Reláfica de un mal lector
Ignacio sueña con escribir una novela, aunque no es un amante del género. Piensa que se necesita la tenacidad de un lector compulsivo para devorar una novela en pocos días —o incluso en horas—, o una memoria prodigiosa para retomar la trama con claridad tras una pausa de varios días.
"Escribir una buena novela requiere mucha dedicación, investigación, prosa rica y una paciencia oriental", reflexiona con resignación. "Nunca he tenido esas cualidades, y menos ahora, en la vejez". Por eso, prefiere tanto leer como construir cuentos y crónicas.
Claro, hay novelas cuya trama y prosa te atrapan al instante, haciendo que quieras llegar al final sin descanso. Pero esas son raras y difíciles de encontrar, como si hubiera que buscarlas con lupa. Ignacio se ha vuelto un lector exigente y no encuentra novelas fascinantes fácilmente, salvo en ciertos autores. Y aunque no es un lector empedernido, sabe que terminar una novela es un reto. Deja muchas a medias cuando se vuelven "francesas" o demasiado indescifrables.
Para él, los relatos —ya sean novelas o cuentos— deben contar algo comprensible y placentero. Cree que los acertijos y el lenguaje oscuro deberían dejarse para los filósofos, o peor aún, para los políticos, que con su ambigüedad y dispersión atraen a más incautos. "Es casi temerario emprender una novela sin tener esas habilidades", dice con una mezcla de ironía y autocensura. "¡Una irresponsabilidad!"
Ignacio confiesa no soportar la literatura de dos fenómenos mundiales: Agatha Christie y J. K. Rowling, ambas insignes en sus géneros. Le apasionan, en cambio, los mejores novelistas venezolanos. Ha leído toda la obra de Francisco Suniaga, cuyas novelas basadas en hechos reales o posibles le parecen irresistibles. "Ese margariteño es lo mejor que ha dado Venezuela", asegura con firmeza.
Aunque reconoce el valor de Rómulo Gallegos como un insigne escritor de su tiempo, su narrativa le parece algo distante. Uslar Pietri fue un buen ensayista, mientras que Cabrujas y Leonardo Padrón lo cautivan como cronistas exquisitos. Aprecia también a Eduardo Sánchez Rugeles, de quien disfrutó especialmente Liubliana, y aunque reconoce el mérito de Patria o muerte de Alberto Barrera Tyszka, no la considera una obra maestra. En cuanto a Federico Vegas, destaca sus novelas Sumario y Falke como apasionantes. Sin embargo, lamenta que los escritores venezolanos sean percibidos con indiferencia por las nuevas generaciones.
De los autores hispanoamericanos, admira a Vargas Llosa e Isabel Allende, y por supuesto, a García Márquez, a quien considera fascinante. Confiesa haber leído a Borges y Cortázar más por curiosidad que por deleite, y admite que no pudo terminar Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, bromeando sobre cómo se perdió en la trama.
En cuanto a Jaime Bayly, reconoce su talento, pero sus temas le resultan "medio cochambrosos". Prefiere a Boris Izaguirre. "Cuando una novela no me seduce rápidamente, me pongo a escribir. Y, modestia aparte, me gusta lo que escribo", comenta con una sonrisa.
A menudo se pregunta por qué algunos escritores con tanto talento escriben de manera tan críptica, usando "logaritmos verbales" más propios de la geometría o la filosofía. "Mi hija adora a una autora argentina muy renombrada, pero yo no logro terminar uno de sus libros", confiesa con una mueca de desconcierto. "No entiendo qué pretende con su narrativa indescifrable".
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