El visitante



El visitante


(Esta ficción es una adaptación de este autor a la aclamada crónica: “El Intermediario” del escritor argentino Hernán Casciari )

Hay dos personas que suelen tocarte el timbre a la hora de la cena, el conserje del edificio o el vigilante, ambos para darte alguna mala noticia. El conserje para decirte que van a quitar el agua, que te apures a bañarte o el vigilante para avisarte que te rayaron el carro. Ambos con cara de mensos y una sonrisa amable que provoca cerrarles la puerta en la nariz.
Pero no se trataba de ninguno de estos pájaros de mal agüero. Era un sujeto con una carpeta en mano. Me imaginé que era un vecino miembro de la Junta de Condominio que supuse buscaba firmas para joder a alguien que estaba jodiendo a la comunidad. Entonces él inesperado vecino, que no era tal, sacó una planilla, me miró, y dijo algo que no estaba en mis planes.
—Disculpe que lo moleste, señor Oliver, pero nos consta que usted cae fácilmente en la tentación de las mujeres.
Eso fue lo que dijo. Textual. Ni una palabra más, ni una palabra menos.
Que supiera mi nombre no fue lo que me dio miedo, porque esos registros los tienen desde que te mudas al piso. Tampoco la acusación moral, que pudo haber sido casual, pues quien no es o ha sido infiel. Lo que me aterró fue la frase "nos consta que".
Desde que el mundo es mundo, nadie que use la primera persona del plural es buena gente. Pero la frase "nos consta que" indica, además, que alguien anduvo revolviendo cosas en tu pasado. Y quien la pronuncia nunca es tu amigo, porque habla en representación de otros, y esos otros siempre son los malos. "Nos consta que" es una construcción que sólo usan los esbirros del Sebin, los abogados de tu ex mujer y las operadoras de Movistar.
—¿Me equivoco, señor Oliver? —insistió el supuesto vecino al notarme disperso— ¿Es usted infiel por naturaleza?
—Son las ocho de la noche y voy a cenar, tengo hambre. —le dije—. A esta hora soy lo que tú quieras,
—Lo más rápido es que me diga la verdad.
— Mira pajarito  –le increpo- te salvas de que te cierre la puerta en la cara porque mi esposa está de viaje.
—Eso lo sabemos, eso lo sabemos —dijo, sonriente—.. Pero también estamos al tanto de que usted sucumbe fácilmente a las tentaciones de la belleza femenina. Sabemos de la bofetada que se ganó por tocar un trasero en el colegio.
Mi corazón dejó de latir. Esto me ocurre siempre que el pánico me sorprende en una situación infame, que me vuelve a mis secretos más escabrosos. Y entonces la memoria me llevó, rauda, a una mañana imborrable de mi escuela primaria.
Recuerdo que estudiando tercer grado, tenía una compañerita de clases que sobresalía por su esbelto cuerpo, pero fundamentalmente por su hermoso trasero. No era mi edad como para estar pendiente de tales detalles, al menos en esa época los chamos eran medio quedados, ahora  las generaciones han cambiado mucho, para bien o para mal.
Un día en el receso yo estaba sentado en un banco y ella pasó y se detuvo a conversar con otra compañerita y al agacharse  a recoger algo del piso su pompis y el picón quedaron exactamente dando a mi cara. Creo que desde muy pequeño he sido admirador de la belleza femenina. No sé qué me pasó, pero mi instinto pudo más que mi cordura y reaccioné inocentemente dándole una palmadita a su trasero. Ella, obviamente reaccionó dándome una sonora bofetada que me dejó atónito. Quedé como en estado de shock. Lloré mucho ese día, no sé si mas por el dolor o por la pena. Ese trance infame producto de mi osadía infantil jamás lo olvidé como el primer acto estúpido de mi vida
Nunca jamás le he contado esto a nadie. Y ésta es, de hecho, la primera vez que lo escribo. El hombre que había tocado a mi puerta, sin embargo, conocía la historia.
—Usted no puede saber eso —susurré. Ya no lo tuteaba.
—No se asuste, señor Oliver —me dijo—, y permítame pasar, será sólo un momento.
No se le puede negar el paso a alguien que sabe lo peor nuestro, lo nunca dicho, lo escondido. Yo debo tener tres o cuatro secretos inconfesables, no más, y el señor que ahora estaba sentándose a mi mesa sabía, por lo menos, uno. ¿Qué quería de mí este hombre? ¿Quién era?  ¿Que se proponía con esa pregunta?
—No importa quién soy —dijo entonces, leyéndome el pensamiento—. Y no quiero nada suyo tampoco. Sólo deseo que evalúe las ventajas de ser fiel. Usted no puede vivir violando el  noveno mandamiento.
— Qué prohíbe el noveno —le inquirí con cierta pena—

— “No desearas la mujer de tu prójimo”.
Respiré hondo. Creo que hasta sonreí, aliviado.
—¿Eres evangélico? —exclamé— Casi me haces cagar del susto.
—No soy evangélico —interrumpió.
—Bueno, Testigo de Jehová, lo que sea... Bueno de ésos que tocan el timbre a estas horas. Un rompebolas de los últimos días.
—Tampoco —dijo, sereno—. Pertenezco al grupo religioso bolivariano El hombre nuevo, una comuna de salvación espiritual.
— Mire mi pana no se qué coño buscan ustedes conmigo. Pero te digo una vaina, si algo ha logrado la revolución chavista es acabar con la infidelidad en la clase media. Porque ahora con los precios de los restaurantes, bares y moteles, lo más que podemos invitar a un culito nuevo es a una barquilla en el McDonald´s. Ni unas piches cervezas se pueden pagar porque te descuadra el presupuesto de la semana.
—Pero señor Oliver queremos que usted ni lo piense. Que no se sienta atraído por otras damas y menos si son casadas.
—Mira brother, no sé quién coño te mando a ti a ladillarme con esta estupidez. Tú eres pajuo o uno de los milicianos de Maduro. En qué país tu vives?. No sabes que aquí no se puede salir a joder después de las seis de la tarde porque lo más seguro es que te secuestren, te atraquen en el propio restaurante o te peguen un tiro. Cómo entonces ustedes pueden imaginar que uno va a pensar siquiera en salir a joder con otra. Además yo estoy como viejo para esa foto.
—Pero señor Oliver, si usted  ingresa en nuestra comuna, se sentirá contribuyendo a la formación de nuevos hombres respetuosos del noveno mandamiento de la Ley de Dios.
—No me jodas pana. Yo estoy bien así —le dije.
—Eso no es verdad, señor Oliver. Sabemos que ustedes los católicos no lo son por convicción, sino por comodidad o tradición familiar. Muchos  van a la iglesia solo a pedirle a Dios; otros a presenciar bodas para burlarse de las ridiculeces de esas ceremonias y otros por compromiso social. Algunos descarados solo la visitan cuando se casan.
—Bueno y en qué me beneficio yo metiéndome en esa comuna. Acaso me van a dar la bolsa de los CLAP o me van a apurar mi pensión del seguro social?
—Nosotros no compensamos con bienes materiales el desprendimiento.
—Bueno y qué personajes del Gobierno se han incorporado a esa comuna, porque con la fama de maricos y corruptos que tiene la mayoría, no me gustaría asociarme con esas joyitas.
—No señor Oliver, los del gobierno tienen su propia comuna que preside Osmel Sousa.
—¡Ja ja ja! Yo creo que ustedes, tan fanáticos de la monogamia, deberían buscar convertir a los hombres que profesan el Islam. Que esos carajos viven al mismo tiempo con tres mujeres y felices los cuatro.
—¡Por favor,! señor Oliver, aquí tiene la planilla para que me la firme ….
Ring…. ring …ring… (Sonó el teléfono).
Era mi esposa llamando desde Panamá.
¡Aló!, mi amor, qué bueno que llamaste. Me había quedado dormido. Tuve una pesadilla estupidísima con esos chavistas.!
—¿y qué soñaste?, cuéntame.
—Una vaina loca, olvídalo …




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