"La clase media ya no toma Coca-cola"

 

Esta afirmación la colgó Ignacio en su Twitter  en días pasados y se hizo tendencia. Me cuenta que inmediatamente saltaron algunos guerreros del teclado a reclamar tal aseveración. Él piensa que los sobrevivientes de ese ahora exiguo grupo social no se incomodarían por un atrevimiento como este. Que seguramente son recién vestidos del chavismo llamados ahora eufemísticamente “enchufados”, que con sus riquezas mal habidas y subidos en lujosas 4x4, pretenden hacer creer que siempre han sido clase media, pero como dice la canción “por más que se tongoneen siempre se les ve el bojote”.

Que su afirmación no pretendía cuestionar la marca, la cual más bien le parece más sabrosa que la otra cola negra de la competencia. Coca-cola liga mejor con la “Cubalibre” que cualquier otro refresco, como lo señalara recientemente Carolina Herrera, una dama de exquisito gusto.

Él considera que el famoso futbolista Cristiano Ronaldo tampoco quiso hacer un desprecio a la marca en medio de una rueda de prensa, con su gesto sugiriendo que, en ese instante, prefería agua.  Esa es una conducta típica en un deportista, un vegano o un vegetariano. Pero claro, se trataba del gran CR7, y eso tuvo impacto en el valor de las acciones de esa firma.

Con su afirmación Ignacio solo pretendía llamar la atención sobre el empobrecimiento de la antigua clase media-media y media-baja, que prácticamente ha desaparecido, ya sea por efectos del desmadre de la economía socialista, potenciada con la diáspora y ahora la pandemia. Que esa gente eran los grandes consumidores de ese producto, incomparable para acompañar un plato de buena pasta o una botella de ron venezolano. Que sus vestigios se han visto forzados por la hiperinflación y la especulación a optar por algunas imitaciones de cola negra que han surgido en el mercado y se venden por la mitad del precio de estas emblemáticas marcas, que quizá son más dañinas a la salud que las tradicionales Coca o Pepsi.

Que le preocupa la suerte de los sobrevivientes de este sector de la clase media, a la que él perteneció.  Sé –me dice- que algunos venezolanos se mantienen aferrados a ese estrato social en extinción a costa de rezagados ahorros en dólares en el Bank of América, que van palo abajo, pulverizados por la peculiar dolarización/especulación del mercado de alimentos y medicinas en Venezuela. Que otros ya se tambalean, zigzagueando entre lo que eran y lo que ahora se niegan a ser: pobres. Se resisten, maquillando su estatus social con precarios ingresos en dólares, producto de matar tigres, vender sus joyas, pinturas, muebles, autos   o hasta  pequeños inmuebles, emprendimientos de corto aliento o exigiendo aumentos  de la mesada de los hijos en el norte, la mayoría haciendo de delivery o dishwasher.

Otros más atrevidos, insisten en visitar establecimientos como McDonald´s, Arturo´s y otros reservorios de esa moribunda clase social, hoy suplantada por arribistas y enchufados que no ocultan sus vínculos verde oliva.

Que esos sobrevivientes, muchos de la tercera edad, solo podrán aparentar su estropeada distinción social  hasta cuando se enfermen seriamente, porque ya no bastarán sus disminuidos ahorros en dólares, ni las mesadas del exterior, para cubrir las costosas intervenciones quirúrgicas y tratamientos médicos en clínicas venezolanas. Entonces, deberán sucumbir a la tragedia del venezolano de a pie: inmolarse en la desidia, abandono y miseria de los hospitales públicos.