Madurocinógeno
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Oliver había decidido pasar la Nochebuena en casa de su primo Joshua. El amanecer lo sorprendió sobresaltado, tras una noche interrumpida por los gritos de su tía Rosa, quien, sumida en su senilidad, padecía alucinaciones. Joshua trataba de aliviar la incomodidad explicándole que la situación de su madre se había agravado por la falta de Quetiapina, un medicamento que solo lograba conseguir en Cúcuta a un precio desmesurado en pesos colombianos, que al cambio equivalía a varios salarios mínimos.
La tía Rosa vivía convencida de que estaba rodeada de ladrones que le cambiaban la ropa por piezas de mal gusto, como le había ocurrido al difunto Diógenes Escalante, el personaje de "El pasajero de Truman" de Francisco Suniaga. Además, aseguraba que por las noches unos hombres gigantes la molestaban y le hablaban mientras dormía. A pesar de todo, Joshua observaba que, en sus momentos de lucidez, su madre reaccionaba con sorprendente coherencia ante las inefables cadenas de Maduro, respondiendo con un sentido común que parecía intacto frente a las monsergas del dictador.
—Siempre me pregunta lo mismo —le contó Joshua a Oliver con una sonrisa amarga—. "Hijo, ¿quiénes son esos terroristas y golpistas de los que Maduro habla tanto? Los culpa de todo: la guerra económica, el sabotaje de las instalaciones petroleras, la falta de luz y el hambre de la gente. ¿Por qué no los mete presos si tiene tanto poder?"
Joshua había hecho la misma pregunta años atrás, pero no quería quitarle mérito a la curiosidad de su madre, así que, como siempre, le respondía con un toque de humor negro.
—Madre, es que Maduro tiene la misma enfermedad que tú —decía con fingida seriedad—. Tampoco consigue la Quetiapina colombiana porque el presidente Santos quiere que se vuelva loco de remate, a ver si nos libramos de él de una vez por todas. Esos enemigos que menciona son producto de su senilidad. Él también alucina, pero a diferencia de ti, le aparecen monstruos de día. Mientras tú ves a esos bichos gigantes por las noches, él se imagina un país potencia. ¡Da rabia esa vaina!
Su madre, con una mirada pensativa, replicaba:
—Pero siempre dice que “ya los tenemos identificados, que tenemos pruebas y que pronto les caerá todo el peso de la ley”.
—Sí, madre —respondía Joshua con paciencia—. Lo viene diciendo desde que llegó al poder. Es puro cuento. Igual que Chávez, que siempre hablaba de conspiraciones para matarlo, pero nunca atrapó a ninguno. Ni un retrato hablado han mostrado de esos terroristas de los que tanto hablan.
—Quizá es que en el SEBIN no le creen —aventuraba la tía Rosa—. Deben pensar que está loco y ni se molestan en dibujar a esos bichos que solo él ve. Pero últimamente parece obsesionado con Borges y Ramos Allup. ¿Será que ya les encontró algo?
—Es probable que en Cuba le estén dando algún antipsicótico genérico —contestaba Joshua con ironía—. Allá son expertos en piratear medicinas. Seguro que esos fármacos le ayudan a identificar a sus fantasmas, pero no le permiten ver la realidad del país que se está cayendo a pedazos.
—Claro —reflexionaba Rosa—. Por eso habla en generalidades. Que si Borges anda intrigando por Europa o que si Ramos Allup se está reuniendo con quién sabe quién. Pero nunca especifica qué delito han cometido.
—Exactamente, mamá. Por eso el fiscal ilegítimo, Tarek, no le hace mucho caso. No quiere hacer el ridículo. Tarek cuida más su imagen que otra cosa. Prefiere aparecer impecable en la tele y mantener su pinta que prestarle atención a las fantasías del presidente.
—Y con lo de los perniles —continuaba Rosa—, el tipo perdió completamente la cabeza. Terminó echándole la culpa a Portugal.
—Eso seguro fue porque ese día se tomó un antiácido en vez del antipsicótico —bromeaba Joshua—. Portugal lo puso en su sitio enseguida. Le recordaron que allá las empresas privadas son las que venden perniles, no el gobierno.
—Él cree que en otros países los militares también venden pollos, como aquí —soltó Rosa con una carcajada—. Pero después salieron sus ministros a repartir culpas, que si “Santos no dejó pasar los perniles” o que si Trump dijo tal cosa.
—Todos esos chupamedias deberían tomarse el mismo antipsicótico para que terminen de ver el desastre de gobierno que están montando. Viven en un mundo paralelo, como “Alicia en el país de las maravillas”.
—Deberían darles ese "Madurocinógeno" que traen de Cuba —dijo Rosa entre risas—. Pero, por favor, que Santos nos venda la Quetiapina a los viejitos venezolanos a un precio preferencial.
—¡Mamá, Santos tampoco vende medicinas!
—¿Y entonces qué hago con esos bichos que me salen de noche?
—Pues échale la culpa a Borges y Ramos Allup. ¡Ja, ja!
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