Las nuevas clases sociales




---

Una tarde en Los Cortijos

Era un jueves cualquiera, pero la nostalgia le dio a Oliver un motivo para aceptar la invitación de Chúo, un viejo amigo de la "cuarta", para conversar en el club Los Cortijos. Chúo, siempre discreto, estaba evaluando la posibilidad de vender su acción en el club, y Oliver quería escuchar más sobre el asunto. Se acomodaron en el cafetín, un lugar con una vista privilegiada: desde allí podían contemplar las canchas de tenis y, al fondo, la imponente silueta del Ávila, majestuosa como siempre, desafiando el caos de la ciudad. Ordenaron un par de cervezas, el preámbulo ideal para rememorar viejos tiempos.

Entre sorbos de cerveza, comenzaron repasando el destino de los amigos comunes que habían dejado atrás desde sus días en la antigua sede de Sudeban, allá en los predios de San Jacinto. Chúo, con su característico tono entre sarcástico y resignado, señaló:
—Algunos mantuvieron su honorabilidad y sortean las penurias económicas con dignidad. Otros, no sé qué hicieron, pero ahora viven como ricos.

Oliver levantó una ceja y añadió:
—Sí, de esos que pasaron de un apartamento modesto a mansiones en el Country Club. Pero bueno, Chúo, la riqueza siempre ha sido un tema interesante, ¿no crees?

La conversación derivó entonces en una disertación filosófica sobre el origen de la riqueza. Oliver, que siempre había tenido dotes para el análisis social, comenzó:
—Mira, yo creo que, como en todo grupo profesional, hay quienes progresan y otros que se quedan estancados. El tiempo, las oportunidades y los talentos definen las posiciones sociales.

Chúo asintió, pero replicó:
—Claro, pero no olvidemos que esas "oportunidades" pueden ser honestas o deshonestas. Y, siendo sinceros, las deshonestas suelen ser más productivas.

—¡Exacto! —respondió Oliver—. Aunque hasta para eso hay que tener talento. Sin talento, ni siquiera un corrupto logra mantener su riqueza; termina dañando todo a su paso.

Chúo, intrigado, preguntó:
—¿Y tú cómo clasificas a los ricos entonces?

Oliver se acomodó en su silla, disfrutando del papel de expositor, y respondió:
—Es sencillo. Los ricos se dividen en dos tipos: admirables y miserables.

Ricos admirables y miserables
—Los admirables son aquellos que construyen su fortuna con talento, honestidad y esfuerzo —explicó Oliver—. Deportistas como Federer o Messi, artistas como Shakira u Óscar D'León, y empresarios como Bill Gates o Steve Jobs entran en esta categoría. Claro, también hay quienes intentan aparentar ser admirables a fuerza de premios comprados o campañas mediáticas. Pero a esos los desenmascara el tiempo.

Chúo, ya más animado, preguntó:
—¿Y los miserables?

—Ah, esos son fáciles de identificar. Los delincuentes de cuello blanco, los "bolichicos", los nuevos ricos del chavismo... todos esos que pasaron de La Candelaria o San Martín a mansiones con yates en La Lagunita. Sus fortunas son el resultado de guisos, contratos amañados y desfalcos. Y no olvidemos a los narcosobrinos, una subcategoría de estos miserables.

Chúo rió, pero luego se quedó pensativo.
—¿Y qué me dices de la clase media?

La clase media en la revolución
Oliver suspiró antes de responder:
—La clase media alta es una mezcla. Hay profesionales exitosos y también pícaros que no lograron llegar a las grandes ligas, pero viven aparentando. En cambio, la clase media baja está formada por los profesionales y emprendedores que la revolución arruinó. Muchos han caído en la pobreza real, mientras sus hijos dudan en formar familias porque no pueden permitirse ni una vivienda.

—Es verdad —dijo Chúo con un deje de melancolía—. Hemos visto a muchos quedarse en el camino.

Oliver sonrió con amargura.
—Sí, y algunos, como nosotros, todavía nos resistimos a aceptar nuestra realidad. Por eso estoy aquí, Chúo. Si logro comprar tu acción, quizás pueda mantenerme como clase media baja. De lo contrario, tal vez ya sea un pobre guevón que no lo quiere admitir.

Ambos rieron con ironía, pero la broma tenía un trasfondo incómodo. La conversación se desvió hacia los bancos y sus políticas de crédito, y, como siempre, terminó en una reflexión sobre el país.


Chúo, con una carcajada, recordó aquella vieja campaña publicitaria del gobierno:
—¿Te acuerdas de la clase media "en positivo"? ¿Qué habrá sido de esos bichitos?

Oliver no pudo contenerse y respondió entre risas:
—Seguramente terminaron como nosotros: aquí, rumiando su arrechera con una cerveza.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, dejando que el Ávila fuera el único testigo de su resignación




Comentarios

Entradas populares