"En busca de la mamá de Chávez"
EN BUSCA DE LA MAMÁ DE CHÁVEZ
Por
Doña
Elena está sentada en el asiento de atrás de la camioneta que siempre la lleva
a donde vaya. Al principio, cuando su hijo tenía poco tiempo en la presidencia
y su esposo se estrenaba como gobernador del estado llanero de Barinas,
discutía con los choferes y guardaespaldas porque prefería ir de copiloto.
Pasado el tiempo, con asesoría de protocolo, aprendió a comportarse como una
reina, como la dama de la 'familia real de Barinas', como han bautizado allí a
los Chávez. Como toda una doña Elena Frías de Chávez.
Con
ese temple, mira por la ventanilla de vidrios polarizados y se percata de que
la camioneta frena al acercarse a un peaje. Se dirige a un evento fuera de
Barinas como presidenta de la Fundación del Niño regional. El conductor baja su
ventanilla. "Son 200 bolívares". Desde adentro le explican al
empleado que se trata de un auto oficial, que transportan a la primera dama de
Barinas, a la madre del presidente Hugo Chávez. El empleado responde:
"Perfecto, pero son 200 bolívares el peaje". Otro acompañante le
repite, alzando la voz pero con tacto, que están eximidos del pago porque es un
auto oficial.
Doña
Elena, al ver que el empleado se niega, decide bajarse. Esta vez la voz que se
alza es fuerte y categórica. "¿Acaso usted no sabe quién soy yo? Yo soy la
madre de Hugo Rafael Chávez Frías y la esposa del gobernador de Barinas, el
Maestro Hugo de los Reyes Chávez". Da la espalda y regresa a su asiento.
La barrera sube para dejar el paso libre a la dama y a sus protectores.
La
señora que protagonizó este episodio es la misma que he visto en muchas fotos
inaugurando obras y acompañando a su hijo, el Presidente, en actos oficiales.
Quien me relató la escena del peaje estuvo muy cerca de ella ese día, y por
supuesto, prefiere que omita su nombre. Yo también necesito esa cercanía para retratar
a doña Elena. Debo confirmar si todas las anécdotas sobre su vehemencia son
ciertas. Si es, como dicen, franca, expresiva, simpática, estricta, impulsiva.
Quiero acompañarla a alguna actividad de la Fundación del Niño, a tomar café en
su residencia, estar con ella un domingo, verla consentir a alguno de sus
veinte y tantos nietos o bisnietos, escucharle historias de cuando vivían en
Sabaneta, pueblo pequeño a 40 minutos de Barinas, o de cuando se mudaron a la
sureña calle Carabobo de esa ciudad y Hugo Rafael era un adolescente que jugaba
béisbol todos los días.
Aspiro
sentarme con esta señora de 73 años y ver sus expresiones al rememorar sus
tiempos de maestra, que me cuente lo difícil que debe haber sido entregarle sus
dos hijos mayores, Adán y Hugo Rafael, a su suegra Rosa Inés para que los
criara por no tener cómo mantener a seis hijos en la misma casa. Deseo saber
cómo manejó esos dos años en los que ella y su hijo el presidente dejaron de
hablarse y cómo es hoy su relación, cuántas veces por semana se llaman, qué le
regala él en su cumpleaños y en el Día de la Madre, por qué ha sido tan dura y
arisca con las esposas y mujeres de su hijo Hugo Rafael.
Me
inquieta su reacción cuando le comente que los barinenses se sienten
decepcionados porque ya no baja la ventanilla para saludarlos, o cuando le diga
que les sienta mal verla tan ostentosa, con joyas y lentes de diseñadores
famosos, pues extrañan a la señora humilde que se parecía más a ellos. Que me
diga si no le parece exagerado andar siempre escoltada. Mi intención es
contrastar las críticas, darle oportunidad para responderles a los que la
acusan a ella y a su familia de enriquecimiento ilícito, de gozar de
privilegios excesivos, de ser nuevos ricos en un sistema que su hijo proclama
como socialista.
No
quiero quedarme sin escuchar cuál es su visión del poder, sin saber cómo asume
el hecho de ser una de las madres más queridas y más odiadas de América Latina,
y del mundo. Así que tomo un avión hacia Barinas.
* * *
En
el pasillo de la Oficina Regional de Información de Barinas hay un televisor
con el volumen demasiado alto. La secretaria de la dirección de prensa se asoma
para decirme que la jefa de información no está. Sí, le avisará que ya llegué y
que por favor espere afuera. Estoy en el tercer piso de un edificio que
enfrenta la sede de la Gobernación. El pasillo es estrecho y me siento en una
de las tres sillas que dan al televisor. Me ofrecen café para calmar el frío
que despide el aire acondicionado.
En
Barinas, capital del estado del mismo nombre, los espacios cerrados congelan la
piel. La energía barata en Venezuela permite el privilegio de contrastar los
sofocantes 35 grados centígrados que deshidratan afuera con un clima de
invierno como el de este pasillo. "La doctora llamó (la jefa de prensa,
además de comunicadora social, es abogada). Dice que vaya ahora mismo a la
emisora donde está transmitiendo el ingeniero Argenis (Chávez)".
Los
35 grados de sol encandilan mi salida. Noto un despliegue bárbaro de guardias y
policías frente a la Gobernación. ¿Será que vendrá la primera dama o su esposo
justo cuando me estoy yendo? Cierran el paso por esta calle y pasan velozmente
dos camionetas negras rodeadas de una custodia intimidante. Una pancarta
gigantesca con un retrato de don Hugo de los Reyes Chávez da la bienvenida al
edificio donde se toman las decisiones de lo que sucede en esta región llanera.
En
la vía hacia la emisora hay pancartas como esa, pero con el gobernador junto a
su hijo el presidente, o con el presidente y su hermano Argenis, a quien apodan
el "Colin Powell de Barinas", por ser Secretario de Estado de
Barinas, un cargo creado por su padre exclusivamente para él en 2004.
"Mucha gente está cansada de tanta pantalla —comenta el taxista—. A los
Chávez no los quieren como antes y a doña Elena ya ni se le ve. Ahora anda en
camionetotas, con muchas joyas y cirugías plásticas, con caravanas y
guardaespaldas. ¿Y al pueblo quién lo protege de la delincuencia? Yo sigo
queriendo al presidente, pero no a la familia. La riqueza que tienen ha sido un
secreto a voces. Lo que pasa es que el dinero vuelve avara a la gente".
Es
cierto que muchos taxistas hablan de más, pero no es casual que todos los
taxistas de Barinas que me llevaron a algún sitio repitan comentarios casi
idénticos. Ni que las quejas las repita el panadero, el vendedor de dulces de
la plaza de Sabaneta, la estudiante de Ingeniería Industrial, el dueño de una
finca o el constructor. "La gente está muy decepcionada. La familia Chávez
ocupa cargos importantes y parece no importarles nuestros problemas. Y eso que
ésta es la cuna de la revolución", dicen.
La
emisora en la que conduce el programa Argenis Chávez los jueves al mediodía se
llama Emoción. Funciona en un apartamento vacío, en el cuarto piso de un
edificio situado en la muy transitada avenida 23 de Enero. La jefa de prensa
aparece después de varios minutos, atareada, con dos celulares en mano. Es
rubia, esbelta y siempre sonríe, incluso cuando dice que no se puede hacer ésto
o aquello. Resulta que también coordina las actividades del Partido Socialista
Unido de Venezuela en Barinas, la tolda que promueve el presidente para
unificar al chavismo. Por eso siempre está tan ocupada. "Ya le avisé a
Argenis. Saldrá cuando termine la transmisión".
Falta
más de una hora para que culmine el programa. Varias personas llaman para decir
al aire que les reparen una calle o para pedir cupo en un centro de salud.
Argenis Chávez les responde que atenderán sus demandas. Él representa a la
Gobernación en la mayor parte de las funciones públicas, pues su padre no está
bien de salud y casi no acude al despacho. Se dice que él era el favorito de
doña Elena para suceder al gobernador, pero el presidente decidió enviar al
hermano mayor que lo inició en la militancia de izquierda, Adán Chávez, hasta
hace poco ministro de Educación, como candidato a la Gobernación para las
elecciones regionales de noviembre.
Terminó
la transmisión y quedaron llamadas pendientes. "Voy de salida. No la voy a
poder atender ahora. Hable con mi asistente para pedir una cita conmigo o con
mi madre".
* * *
Cuando
entro a las extensas instalaciones de la Fundación del Niño de Barinas, pienso
en una foto de doña Elena tomada hace un par de años en Barinas. Aparece
sosteniendo a su perro, Caqui, y luce sonriente, maquillada, encopetada, con
lentes de Dolce & Gabbana, zarcillos y collar de perlas, brazalete y reloj
de brillantes. No aparenta tener más de 70 años. "Lo siento, doña Elena no
está. No ha venido en toda la semana. Y dudo que venga hoy o mañana". Es
jueves en la tarde y el ambiente es tranquilo en la institución que dirige la
madre del presidente. El sol hierve sobre el asfalto del estacionamiento que da
a la edificación de una sola planta. Una persona cercana a la familia me dijo
que este terreno era de la doña y que ella se lo vendió a la Gobernación para
que construyeran allí las oficinas de la fundación.
Me
mandan a contactar a su jefa de prensa, Teresita, para que pida una cita. No,
pero si con Teresita he hablado hasta el cansancio, le he enviado cantidad de
faxes y correos electrónicos. Recuerdo clarísimo la última vez que conversamos
por teléfono. Yo todavía estaba en Caracas. "Doña Elena no puede darle la
audiencia. Ella dice que sólo la recibirá si el 'Maestro' (su esposo, el
gobernador) la autoriza. Debe enviar otra solicitud a la Gobernación".
Basta de solicitudes, pensé ese día. Es mejor irse hasta Barinas, la región
suroccidental de los llanos venezolanos donde habitan poco más de 700.000
personas y donde nació la familia artífice de esta revolución. La apuesta es llegar
a ella por medio de alguno de sus hijos.
Sé
bien que en Venezuela el acceso a las fuentes oficiales para medios nacionales
no afines al gobierno está prácticamente prohibido desde hace mucho tiempo. Si
se trabaja en un medio internacional, quizás se consigan puertas entreabiertas.
Al menos con esa apertura se manejaban las "audiencias" en Barinas
hasta hace poco. Pienso en otra imagen de doña Elena publicada en "Hugo Chávez
sin úniforme", una biografía de Hugo Chávez escrita por los periodistas Cristina
Marcano y Alberto Barrera Tyszka. Es una foto de 1992, la primera vez que ella
visitó a su hijo en la cárcel luego de la intentona de golpe que lideró Chávez
en febrero de ese año. Está vestida con bata de flores, sin maquillaje ni
zarcillos ni pulseras, con el cabello recogido. Ese retrato también me recuerda
una conversación que tuve con un vecino de la familia que estudió bachillerato
con Argenis Chávez y que hoy es un ex diputado opositor.
Antonio
Bastidas, presidente en Barinas del partido Un Nuevo Tiempo, conoció a los
Chávez desde que se mudaron a mediados de los años 60 a la urbanización
Rodríguez Domínguez de Barinas. "Jugábamos en la plazoleta trompo, metras,
pelotita de goma y chapitas. Apostábamos refrescos. Pero a Hugo lo que le
apasionaba era jugar béisbol". Bastidas se la pasaba en casa de los Chávez
jugando cartas. La recuerda como una vivienda modesta, de aquellas que adjudicó
el Banco Obrero cuando don Hugo de los Reyes Chávez y su esposa trabajaban como
docentes. "Ella nos traía café al patio. Es una mujer de carácter fuerte;
daba la impresión de querer controlar a sus hijos. Por eso prefería que los
amigos fuéramos a su casa de visita y no al revés".
Esa
casa todavía existe, cerrada e inhabitada. Está situada frente a una plaza y
una cancha deportiva que reacondicionó la Gobernación, en la avenida Carabobo.
La pintura sepia de la fachada y el esmalte beige de las rejas todavía no
sufren el impacto del abandono. Las personas no voltean ya para ver si alguien
se asoma. En una esquina de la plazoleta se estaciona todos los días un
vendedor de sandías y una jovencita que vende minutos telefónicos. "Los
Chávez tienen mucho tiempo sin venir por aquí", comentan.
Diagonal
a la casa vive Mercedes Navarro. Ella es famosa porque prepara el dulce de
lechoza (papaya) que nombra el mandatario venezolano cada vez que encuentra la
ocasión. Esa receta compite con la de la abuela Rosa Inés, madre del maestro
Hugo de los Reyes, y con quien se criaron el presidente y su hermano Adán, una
referencia afectiva constante de Hugo Chávez cuando recuerda su infancia en
Barinas. La anécdota de que él, cuando era niño, salía a vender esos dulces
para ayudar a su humilde familia es un cuento repetido.
Desde
que la abuela falleció hace 25 años, el postre de Mercedes Navarro pasó a
deleitar a los Chávez. "Siempre fueron buenos vecinos", recuerda la
señora que viste un camisón similar al de doña Elena en la foto de 1992.
"Ella daba clases en un instituto por aquí cerca. Era una familia unida,
muy estudiosa. Venían a tomar café y a comer mis dulces. Se mudaron cuando
ganaron la gobernación en 1999. El presidente, cada vez que puede, manda a
pedir mi dulce de lechoza".
Es
cierto, confirma Mercedes, el duro carácter de su antigua vecina.
"Imagínese —dice— criar a seis muchachos no es sencillo. Yo también tuve
seis hijos, tres hembras y tres varones. A veces hay que imponerse". Ella
ha admitido que era muy estricta y que acostumbraba pegarle a sus hijos cuando
era necesario. Tenía 18 años y 10 meses de casada cuando tuvo al primer varón, Adán.
Después llegaron seis más: Hugo, Narciso, Argenis, Aníbal, Enzo, que falleció a
los seis meses, y Adelis, el menor, el único que hoy trabaja en el sector
privado y no en un puesto político, en un alto cargo en el banco comercial
andino Sofitasa.
Ese
rigor también predominaba cuando alguno de los hijos mostraba interés por una
mujer. Su testimonio en el libro de Marcano y Barrera deja eso en claro:
"En la casa nunca hubo mucha novia. Yo no les aceptaba a mis hijos novia.
Si las tenían, las tenían fuera". Igual norma aplica doña Elena en su
hijo, el presidente, con el argumento de que ninguna de sus mujeres lo ha
merecido. Ni siquiera las compañeras más estables que se le han conocido: Nancy
Colmenares, su primera esposa, con quien tuvo tres hijos; Herma Marksman, su
amante durante nueve años; y Marisabel Rodríguez, su segunda esposa, madre de
su hija menor Rosinés. "Dios lo bendice, pero él ha tenido muy mala suerte
con las mujeres. No ha habido mujer ideal para él", subraya doña Elena en
esa biografía.
Otro
compañero del presidente en el liceo O'Leary de Barinas, el ex diputado
opositor Rafael Simón Jiménez, recuerda cuando los hermanos mayores, Adán y
Hugo, llegaron a Barinas a estudiar bachillerato. "Los cuartos de su casa
no tenían puertas sino cortinas, como en muchas casas de pueblo. Doña Elena nos
atendía bien, con simpatía. Ella siempre decía que Hugo sacó su carácter
arrecho, férreo".
* * *
Sabaneta
es un pueblo de pocas calles y de menos de 18.000 habitantes. Si no fuera
porque la plaza Bolívar es su centro de reunión, sería difícil ver vida en este
lugar. Fue aquí donde nació con ayuda de una comadrona Hugo Rafael Chávez
Frías, el 28 de julio de 1954. Es aquí donde todavía se mantienen de pie las
casas donde vivieron los Chávez: la de la abuela Rosa Inés y la de Elena Frías
y Hugo de los Reyes Chávez.
El
quinto hijo del matrimonio, Aníbal, es el alcalde de Sabaneta. La mayoría de
los habitantes de este pueblo se sienten desilusionados porque pensaron que por
ser la cuna de los Chávez, iban a ser los más beneficiados cuando llegaron al
poder. Hasta estas calles vine para conocer dónde vivió la Elena que se mudó de
su pueblo natal San Hipólito, a tres kilómetros de Sabaneta, cuando se casó con
Hugo de los Reyes. En ese entonces él tenía 20 años, ella 17 y ya sabía bien
cómo tostar café, cortar racimos de plátano, agarrar maíz y frijoles en los
conucos barinenses. Elena soñaba con ser maestra pero no pudo estudiar para
docente porque debía atender a los niños. Su esposo, en cambio, sí dio clases
por 20 años en la única escuela del pueblo, la Julián Pino. De allí el que sea
conocido como 'Maestro'. Apenas Elena tuvo la oportunidad, comenzó a trabajar
como docente en educación de adultos.
Han
pasado más de 50 años y no hay ni un símbolo, bandera, escudo, afiche, placa o
pancarta que indique que en esta casa vivieron los Chávez su primera década de
matrimonio. A lado y lado funcionan un taller de radiadores y una tienda de
lubricantes. Al frente, hay un terreno baldío con una camioneta vieja
desvalijada. "No, mija, esa gente no se asoma por acá —responde el
mecánico desde uno de los talleres—. Se le está cayendo el techo. No le han
hecho cariño a esa casa ni a Sabaneta. Se les olvidó que nacieron acá".
La
vivienda tiene un gran árbol de mamón en la entrada. La puerta del
estacionamiento está oxidada, igual que las rejas del frente, y la pintura
blancuzca de la fachada se ve carcomida por la desidia. Me dijeron que ahora
allí habitaban unos cubanos. Mientras pego dos gritos con la esperanza de que
rebote un quién es, aparece en la calle un joven moreno en bicicleta. Se
detiene junto a mí. "¿Buscaba a alguien?", pregunta con acento de
Fidel. Pues sí, la verdad es que sí. A alguien que me cuente sobre la madre de
los Chávez.
"Es
cierto, aquí vivimos varios cubanos. Somos cinco. No, no pagamos alquiler. ¿En
qué trabajo? En el centro de salud, en rehabilitación. ¿Qué si he visto a doña
Elena? Discúlpeme, pero debo irme ya". El moreno desaparece después de que
una chica le abre la puerta. Es viernes y el calor de las 11 de la mañana es
recio. A esta hora, y no sé si a otras horas, casi nadie pasa por la calle 11
de Sabaneta. A dos cuadras está la casa de la abuela Rosa Inés. Fue
transformada hace años en sede del partido chavista, PSUV. Allí hay un mural
rojo sangre que invade las paredes con el rostro de Chávez pintado a mano. En
esa esquina nadie quiere comentar nada acerca de la familia.
Dejo
atrás la valla que da la bienvenida a Sabaneta con la frase en fondo rojo vivo
escrita en mayúsculas "La Cuna de la Revolución". A ambos lados de la
estrecha carretera varias fincas se pierden de vista en el verdor llanero.
Entre las tantas denuncias que existen contra los Chávez, están las acusaciones
de haber adquirido fincas enormes por medio de testaferros, como la que acabamos
de pasar, La Malagueña. Muchos barinenses asumen, nadie ha podido probarlo, que
esa famosa hacienda de 800 hectáreas pertenece realmente a Argenis Chávez. Pero
doña Elena no vive allí. Su residencia oficial es la casona de gobernadores,
mansión con aspecto de finca situada en una zona privilegiada y tranquila de la
ciudad de Barinas. Hay varios autos estacionados en el andén que da al portón
principal. Si no ha ido a trabajar a la Fundación del Niño en toda la semana,
pues quizás se encuentre aquí, en su casa.
En
este momento cierro los ojos y visualizo dos fotografías más de doña Elena. Una
que publicó un diario londinense el año pasado, donde posa junto a un altar
religioso que dispuso en su habitación, a pocos metros pasando este portón,
según ella para rezar cuando teme por la vida de su hijo. En él, alternan una
imagen de la virgen María, un holograma de Jesucristo y una imagen de José
Gregorio Hernández, el médico milagroso que algunos venezolanos esperan sea
beatificado. El otro retrato que me asalta, y aquí hago el ejercicio infantil
de imaginar que tengo visión de rayos equis y puedo ver hasta el salón
principal, es uno que apareció en una revista francesa hace dos años. Está doña
Elena en primer plano, exquisita y maquillada, parada junto a una fotografía
enmarcada que ocupa la mitad de la pared. Es un cuadro familiar donde aparece
con su esposo y sus seis hijos de saco y corbata.
Me
acerco y pregunto por Cléver Chávez, el nieto que, dicen, es el predilecto de
doña Elena. "Deje su cédula acá, anote sus datos", me frena el
vigilante. Quizás pueda persuadir a Cléver de que convenza a su abuela para
conversar conmigo. "Buenas tardes, encantado". Me invita a sentarnos
en un sillón en el porche de la casona. Cléver es hijo de Narciso Chávez, mejor
conocido como 'Nacho', coordinador regional del Convenio Cuba Venezuela y
fuerte activista político. Me recibe de camisa bien planchada y jeans
impecables. El perfume vigoroso debe ser de marca, al igual que los mocasines.
Me cuesta mirarlo a los ojos pues me distraigo con un retrato de Hugo Chávez en
traje militar, en la pared que da al jardín.
Miro el retrato
y el rostro de Cléver, y veo una similitud que impresiona. Ojos, frente, nariz,
pómulos, idénticos. Hasta la misma verruga, como una marca familiar. Su léxico
es nutrido, su hablar pausado y a sus treinta y pico de años, se encarga de los
operativos sociales de la Gobernación.
Este
encuentro será breve. No lo veo muy convencido con mi argumento para
entrevistar a su abuela. Me explica que su tío, el presidente, llamó para
prohibirle dar más entrevistas. El problema, justifica, es que la prensa los ha
maltratado mucho, y últimamente los medios extranjeros no han hablado
maravillas de los Chávez. "Antes los dejábamos pasar. Por aquí vinieron
periodistas ingleses, franceses, de otras latitudes. Tomaron fotos, hablaron
con mi abuela. Y después publicaron cosas que no son verdad". Es una orden
presidencial, reitera ante mi insistencia. Se levanta, me pide disculpas, me da
la mano y sonríe. "Siento mucho no poder ayudarla más. No está en mis
manos. Gracias por venir. Y no olvide recoger su cédula al salir". Me
retiro, por supuesto, pues lo que dice el presidente aquí en Barinas y en toda
Venezuela es santa palabra. Si de algo sirvió esta búsqueda frustrada fue para entender que algo de ese
temple debe ser heredado de doña Elena. Mientras me marcho recuerdo aquella
anécdota del peaje que me relató uno de sus allegados y la frase con la que
esta mujer resolvió imponerse: “¿Acaso usted no sabe quién soy yo?”
Epílogo
Desde
que se escribió esta crónica en 2008, los comentarios en torno a la madre del
presidente Chávez y su familia –en su mayoría negativos- se han expandido mucho
más allá de su epicentro en Barinas. Las denuncias encabezadas por varios
diputados opositores señalan que la riqueza ilícita de la “familia real” pasó
de rondar los 200 millones de dólares en 2008 a superar los 535 millones de
dólares en 2010. Los diputados aseguran que el enriquecimiento irregular está
conformado por 265 millones de dólares en efectivo (si se suman las cuentas que
mantienen los hermanos y Doña Elena en el exterior), 17 fincas con un valor
entre 400 y 700 mil dólares, una flota de 10 vehículos 4x4 marca Hummer, entre
otros bienes. A las acusaciones de estos
diputados se suman investigaciones de la DEA que detectaron en 2008, según el
diario mexicano La Razón, cinco cuentas bancarias en Estados Unidos por montos
superiores a los 140 millones de dólares, pertenecientes a los hermanos y a la
madre del mandatario venezolano. Según este organismo, Elena Frías de Chávez
tenía en ese entonces en su cuenta 16 millones 600 mil dólares. Pero ninguna de
estas acusaciones ha sido probada.
El
hermano mayor del presidente, Adán Chávez, después de ser ministro de Educación
regresó a la región donde habita su madre para seguir los pasos de su padre en
el cargo de gobernador de Barinas y hoy lucha por mantener su popularidad en
una región que en los últimos años ocupa el primer lugar entre los estados más
pobres del país.
Poco
después de que el presidente Chávez confirmara públicamente que padecía cáncer,
doña Elena le envió sus bendiciones por televisión. A los días, el 28 de julio
de 2011, la madre apareció en un programa en el canal del Estado para
felicitarlo por su cumpleaños. Estas fueron algunas de sus palabras “A esta hora ya tenía en brazos a mi hijo,
hace 57 años. A esta hora ya era una mujer muy feliz, muy joven, con dos hijos
y una felicidad muy grande. Como toda madre, cuando tiene un hijo, espera todo
lo mejor para él. Nunca pensé que sería un hombre que le diera tanta felicidad
a su pueblo. Le doy gracias a Dios por haberme elegido a mí para ser la madre
de Hugo Rafael. El día que mi hijo salió en televisión (anunciando que tenía
cáncer), creí que no soportaría. Vi a mi hijo demacrado, pálido, flaco y me
preocupé demasiado. Pero tengo una fuerza divina, la del poder de Dios. Me he
aferrado a nuestra madre la Virgen Santísima y a nuestro padre Jesucristo por
la salud y la vida de mi hijo. Estoy segura que si vamos a dar la batalla. Le mando
mil abrazos, mil bendiciones, y le digo que lo amo con todas las fuerzas de mi
alma. Que si fuese necesario dar mi vida por la de él, la cambio por la de él,
porque sé que mi hijo hace mas falta en Venezuela que yo”.
Texto
publicado en SoHo en septiembre de
2008.
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