El bribón que se ganó un país en la lotería política




Esta es la historia de un país occidental cuyos habitantes, agotados por las constantes decepciones de sus gobernantes, entregaron el poder a un oportunista y hablador insufrible. Tras asumir la presidencia, este personaje no supo hacer otra cosa que derrochar recursos y extender sus locas ideas -cual Napoleón- por todo un continente.  Al cabo de un tiempo, le dio por morirse para que su carnal, un personaje insignificante y sin escrúpulos, pudiera continuar su plan perverso. 

El oportunista, un soldado con fama de predicador evangélico y amante de las coplas, las garzas y el sol, se había enlistado en el ejército con el sueño infantil de convertirse en lanzador de los Yankees de Nueva York. Era un hombre disparatado, convencido de que los ejercicios en los cuarteles lo llevarían a las Grandes Ligas. Sin embargo, fue en el ejército donde desarrolló una obsesiva admiración por un héroe de la independencia, el libertador Simón Bolívar. De manera casi compulsiva, repetía las palabras de este prócer, como si se tratara de una misión divina. Solía hablar solo, rodeado de sombras y fantasmas de la independencia, y juraba tener encuentros con el héroe de Caracas.

Intentó un alzamiento militar, aunque su valentía solo consistía en incitar a otros a arriesgarse mientras él permanecía a salvo. Ante el menor indicio de peligro, agitaba su pañuelo blanco y se rendía. Pero una noche, en ausencia de un líder opositor capaz de hacerle frente en las elecciones presidenciales, postuló su inflada valentía y, sorprendentemente, un coro de ingenuos ilusionados lo llevó al poder. Así comenzó una versión distorsionada de la película “Desde el jardín”.

El nuevo presidente tomó al país como rehén, inventando decretos y medidas autoritarias y populistas. Con su retórica redentora, adoctrinó los cuarteles y compró la lealtad de los batallones y la obediencia de los jueces con prebendas. Regaló a manos llenas las riquezas naturales a los aliados de su desenfreno. Cuando sus desvaríos se tornaron insostenibles, ideó su propia salida: una enfermedad terminal que marcó su teatral despedida.

Tras su desaparición, el ahijado con rostro de bobalicón fue elegido en unas elecciones amañadas para perpetuar las excentricidades de su mentor. Este nuevo mandatario resultó ser aún más estrafalario, al nivel del dictador africano Idi Amin Dada. Llevó al país a una crisis financiera sin precedentes, creyendo que eliminando dígitos de la moneda reduciría la deuda, pero solo logró arruinar a la población. Su teoría económica, “cero mata cero”, era una absurda joya.

En medio de esta tragedia, una tercera parte de la población optó por huir, con los jóvenes escapando a los confines del mundo en busca de una vida mejor. Familias, hogares y matrimonios se disolvieron en la migración. Los que decidieron quedarse sufrieron un infierno de privaciones y desesperanza.

Este segundo bribón fue presionado por potencias extranjeras para que abandonara el cargo, pero su temor a enfrentar la justicia y acabar como otros dictadores lo mantuvo aferrado al poder. Sus adversarios políticos agotaron todos los recursos legales y hasta llevaron a cabo intentos ridículos de derrocarlo. La torpeza de sus opositores fue tal que el líder salió indemne y se convirtió en motivo de burla para la comunidad internacional.

Hoy, los desventurados habitantes viven entre la nostalgia de un pasado mejor y la esperanza, siempre esquiva, de una redención que no llega. Entre historias de resistencia, exilio y pequeños actos de valentía, el país sigue en pie, luchando por recordar que, tras cada tragedia, hay quienes sueñan con un nuevo amanecer.

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