Hacer radio en Venezuela
Desde su tundra en Alberta, Ignacio sintoniza de vez en cuando Éxitos 99.9 FM, una emisora de radio venezolana que solía escuchar hace más de una década, cuando aún vivía en su país. Le sorprende que algunas voces sigan al aire: Unai Amenábar, Albani Lozada… periodistas que en otros tiempos ejercían en democracia. Ahora siguen dando noticias, pasando buena música y transmitiendo publicidad, como si vivieran en un país normal.
Anuncian la presentación de Andrea Bocelli en el estadio Simón Bolívar. Hablan de las celebraciones de Carnaval.
Y de repente, una locutora irrumpe en la programación con un anuncio oficial: "Jóvenes, inscríbanse en la Gloriosa Fuerza Armada Bolivariana".
Ignacio se queda inmóvil. La frase le revuelve el estómago. ¿Gloriosa? Está a punto de apagar la radio, pero algo lo detiene.
Se reprocha haber sintonizado la emisora, pero recuerda por qué lo hacía antes de irse de Venezuela. En aquellos años, Éxitos era de las pocas estaciones que aún se permitían ciertos destellos de valentía. Informaban de las escaramuzas entre la oposición y los esbirros del régimen. Aunque, poco a poco, incluso Román Lozinski comenzó a moderar sus opiniones, evitando comentarios sobre los abusos policiales y las ocurrencias del orate que gobierna.
Pensar en eso lo llena de tristeza. Es devastador hacer radio bajo la sombra de una dictadura despiadada. Tener que callar ante la crueldad del gobierno. Guardar silencio incluso cuando hay pruebas irrefutables del fraude de Maduro, de las torturas a mujeres y niños en las cárceles del régimen.
No decir nada cuando el malandrín de Miraflores insulta a María Corina Machado o al señor Edmundo González Urrutia solo por invocar la Constitución. Callar cuando la libertad es pisoteada.
Mientras escucha, la memoria lo arrastra a otra época. Se acuerda de sus padres y sus debates sobre política. De cómo hablaban de las obras de Marcos Pérez Jiménez, de lo segura y cordial que era la vida en aquellos años. Quizá por eso se dejaron seducir por el discurso de Chávez y votaron por aquel miserable, creyendo que haría un gobierno similar al de "mi general".
Cuán equivocados estaban.
Murieron antes que Chávez. No llegaron a ver el desastre que dejó su mandato ni la ruina de su legado.
Ignacio suspira y apaga la radio. Afuera, la tundra canadiense se extiende como un mar blanco y silencioso. En su mente, Venezuela sigue ardiendo.
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