El ocaso de los gritos
Recuerdo hace años cuando el difunto Chávez era objeto de
grandes cacerolazos provocados por sus constantes atrocidades, que una señora
vecina del edificio aledaño a donde yo vivía en Los Palos Grandes, daba unos
gritos destemplados acompañando el estruendo de los timbales y las ollas. Estos
gritos con que profería sus deseos fatales sobre Chacumbele iban in crescendo a medida que el galáctico se encadenaba o cuando
anunciaba alguna de sus atrabiliarias acciones como las expropiaciones de empresas o los
despidos de PDVSA, y cada vez los gritos lucían más estremecedores y
espeluznantes. Yo le comentaba a mi
esposa, que esa vecina iba a parar en un manicomio, si no caía Chávez pronto o terminaría lanzándose de
ese balcón. De verdad, me producía
mucha pena el dolor que transmitía esa vecina. Nunca supe de qué apartamento
provenían sus gritos. Al tiempo me mude de la urbanización y no supe el desenlace
de esta atormentada señora. Cesaron después los cacerolazos cuando los
cacerolantes se cansaron de no ver
resultado a ese tipo de protesta, y también cuando el oficialismo optó por
utilizar el cacerolazo como forma de expresar alegría, saboteando como siempre lo hacen, las vías pacíficas y democráticas de expresarle repudio la oposición. Recuerdo
que también comentaba en mi casa que esos gritos los escuchábamos solo nosotros, los que estábamos igualmente protestando, porque a Miraflores no llegaban ni aturdían
esos gritos, ni el ruido de las cacerolas, y los chavistas y los barrios poco
le paraban a esas protestas porque esa gente están acostumbrados a escuchar en
los cerros, casi a quemarropa, ruidos mas
aterradores que el sonar de una olla, como por ejemplo, la descarga de una 9
milímetros o una ametralladora, en los ajustes de cuentas, o los gritos dramáticos de auxilio de algún
vecino moribundo en un callejón del barrio.
Esto viene a cuento porque veo en Facebook
y Twitter que varios de mis contactos,
como mi profesor Henrique
Meier Echeverria, desde España, o ilustres opositores como Juan Carlos Sosa Azpúrua, Enrique
Aristeguieta Gramcko y tantos otro conspicuos
foristas, respiran su descontento y repulsa contra el Gobierno y contra sectores de la
oposición colaboracionista en la mejor prosa posible, dan sus mejores
argumentos en un lenguaje nítido y preclaro. Pero lamentablemente esas manifestaciones y opiniones, como los
gritos de la señora, no llegan al cerro,
y a los mejor, si las leen, no las comprenden en su mayoría. Y los chavistas
talibanes obviamente no le paran. Yo también durante un buen tiempo descargaba
mi bilis en Facebook contra el gobierno, pero he disminuido esa pasión, no vaya
a ser que pare como la vecina de Los Palos Grandes.
Creo que hay que inventarse algo más
creativo que las redes para llevar los mensajes de protesta y cuestionamiento a
los sectores populares y al Metro, si es
posible, en la jerga popular. Nada de lechuguinos.
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