A Juan Carlos Requesens

 


¡Sí, sí, sí se puede!



"¡Sí, sí, sí se puede!", ruge una multitud agitada en la plaza Francia de Altamira. Las voces resuenan entre las torres y los árboles de la icónica plaza. Un joven alto, de barba rala y mirada encendida, se sube a un banco de cemento, alzando las manos para calmar el tumulto. Es Juan Carlos Requesens, un líder que ha convertido su voz en arma contra la dictadura. Con pasión, recuerda los atropellos de la Guardia Nacional y los cuerpos policiales contra las manifestaciones pacíficas. A su llamado, la marcha se pone en movimiento hacia La Castellana, un río de esperanza entre las sombras del autoritarismo.


Samuel observa desde el borde de la plaza, atrapado entre el fervor colectivo y los recuerdos que lo atormentan. En su mente, las protestas de años pasados se mezclan como un mosaico caótico: el rugido de la multitud, el humo de las bombas lacrimógenas, el zumbido de un helicóptero. Una escena vuelve siempre con más fuerza: aquella marcha fatídica hacia el Tribunal Supremo de Justicia.


Subiendo por la avenida principal de La Castellana, la multitud parecía invencible, hasta que llegaron a la Cota Mil. Entonces, sin previo aviso, llovieron las bombas lacrimógenas. El aire se volvió irrespirable. Un helicóptero sobrevolaba los alrededores, como un ave de rapiña esperando su presa. Y luego, los disparos.


Samuel recuerda con detalle el instante en que Sandra, su novia, cayó. Un disparo de fusil la alcanzó en el pecho, cortando su vida en un segundo. "¡Sandra!", gritó él, sin importarle el caos a su alrededor. La levantó como pudo, sorteando a la multitud que corría despavorida. Llegaron a la clínica Ávila, pero era tarde. Ella ya no respiraba.


Los días siguientes fueron un torbellino de dolor y vacío. Sandra había sido su compañera en todas las marchas, siempre al lado de líderes como Juan Requesens y Gaby Arellano, desafiando juntos a la represión. Pero esa tragedia fue un punto de quiebre para Samuel. Nunca volvió a una protesta.


"Habíamos estado en casi todas las marchas. Sandra y yo creíamos que podíamos cambiar las cosas", confiesa a la prensa años después, su voz cargada de culpa y nostalgia.


Mientras tanto, el destino de Juan Carlos Requesens siguió un camino igualmente sombrío. Fue arrestado por el Sebin, el cuerpo represivo más temido de la dictadura. En las entrañas de esas mazmorras, fue sometido a torturas inimaginables. La imagen de Requesens, forzado a leer un guion bajo los efectos de sedantes, con la ropa sucia de orina y heces, quedó grabada en la memoria colectiva. El régimen quería quebrarlo, humillarlo.


Después de meses en el calabozo más profundo de "La Tumba", Requesens fue liberado gracias a la presión internacional. Pero no salió intacto. El joven valiente, que una vez desafiara al régimen con un discurso memorable en el Parlamento, parecía otro. Sus ojos reflejaban el peso de las torturas, la sombra de un espíritu roto.


Y aun así, su ejemplo persiste. Para Samuel, para los que alguna vez gritaron "¡Sí, sí, sí se puede!" y para las generaciones que no olvidan. Aunque el dolor y la desesperanza marcan el camino, en cada marcha, en cada memoria, queda la chispa de una resistencia que se niega a morir.


(un capítulo de  mí libro "Match en Ucrania")







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