Caracas a pie
--- Oliver aterrizó en Maiquetía a mediodía, el primero de julio, tras una escala en Panamá. Desde el avión, el temor lo había acompañado, una inquietud constante al recordar los años de críticas mordaces que había escrito en su blog y en Facebook. Si en el pasado encarcelaron a personas por simples tweets, ¿por qué no a él, con sus análisis más profundos y ácidos? La campaña electoral lo tranquilizaba un poco. En este clima, el régimen quizás dosificaría su represión, centrado más en figuras como MCM y EGU que en un escritor incómodo. Cruzó migración sin problemas, respondiendo con respuestas cortas y medidas a preguntas triviales. Pero al recoger su equipaje, sintió la presión de las miradas de las mujeres del Sebin, sus ojos oscuros y uniformes negros acentuaban su ansiedad. La máquina de rayos X parecía un juicio silencioso, uno del que escapó sin contratiempos, pero no sin antes sentir el sudor frío en la nuca. Al salir, conectó con el conductor a través del wifi del aeropuerto. El calor sofocante lo envolvió un instante, hasta que subió a la camioneta con el aire acondicionado a toda potencia. El precio del trayecto era exorbitante, pagado en dólares, cuatro veces más caro que un Uber en Buenos Aires. Esa era la realidad de Caracas: cada aspecto de la vida, inflado y distorsionado por la crisis. En la autopista, la calma lo desconcertó. En un día laboral, había pocos vehículos, apenas unas motos. Parecía una ciudad a media vida, como en pausa. Su regreso tenía varios objetivos, pero el más importante era estar en Caracas el 28, para votar y unirse a los grupos de apoyo a MCM. Había planeado también un día para reencontrarse con sus viejos compañeros del Parque del Este, con quienes solía jugar tenis. El deporte seguía siendo una de sus pocas pasiones intactas. Otro asunto pendiente era visitar el Ministerio Público, donde esperaba novedades sobre el proceso judicial contra el delincuente que ocupaba su apartamento. Su único familiar directo en Venezuela, su hermano, lo esperaba en el Sambil de La Candelaria. Al llegar, el impacto fue inmediato. Aquel majestuoso mall que una vez había sido refugio de damnificados y ocupantes irregulares, lucía ahora renovado, aunque con una desolación que no podía disimularse. Las tiendas estaban vacías; solo la feria de comida atraía algo de vida. ¿Cuánto tiempo más aguantarán estos negocios?, se preguntó. La imagen del Costa Mall en Cabimas, desierto tras la recesión post-pandemia, lo golpeó de nuevo. Él mismo había sido una de sus víctimas. Recordó el caos que había dejado atrás al emigrar, cuando el metro de Caracas era una trampa insalubre, las calles un desastre y la delincuencia era una sombra constante. Hoy, aunque la ciudad seguía herida, notó cierta recuperación. Las estaciones del metro estaban más limpias, atendidas por milicianos, aunque aún faltaba el aire acondicionado en algunos vagones. En su caminar por Chacao y el Municipio Sucre, notó semáforos modernos y un ambiente más seguro. ¿Qué pasó con los delincuentes?, pensó. Parecían haberse esfumado. La gente caminaba despreocupada, con sus teléfonos en mano, algo impensable en su anterior vida caraqueña. Tal vez los hampones migraron con el Tren de Aragua, o el hambre y la miseria acabaron con muchos de ellos. El fin de semana, se escapó a La Vela de Coro, un lugar donde guardaba gratos recuerdos con la familia Medina, quienes lo habían acogido cuando su madre más lo necesitó. El reencuentro con el mar lo llenó de nostalgia, el agua cálida del Caribe contrastando con los años fríos pasados en las pampas argentinas. Pero la tristeza no tardó en aparecer. Falcón, con su belleza natural, parecía abandonado. La basura plástica cubría las orillas, incluso en las playas más remotas. El deterioro era evidente. Así debe estar todo el país -pensó, absorto- La campaña electoral lo desconcertaba. No había ruido en las calles, ni pancartas ni mítines, como en campañas anteriores. En la televisión, solo aparecían las candidaturas de Maduro y la falsa oposición. De Edmundo, ni rastro. La realidad que veía en las redes sociales era la única que mantenía viva su esperanza.
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