Capítulo final
Los planes de Oliver de irse a la Argentina parecen complicarse, no solo por las dificultades del mercado inmobiliario que parece petrificado, lo que le impone una paciencia monacal. Su madre sufre los embates de la demencia senil y Oliver comprende que lo mejor para ambos es que su vieja ingrese a una guardería para ancianos donde puedan tratarla especialistas y gente acostumbrada a estos tortuosos dramas.
Por tal virtud decide incluir en su
libro como capítulo final y en honor a su madre, un pasaje de su vida en Sabana
Grande que tuvo mucha significación para la vida de ambos. Es la historia de un
trance infame que relató en una de sus crónicas biográficas como ocurrida a una
tía, pero que realmente a quien ocurrió fue a su madre y por supuesto a el
mismo.
A continuación:
Título:
Tía Rosa en Haití
El
primo Joshua, un abnegado trabajador y buen hijo había contratado por
intermedio de una empresa de reclutamiento en Chacaíto a una muchacha para
servicio domestico de su madre (tía Rosa), en su pequeño apartamento de Sabana
Grande. No se le exigía a la candidata mucha experticia, sino paciencia
para acompañar a tía Rosa que goza de buena salud pero la afecta terriblemente
la soledad. La chica seleccionada para ese encomiable encargo, una gorda
morenaza de nacionalidad dominicana, de apariencia buena gente, de trato afable
y considerada con los gastos, dio buenos resultados en lo inmediato. Una
estupenda cocinera de la gastronomía de su país, preparaba las habichuelas en
todas sus formas y utilizaba bastante bien la “ropa vieja” para resolver
los imprevistos de la nevera; era además buena conversadora, lo que más
necesitaba tía Rosa.
Por
esos tiempos tía Rosa había acentuado sus afanes y discursos supuestamente
acosada por un aparente “realismo mágico” que la mantenía llena de miedos, al
punto que debieron llevarla al psiquiatra. Pero ella era una convencida de la
existencia de los espíritus que la atormentaban en la noche. La cachifa dominicana había hecho buenas “migas”
con la tía quien le daba detalles de las imágenes que veía en espejos y
ventanas. Ésta le tenía toda la paciencia para escucharla y seguirle la
corriente como si de veras compartiera con ella las visiones muchas veces
estrafalarias de los personajes.
Joshua, mientras,
vivía entre Caracas, Valencia y Maracaibo, al son de los requerimientos de la
Consultoría Jurídica de una emblemática Institución bancaria zuliana donde
ocupaba el cargo de Director, con sede en la
avenida 5 de julio de Maracaibo y oficinas regionales en Valencia y
Caracas. No dejaba de preocuparle el tema de tía Rosa, pero como le había
sentado bastante bien la relación con la dominicana eso le transmitía cierta
tranquilidad.
A
los pocos meses, en uno de sus pasos rasantes de fin de semana por el
apartamento de Sabana Grande, mi tía le planteó su deseo de viajar a República
Dominicana en compañía de la muchacha de servicio para descansar unos días y
“verse” con un “babalao”, en esas tierras donde supuestamente saben bastante de
visiones, ficciones y supersticiones. Al
parecer el pueblo de donde provenía la dominicana: Dajabón, fronterizo con
Haití, país famoso en estos menesteres, era ideal para descansar unos días
-pues disponía de una habitación cómoda en casa de su familia ubicada en una
tranquila zona, con una supuesta hermosa vista al rio Dajabón, que
podría arrendarse a buen precio -así como para aprovechar de hacer una visita a
un famoso santuario del pueblo, supongo algo tipo la montaña de Sorte, en el
estado Yaracuy (me vienen a la mente estrofas de la canción “María Lionza” de
Rubén Blades), donde le podrían disuadir de sus fijaciones sobre los personajes
recurrente en sus noches insomnes o al menos le darían alguna explicación
razonable de sus temores y finalmente le indicarían alguna fórmula o ritual de
sanación espiritual.
Oídas
las explicaciones de las bondades de dicho periplo que le ofrecían tanto la
aparente “buena gente” de la cachifa, como mi convencida tía, y en cuenta de su
complicada agenda, Joshua optó por patrocinar dicho viaje. Hasta donde supe de
los detalles, su hermano (mi primo Guillermo) les acompañó hasta el
aeropuerto a tomar el avión de Dominicana de Aviación, que les conduciría a
Santo Domingo. Se veían muy contentas –me dice- con su plan de vuelo y el
itinerario del paseo que comprendía un viaje por carretera desde Santo Domingo
hasta el pueblo de Dajabón. “Feliz viaje” era la consigna de los involucrados
en ese turismo de aventura.
Al
día siguiente Joshua esperaba una llamada de tía Rosa, que le anunciara el
feliz arribo al pueblo de Dajabón. Cuál sería su sorpresa que en la mañana,
estando en una reunión de trabajo, le ingresa una llamada de mi tía al celular
en la que escucha una retahíla de quejas sobre tortuoso viaje y la
conducta de la dominicana, quien al parecer, apenas llegó a su país, asumió
una actitud de mando o dominio sobre mi tía. Joshua no lo podía creer.
Quedó él en llamarle luego, mas
desocupado, para escucharle con detalles su atribulado relato.
Al
medio día intentó la comunicación pero la conexión era imposible. En la tarde
su apretada agenda no le dio chance. En la noche recibió la llamada de su madre
(tía Rosa), quien le puso al tanto de lo que ocurría. Al parecer, la cachifa al
llegar a su país asumió una conducta muy dominante sobre tía Rosa, pretendió
además imponerle destino a los dólares que llevaba mi tía y algunas de sus
afirmaciones al parecer resultaron falsas, entre otras: el recorrido desde
Santo Domingo a Dajabón resultó infame, no era nada cerca como había dicho la
dominicana; una distancia como de Caracas a Maracaibo que hicieron por una accidentada
carretera que le provocó a tía Rosa unos calambres terribles. La casa donde
llegaron no era de su familia sino de unos conocidos. Joshua, aquí me confiesa
su craso error en haber confiado excesivamente en la dominicana y no haber
hecho indagación previa -así fuere referencial- sobre el sitio exacto donde
llegaría su madre.
No
tenía coordenadas sobre la ubicación del pueblo, ni de la casa donde tía Rosa
pasaría esas vacaciones. Estaba dependiendo única y exclusivamente de la
comunicación telefónica con su madre; si esta se caía, se sentiría perdido. Se
le encendieron las alarmas. Pensó Joshua que asumir una posición amenazante
ante la cachifa podía empeorar las cosas. Conversó finalmente con Magaly
(así se llamaba o se hacía llamar la morenaza). Esto lo tranquilizó un poco,
pues Magaly le daba a entender que era la tía Rosa quien no comprendía algunas
cosas o las malinterpretaba, que además
el viaje había afectado un poco a tía Rosa por no haber dormido suficientemente.
A
los días tía Rosa vuelve a comunicarse con Joshua y le reitera la sospechosa
conducta de Magaly. No paraba en la casa donde estaba alojada tía Rosa, además
se soltó el moño como domestica o cuidadora de la tía y se liberó, afirmaba mi
tía. Prácticamente la había dejado a la buena de Dios, a cargo de la pareja de
conocidos de ésta, quienes afortunadamente parecían “buena gente”. Pero un
nuevo hecho a los pocos días hizo preocupar a Joshua: los dólares de tía Rosa
súbitamente habían desaparecido y al parecer la principal sospechosa del hurto
apuntaba a ser Magaly. Esta situación de incertidumbre se instaló en su mente
por otros días más.
Joshua
se llenó de nervios y decidió viajar en busca de su madre, pero no tenía idea
de cómo llegar a ese desconocido pueblo, además, no contaba con las coordenadas
para ubicar la casa. Su madre no sabía explicarle la ubicación. No había un
aeropuerto cerca de Dajabón y el camino que conduce a la casa, según tía Rosa,
era muy engorroso. En su trabajo Joshua tenía serios reclamos de sus jefes
sobre unos resultados del mes que tenían consecuencias financieras para la
empresa. No le resultaba nada fácil tomar un avión y perderse dos o tres días
para buscar a su madre, siendo que a lo mejor no era grave la situación y podía
resolverlo enviando a su hermano Guillermo sin riesgo de perder la
chamba. Pero para variar, Guillermo tenía el pasaporte vencido.
Además, por esos días habían ciertos inconvenientes para bajar a Maiquetía. Se
había derrumbado el viaducto y estaba funcionando la famosa “trocha” para ir desde
Caracas al aeropuerto y no sé que otro percance con los vuelos hacia el Caribe: alertas de huracanes o tormentas,
etcétera; en fin, una trama de suspenso.
Joshua
opta entonces por ponerse en contacto vía celular con la pareja anfitriona,
pues al parecer no funcionaban teléfonos locales en Dajabón o en la casa
donde se hospedaba tía Rosa, y logra una conversación que lo tranquiliza,
además, su madre le confirma la bondad y seriedad que le inspira la pareja.
Pero debe enviar dólares a su madre suficientes para cubrir sus gastos hasta la fecha de regreso
prevista en el boleto y pagar la penalización para cambiarle la fecha de
retorno. Cómo hacer? -se pregunta- para enviar unos dólares a tía
Rosa, si tenemos control de cambios. ¿Será una transferencia bancaria desde
Miami?, pero ello supone la existencia de un beneficiario con cuenta en un
banco de Dajabón. De la pareja anfitriona solo sabe que el hombre tiene
cuenta bancaria pero de un banco en Santo Domingo que no tiene sucursal o
agencia en el pueblo de Dajabón. Pero además del tiempo que ello podría tardar,
se preguntaba: qué confianza podía tener en esas desconocidas personas para
enviarles el dinero, sobre todo que debían retirarlo en una agencia bancaria
tan distante de Dajabón y hacer el inmenso favor de trasladarse ida y
vuelta -vía escabrosa de por medio- a Santo Domingo. Era como mucho
pedir.
Joshua
resuelve entonces algo más expedito, pero de mucho riesgo: enviar en físico los
dólares a través de un servicio de courier que por supuesto tuviese agencia en
Dajabón. El control de cambios en Venezuela prohíbe este tipo de remesas
(Cadivi dixit), y su detección puede suponer serios problemas con la justicia;
pero Joshua no tiene alternativas. Toma una vieja revista de diseños en su casa
y coloca los billetes de cien dólares ($100) entre las páginas centrales; la
envuelve con afán en varios pliegos de papel, consulta en internet las oficinas
de DHL en Dajabón, y ¡aleluya! tiene una en la zona comercial. Toma su Hyundai
“Tiburón” y se traslada raudo y veloz al
más emblemático hotel de la Caracas
próspera (El “Tamanaco”) en cuyas canchas recibía por esos días clases de
tenis. Piensa, allí ese DHL es muy solo y seguramente lo habrán utilizado para
envíos similares. Al llegar observa que el primer anuncio que resalta -pegado
al vidrio de la puerta- señala el artículo de la Ley de Ilícitos Cambiarios de Venezuela
que prohíbe el envió de dinero efectivo a través de encomiendas. Esto no
lo amilana en lo más mínimo; lo suponía -dice- y consigna su encomienda
declarando un valor de colección. Listo. Al día siguiente supuestamente
llegaría el paquete. Llama a su madre inmediatamente y le avisa del envío.
Vendrían unas cuantas horas más de tensión entre Caracas y Dajabón.
A
los dos días su madre se traslada en compañía de la pareja a retirar la
encomienda en DHL, muy nerviosos todos. Cuando reciben el paquete lo abren con
desesperación. Efectivamente la revista contenía el dinero esperado. La tía
-nos confesaría luego- siente un gran alivio en su pecho.
Lo
demás fue tramitar el cambio de boletos, pagar la penalización y dejarle el
resto del dinero a la pareja, quienes le acompañaron bondadosamente a Santo
Domingo, hasta subirla al avión. Magaly -la descarada- también la acompañó para
despedirse, pues no regresaría a Venezuela “por ahora”, según dijo.
Al
aterrizar en Maiquetía, Joshua esperaba con impaciencia el arribo de su madre,
quien apenas bajó del avión le llamó para decirle que se sentía liberada de un
secuestro. Auxiliada por los empleados de la aduana que le acompañaron y cargaron
sus maletas hasta la puerta donde los familiares esperan a los pasajeros,
Joshua la abrazó en medio de lágrimas. ¡Esto nos pasó por confiados hijo!
alcanzó a proferirle mi tía Rosa.
Cuando
subían de Maiquetía, Joshua le confiesa a su madre que horas antes de bajar a
recibirla, se le ocurrió marcar el teléfono celular que le había dado Magaly
cuando comenzó a trabajar en la casa, y la sorpresa: sale una grabación
con la voz de Magaly con una voz muy sensual, ofreciendo sexo virtual. ¡Qué
riñones, esa tipa, mamá!
-Sí,
y qué estúpidos nosotros, hijo -Afirmó con enfado la tía Rosa.
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