Guille no quería ser presidente, solo quería arreglar la cancha

 





Guille nació en un caluroso pueblo de la costa occidental de un país caribeño. Desde pequeño mostraba interés por las noticias que daban en televisión sobre temas políticos. Se quedaba dormido viendo toda la noche las noticias hasta repetidas de un canal temático. Su padre lo animó a involucrarse en un partido político recién creado que tenía propuestas diferentes-suponía él-

-métete en ese partido de muchachos sifrinos que están formando, son chamos como raros, les dicen Emos; a lo mejor llegas a ser concejal y puedes hacer arreglar esas canchas - le decía el viejo Reverón cuando lo veía todo el día jugando básquet en la canchita del bloque 2-

Una mañana de febrero, a los días de cesar una épica ola de saqueos y motines sangrientos en la capital que sacudió al país y  había alcanzado a ese pueblo costero, que lucía alborotado pidiendo la cabeza de los lideres, se acercó a la casa del nuevo partido que buscaba jóvenes para ir de puerta en puerta como los pastores evangélicos.

Se presentó y casi gagueando afirmó que quería ayudar. Como lo notaron muy tímido y con esa voz guabinosa que no determinaba su pretensión, lo mandaron a comprar café para repartir en la reunión. El era estudiante de ingeniería, pero no tenía complejos en hacer tareas de mensajero o pregonero. Se mostraba proactivo para cometidos medianamente simples.

Otra noche en que los líderes del minúsculo partido popular se encontraban reunidos, elaborando la lista de concejales que presentarían al órgano electoral, y no lograban completar la terna de notables, una de las cheerleader del partido dijo:

¿Y Guille, no puede ser?

Todos la miraron sorprendidos, pero  sin mediar comentarios convinieron con un gesto de conformidad o resignación. No le consultaron. Dieron por hecho su venia. El nunca supo que había sido electo concejal suplente porque estaba comprando empanadas.  Unos meses después fue llamado a cumplir la tarea de concejal porque el titular del cargo se había ahogado en la playa. Pero Guille amaba su trabajo de supervisor en una empresa de limpieza y eso de ser concejal le parecía de vagos. Pero él quería arreglar la cancha y por eso no cuestionó la decisión.

Al año siguiente el dictador llamó a elecciones parlamentarias. Guille fue convocado a una reunión del partido para definir los candidatos a Diputados al Congreso, ya que esas elecciones ofrecían una nueva oportunidad para ganar espacios políticos que los partidos tradicionales no podían ocupar. Habían sido desconocidos por las autoridades electorales, obviamente mediante trapacerías del partido de gobierno, de corte fascista, para aferrarse al poder.

A esa reunión asistieron los más importantes líderes del movimiento político juvenil que crecía como la espuma de una cerveza mal servida. Agotaron todos los nombres de los líderes regionales y locales, pero necesitaban líderes emergentes para completar la lista nominal. Alguien desde la oficina de materiales de propaganda donde colaban el café a repartir, grito destempladamente:

- ¿y Guille, no puede ser?

Alguno del grupo que parecía llevar la voz cantante dijo: 

-pero ese chamo como concejal no ha tenido figuración, lo que hace es jugar básquet en la cancha del bloque.

Otro,  replegado a una pared cubierta de viejos afiches alusivos a la caída del Muro de Berlin, replicó:

-bueno a esa cancha va mucha gente joven y lo conocen y seguro puede levantar los votos de todos esos chamos.

- ¡Si va!  gritó uno de los señores canosos que ocupaban un podio en el rincón de la sala y que lucía exhausto tras la larga reunión.

Otros lo secundaron con similar expresión juvenil: !Si va! !Si va!

Guille observaba sin decir palabra, hasta que alguien lo conmino a opinar. Él se limito a decir:

-Estoy de acuerdo, ¡si va!

Eran evidentes sus limitaciones para dar algún discurso, pero su suerte parecía no tener freno alguno. A las semanas, la oposición al gobierno se alzó ampliamente con mayor número de curules al Congreso y Guille quedó de diputado suplente del líder del partido. Antes de instalarse el parlamento, ese mismo líder fue detenido en una manifestación violenta que pedía la renuncia del dictador y luego inhabilitado para ejercer el cargo. Entonces Guille fue convocado. Debió conseguir un saco prestado para asistir, los de su padre le quedaban bailando.

Él le decía a su familia que era un fastidio tener que hacer ese papel de diputado, pasar el día hablando pendejadas con los otros parlamentarios. Que además, en el país mandaba era el presidente, los otros poderes no cuentan.  !Papá, esos cargos solo sirven para hacer negocios! –repetía como loro amaestrado-.

Él tampoco sabía que en el Congreso se turnaban los partidos en la directiva y que en algún momento su  joven grupo político tendría esa responsabilidad.

Pero lo que menos barruntaba Guille, era que su elección como diputado tendría unas responsabilidades históricas inimaginables. La mayoría de los líderes de su partido habían sido inhabilitados mediante marramucias judiciales del gobierno fascista para impedir que fuesen electos diputados y que esos jóvenes pudieran alzarse con el poder. Por esos accidentes de la historia Guille quedó diputado. Cuando a ese partido le correspondió asumir la directiva del Congreso, Guille pensó en esconderse, tomar su peñero y desaparecer en altamar. Su padre y su novia lo disuadieron, le  suplicaron que acudiera al Congreso, le insistían en que el partido lo necesitaba y de que esa misión de vida, probablemente, los sacaría de la vida de privaciones que llevaban.

Guille asistía al Congreso solo cuando se trataban temas trascendentes porque los periodistas lo buscaban, le consideraban una fuente confiable de lo que ocurría tras bastidores.

Cuando finalizaba el periodo de sesiones del Congreso, se armó un zafarrancho político de dimensiones colosales. El dictador amañó unas elecciones a la presidencia y fue desconocido por la comunidad de naciones. Por esos días Guille acababa de ocupar casi que por carambola la presidencia del parlamento. Entonces la locura se apoderó de los líderes de su partido de Emos. Surgió una idea aparentemente peregrina de que no había presidente legítimo, y  de que constitucionalmente correspondía a Guille asumir como presidente interino mientras convocaban a nuevas elecciones. Entonces se desató la jauría de los políticos más berracos del país, que vieron la oportunidad de alcanzar el poder utilizando un pelele. Guille no sabía qué hacer, desesperado pensó en huir del país porque él  no quería ser presidente, él solo quería arreglar la cancha.

Una banda de pillos lo envalentonó para que asumiera, con la supuesta idea de salvar el país y de paso, hacerse rico. Le aducían que si el dictador llegó a presidente siendo un chófer de guagua -“y la guagua va en reversa” diría Juan Luis Guerra-, como no iba él a poder ser presidente encargado siendo ingeniero. Al parecer, Guille sucumbió a la tentación. No volvió por el barrio, se esfumó entre los efluvios del poder.

 


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