El caso Natalia
Prólogo La crónica de un crimen puede ser más que el relato de un hecho violento. Es un espejo que refleja las entrañas de una sociedad, su dolor, sus prejuicios y su manera de buscar justicia. En este relato se entrelazan hilos de tragedia personal con la trama de una comunidad sacudida por la incertidumbre y el juicio prematuro. El caso de Natalia Fraticelli, una adolescente con discapacidad mental, no solo consternó a la Argentina en el año 2000, sino que expuso la frágil línea entre la verdad y las versiones acomodadas por el morbo popular. El relato que sigue no se limita a narrar los eventos que llevaron a la muerte de una joven y al calvario de unos padres injustamente acusados de filicidio. Nos invita a adentrarnos en los oscuros laberintos de la mente humana, en cómo las presiones sociales, los prejuicios y los errores judiciales pueden desfigurar la realidad. En medio de una vorágine de acusaciones, medios sensacionalistas y especulaciones, este caso plantea preguntas sobre la naturaleza de la justicia, la verdad y las consecuencias irreparables del juicio social. Las historias de crímenes, como las que obsesionaron a Oliver al llegar a Buenos Aires, no son simples sucesos aislados, sino fragmentos de una complejidad mayor. Como lectores, estamos invitados a no solo observar, sino a cuestionar las verdades asumidas y a reflexionar sobre las cicatrices invisibles que estos acontecimientos dejan en una sociedad.
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Cuando Oliver llegó hace cuatro años a Buenos Aires le llamó la atención los crímenes que ocurrían a la salida de los boliches y la recurrencia de feminicidios. Miró con interés documentales que pasaban en Netflix sobre algunos crímenes que causaron conmoción en ese país, sus desconcertantes tramas e insólitos desenlaces como el de María Marta García Belsunce y el cometido por el famoso boxeador Carlos Monzón sobre su pareja.
La singularidad de los acontecimientos delictivos en Argentina, el temperamento explosivo de los porteños y el drama de sus juicios penales que son seguidos mediáticamente cual telenovelas, te pueden dar una idea de lo complejo que es definir el ADN de una sociedad con esos códigos, sometida por decadas a convulsas situaciones sociales, económicas y políticas.
Recientemente pudo ver un documental doméstico sobre el caso de la muerte de la adolescente Natalia Fraticelli, contemporáneo de los casos antes mencionados, y le produjo tal estupor que estimo pertinente relatarlo.
En el pueblo de Rufino, ubicado al sudoeste de la provincia de Santa Fe, el 20 de mayo del año 2000, ocurrió la muerte de una adolescente en circunstancias poco claras que estremecieron a la población de esa provincia y al país en general, más por la hipótesis escabrosa que se tejió rápidamente buscando un culpable, que por el otro supuesto que arrojaban las pesquisas. La jovencita amaneció muerta producto de la asfixia provocada por la colocación en su cabeza de una bolsa plástica. Sus padres en estado de shock, en el momento solo alcanzaban a creer que se trataba de una venganza y que un delincuente había ingresado en la madrugada por la ventana para cometer ese crimen o para robarlos. El padre era el juez penal del pueblo y probablemente se había granjeado la enemistad de elementos sospechosos de delitos, que eran investigados por su tribunal, pertenecientes algunos a la policia y otros a la clase pudiente del pueblo.
Ciertos aspectos personales de los padres, como el tener el juez una amante, el que hubiese llamado inmediatamente a un médico, que la madre tuviese unas manos fuertes o que la jovencita por sufrir de epilepsia y retardo madurativo, supuestamente incomodaba las relaciones sociales de sus padres, dieron pie absurdamente a la hipótesis más dramática: y espantosa: el homicidio de la joven por parte de sus padres. Solo un indicio parecía relevante, el hueso hioides -según el forense- habría sido fracturado, lo que ocurre generalmente cuando la victima es objeto de estrangulamiento.
La patología de Natalia era controlada por su madre, que a diario le suministraba a una hora en punto las cápsulas -Karidium y Lamictal- indicadas por los especialistas. La autopsia reveló que había consumido una sobredosis inmensa de una de esas pastillas. Los policías que hicieron el levantamiento del cadáver, al parecer, pertenecían al bando de aquellos sospechosos que estaban en la mira del juez. Por supuesto, la hipótesis del filicidio ganó rápidamente eco gracias al interés de los policías y al de muchos que veían con morbo mayor probabilidad a esa versión monstruosa.
La investigación tomó ese curso sin mirar los indicios que señalaban la posibilidad de un suicidio. Los padres fueron expuestos al público como culpables y condenados de antemano por la sociedad. Tanto el fiscal como el juez de la causa los hallaban culpables en la versión más aberrante. El magistrado acuñaba por los medios de comunicación la sabiduría de su fallo y los condenó a cadena perpetua.
Un grupo de amigos de la familia Fraticelli que los creía inocentes, no podían conformarse con ese final y armaron un equipo de especialistas para llegar a la verdad de los hechos. Esta investigación requirió mucho tiempo, sustanciar algunas pruebas encontró resistencia en quienes podían aportar luces, algunos peritajes y evaluaciones demandaron la participación de organismos como la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y otros entes. Hicieron la investigación privada sobre muchas pruebas desechadas y sobre la escena del crimen que había sido contaminada. De esta investigación surgieron una cantidad de indicios y elementos que apuntaban a la hipótesis del suicidio.
Entre tanto, los padres condenados cumplían la pena en la misma unidad penitenciaria de Piñero. Transcurrieron varios años entre la apelación ante el tribunal de alzada, su sentencia y la última revisión por parte de la Corte Suprema de justicia de Argentina. Esta sentencia los absolvió de culpabilidad y les otorgó la libertad después de seis años en prisión. Natalia se había suicidado, concluyó el fallo.
Se determinó que Natalia en el colegio gustaba de un chico de otro salón. Sus amiguitas del colegio le gastaron una broma valiéndose maliciosamente de su inocencia acentuada por la patología. Le hicieron creer que el chico también gustaba de ella, para ello le escribieron cartas como si fuesen firmadas por él, en las que expresaba su gusto por Natalia. Ella, creyendo eso cierto, se las respondía. Pero ese jueguito perverso un día fue descubierto por ella al abordar personalmente al chico. El desengaño tendría sobre Natalia efectos devastadores. Eso ocurrió la noche anterior a su muerte. Esas cartas fueron recuperadas por este equipo investigador de los objetos recolectados en la escena del crimen y que conservaba el tribunal. Igualmente se obtuvo la confesión de una de las compañeritas de Natalia que participó en el infortunado bullying, quien afirmó que Natalia al reprocharles la burla les dijo que se mataría. Ellas no le creyeron.
En cuanto a la rotura del hueso hioides que había sido señalada por el médico forense, este reconoció en los estrados la probabilidad de que hubiese sido producto de su propio tacto y maniobra durante la autopsia.
Esa noche una ingesta de sus medicamentos y la colocación de la bolsa plástica en la cabeza acabaron con su vida. La autopsia reveló que había ingerido además varias dosis de Uxen Retard, contraindicado para su estado. Esas pastillas, precisamente, eran las que ingería su abuela.
Graciela Dieser, madre de Natalia, supo los detalles de esta verdad poco tiempo antes de salir en libertad. A los meses de regresar al pueblo de Rufino, no pudo soportar la pena y el dolor por la ausencia de su hija y la triste razón de su suicidio. Se quitó también la vida en su casa Dejó cuatro cartas. Fue hallada por su hijo adoptivo en la bañera. Había muestras de haber ingerido veneno y ansiolíticos.
Una historia verdaderamente perturbadora, tanto o más que los casos Martha o Asunta, ocurridos en España y que hoy baten récords en Netflix.
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