Ortega y Gasset, 17-34
Un mes después de su llegada a Buenos Aires, Oliver se ve forzado, abruptamente, a abandonar Palermo, el barrio donde había planeado pasar tres meses de descanso. La calle Ortega y Gasset, número 17-34, fue el escenario de otro adiós en su vida, una más de las tantas despedidas que ha hilvanado en medio de un dilema existencial, mientras busca refugio para su mente atribulada. Durante ese corto tiempo, recorrió poco la ciudad. Prefirió disfrutar de la serenidad en paseos por el barrio, acompañado de su mascota, y algunas visitas a los Bosques de Palermo para trotar junto a su hija Oriana.
Conmovido por la tranquilidad de la ciudad, animó a su hijo en Venezuela a apresurar los trámites migratorios, sugiriéndole que también buscara esperanza en esa tierra de gente amable. Mientras tanto, Oliver consideraba encontrarse con su exesposa para definir sus planes comerciales y la incierta relación que los mantenía en un estado catatónico. Pero todo cambió cuando recibió la noticia del accidente de su madre en Venezuela, una revelación que trastocó sus planes y ese "segundo aire" que tanto necesitaba.
La incertidumbre lo invade, atormentado por el desamparo en el que ha quedado su madre, la vieja Rosa, en la infernal Caracas. Sin más opciones, decide regresar para enfrentar las vicisitudes de su convalecencia y recuperación.
No hubo tiempo para construir sueños, ni siquiera para iniciarlos. El regreso a Venezuela llegó demasiado pronto, y Oliver sospecha que será difícil, si no improbable, retomar el proyecto que lo llevó a Buenos Aires. Con tristeza, asume que Palermo fue solo un breve paseo por las nubes. Recordará, sin embargo, dos momentos estelares de su estancia: su participación en el X Festival Internacional de Literatura (FILBA) y la cena familiar en un restaurante japonés de los Bosques de Palermo, con motivo del cumpleaños de su hija.
Con el pesar de un desterrado obligado por el infortunio a volver, Oliver llega a Maiquetía. Enfurecido, enfrenta la realidad venezolana. Los taxistas del aeropuerto lo conminan a pagar una suma exorbitante, equivalente a dos salarios mínimos, por el trayecto a Caracas. “¡Qué abuso el de estos bandidos!”, murmura mientras sube a la camioneta. "¡Cobra más el taxi que la línea aérea por un vuelo nacional!", susurra, irritado. Sin más remedio, rumiando su frustración, se resigna al viaje.
La desesperanza es su única compañera mientras atraviesa la carretera. Siente que regresa a un país fantasma, y esa sensación lo acongoja. Buscando alivio, convierte su angustia en poesía:
"Venezuela, ¿acaso eres un fantasma?"
El título de su poema emerge en su mente al llegar a Sebucán. No tiene patria, porque no se adquiere una nueva con solo desearlo. Su patria era su familia, su Ávila, sus amigos. Pero sus hijos se han ido para no volver. El Ávila, que antes lo inspiraba, ahora luce triste y apagado, y ni siquiera lo anima la idea de volver a subirlo. De sus amigos, pocos quedan. Algunos fueron barridos por la escasez de medicamentos y partieron al cielo, otros lograron escapar del hambre y la falta de oportunidades, sumándose a las caravanas de la diáspora. Los que quedaron, parecen zombies, como en el capítulo final de "Exterminio".
“¿Por qué regresas si ya no tienes patria?”, se pregunta a sí mismo. "Porque mi madre sobrevive a pesar de las penas de la ancianidad", se responde. "Porque soy de los hijos de las últimas generaciones que aún demuestran amor por sus padres. Las nuevas generaciones ya no traen ese chip."
Entra al edificio Chamonix y lo envuelve la tristeza. El edificio parece un espectro: no hay voces, ni alarmas, ni puertas que se cierran. “Ni las guacamayas del parque subieron a saludarme”, piensa. “¿Será que también compraron boleto sin retorno?” El silencio lo abruma. Cuando caiga la tarde, sabe que necesitará un ansiolítico para no llorar.
Enciende el televisor, y Globovisión anuncia el adiós de otro venezolano ilustre que se va sin ver el final de la película: Teodoro Petkoff ha fallecido. Con él, se apaga una de las últimas luces de su generación. "¡No habrá otro Tal Cual!", murmura.
Y en ese momento, Oliver duda si habrá para él otro Ortega y Gasset.
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