron la conducción política y
administrativa de ese Estado decadente y cual los músicos del “Titanic”, estos tormentosos capitanes como
poseídos por extraños demonios,
navegaron o condujeron -o tocaron como en el otrora invencible barco-
hasta su inmersión total llevados por la
utopía de la patria prometida.
Bajo el remoquete de una “revolución” que tildaron de
“democracia protagónica y participativa” y so pretexto de pretender una nueva
independencia social y política sedujeron a sus pobladores, quienes en la época
de convicción abandonaron los campos donde cultivaban los productos
alimenticios del pueblo y se sumaron a la vorágine ideológica que les proponía
“rodilla en tierra”, vivir de misiones, dadivas y comisiones, a cambio de
lealtad hasta la muerte.
Ese país tiene episodios en su historia realmente
desconcertantes. Recibió durante década y media el mayor flujo de recursos per
cápita que conozca la historia universal, producto de la comercialización de
ese recurso natural codiciado por las grandes naciones, sin mayor esfuerzo para
extraerlo. Pero la comodidad les envileció, su gente sin formación alentada por
un “vendedor de biblias” se consideró beneficiaria constitucional de regalías y
viviendas. El gobierno entronizado, ya en el último festín de la historia, malbarató
dispendiosamente su riqueza comprando alianzas de países vecinos, inventando
absurdos y ridículos proyectos que solo
sirvieron para enriquecer a los corruptos y bochornosamente alimentaron
por años una maquinaria partidista que solo perseguía mantenerles en el poder.
Hoy, en la etapa final de esa estúpida y fanfarrona épica
ideológica, sus pobladores jóvenes -cual Tom Hanks en la película “La terminal”- deambulan por
los aeropuertos del mundo con la mirada clavada en el desconsuelo, buscando
acogida, paz y futuro, muchas de sus familias dispersas y a lo mejor algunas en
estado de reconciliación, una vez vencidos los odios inoculados por la
dialéctica primigenia y al desnudo la hegemonía comunicacional que el ultimo
gobierno construyó a costa del erario nacional y de la corrupción para acallar
la verdad inocultable de la realidad que acosa a los sobrevivientes.
En la próxima entrega ahondaremos en el perfil de este país y
su gente y muy probablemente en el posible desenlace de los tiempos tormentosos
que hoy lo mantienen en vilo.
Posdata:
Cualquier país que se les parezca a este
cuento es pura coincidencia.
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