El 7mo Festival de la lectura de Chacao
Con ocasión del séptimo Festival de la Lectura de Chacao de este año, coincidí en la Plaza Altamira, en el stand de El Nacional, con Salvador Fleján, una de las nuevas voces en el ámbito de la crónica breve. Estaba buscando con afán algunos ejemplares de los grandes cronistas del pasado. Fleján, que ya ha conseguido cierto reconocimiento por sus crónicas personales y familiares, me pareció el interlocutor perfecto para conversar sobre el futuro de este género y las propuestas de contenido que circulan hoy en día.
No lo conocía personalmente; apenas había visto su foto hojeando uno de sus libros en Lugar Común, la librería que está frente a la plaza, pero alcancé a oír que alguien lo llamaba por su nombre y eso me impulsó a acercarme a él.
—Salvador, leí tu último libro de crónicas —comencé, mintiendo ligeramente, pues en realidad solo había leído la crónica El mentiroso de Bagdad que publicó en Prodavinci—. Está muy bueno. ¿Cómo se ha vendido?
—Bueno, ya sabes cómo están las cosas con la crisis económica... La gente tiene poco presupuesto para libros. La prioridad son los alimentos, el bachaqueo, los dólares. ¿Qué te puedo decir? —respondió con un gesto de resignación.
—Claro, y los precios de los libros también influyen en las ventas, sobre todo si son de editoriales extranjeras.
—No, y también que, cuando no eres famoso, necesitas mercadeo, y eso es costoso. Eso toma tiempo.
—Además, Salvador, hay muchas firmas nuevas, no sé si buenas, pero hay un montón de ensayos políticos en el mercado. Ese tipo de literatura parece estar pegando, y creo que se vende bien. Yo apenas estoy comenzando con un libro de crónicas, algunas personales, al estilo tuyo, y otras con un enfoque más político o histórico.
—Sí, el tema político ha sido una constante en la literatura periodística desde la llegada de Chávez —dijo, asintiendo con la cabeza.
—¿Y tú ya tienes varios libros de crónicas publicados? —le pregunté, interesado.
—No, este es apenas el segundo —respondió, sin vacilar.
—Ah, ok. Una pregunta, Salvador, ¿qué opinas de los temas más comerciales para hacer crónica? Porque recuerdo que el maestro Cabrujas, no sé si en tono de crítica, decía que contarse uno mismo era ridículo, aunque él también contaba sus propias anécdotas.
—Lo que pasa es que la crónica está muy ligada a hechos de la vida real, y la que mejor conocemos es la nuestra. Después, si no tienes material, tienes que recurrir a la ficción.
—Es cierto, aunque Isabel Allende no escribe crónicas, sino novelas, y sus libros más exitosos se basan en sus propias vivencias. El caso de Paula fue un fenómeno literario.
—Claro, y la parte comercial no necesariamente tiene que ver con el tema, sino más bien con el éxito del escritor. García Márquez, por ejemplo, escribió algunas crónicas sobre su vida de bohemio en sus últimos años, y ¡cómo se vendieron!
—Eso sí. Pero los que estamos empezando con crónicas, tenemos que acortar la distancia. Y una estrategia, pienso yo, debería ser contar historias que despierten interés, y que además contengan algún pasaje humorístico o divertido.
—Bueno, pero si me estás hablando de crónicas, tienes que limitarte a hechos que realmente viviste o presenciaste, independientemente de si son o no de interés, y aunque no siempre tengan humor.
—Ese ha sido mi dilema al escribir las crónicas. He buscado en mi pasado anécdotas que puedan tener esos elementos, pero ya se me agotó el repertorio. Parece que llega un momento en que tienes que apartarte de la crónica y caer en el cuento.
—Sí, habría que tener una vida muy llena de acontecimientos. Y eso lo da no solo el tiempo, sino también el estilo de vida, la actividad social, política o comercial.
—Ciertamente —le respondí—. Por ejemplo, veo que las crónicas de Leonardo Padrón se centran en dramas que le cuentan o que él mismo ha vivido, y no tienen nada de humor, sino más bien son lacrimógenas.
—Claro, ese es su estilo. Él es dramaturgo, y ha tenido éxito con esos temas. No me lo imagino escribiendo anécdotas jocosas.
—Es verdad. Se diferencia de Cabrujas, que era tan versátil. Aunque era un excelente dramaturgo, también tenía ocurrencias e ironías en sus textos que te hacían reír, como en El 40 por ciento o El poste.
—Exacto. Tenía una vida llena de anécdotas divertidas, y a los dramas les ponía pimienta, para provocar estornudos en lugar de lágrimas.
—Sí, yo creo que Padrón es más del estilo de Villoro —comenté, mientras sentía el calor pegajoso de la plaza.
—Por eso me gusta tanto el argentino Casciari —respondió, sonriendo.
—Oye, hace un calor insoportable en la plaza. El sol está de playa —dije, buscando un poco de alivio al cambio de tema.
—Sí, creo que las horas para los conversatorios no han sido las mejores. O hay demasiadas presentaciones en la cola.
—Sí, este año ha venido menos gente. Creo que el calor en Caracas ha jugado su parte, y la noche tampoco es vista con buenos ojos debido a la inseguridad reinante.
—Es verdad. La falta de árboles en esta plaza lo hace todo más insoportable. Creo que el Parque del Este sería un escenario mejor para este evento.
—Pero ese parque lo maneja el gobierno, y no es muy amante de estos eventos donde circulan el pensamiento, las ideas y la crítica. Además, esta plaza tiene un valor simbólico para la oposición.
—Cierto, el tema político termina imponiéndose en todas partes, incluso en las conversaciones. Si te cuento, en mis crónicas del libro que estoy a punto de publicar, no pude evadirlo. Es casi una constante en muchas de ellas.
—¿Cómo se llama tu libro?
—Infamias efímeras.
—¡Carajo! ¡Bien comercial el nombre!
—¡Ja, ja, ja!
—¡Fue un gusto conocerte! —le dije, estrechándole la mano.
—¡Igual, Salvador!
Muy buena papà, lastima que fue imaginaria...
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