(Relato de ficción)
“La Vaca
Sagrada” era la denominación con que la sociedad venezolana identificaba el
avión presidencial del dictador en los tiempos de Pérez Jiménez. Pero ahora no
era ese el remoquete del avión presidencial, ya que el dictador venezolano ni
siquiera utilizaba el sofisticado jet bimotor Airbus ACJ-319 que había comprado
su antecesor el C…. Supremo, como le decían, en tiempos del barril de petróleo
a 100 dólares, ya que por razones de seguridad o culillo presidencial éste viaja en aviones de su colega cubano
bajo los protocolos del G2. No, ahora ese mote se lo había ganado el propio
dictador gracias a las dimensiones de mastodonte que había alcanzado su amorfa
figura producto de las constantes comilonas de punta trasera, mondongo y
manjares y exquisiteces mediterráneas que ingería junto a su impúdica comitiva en la Suite Japonesa y en el Salón
Joaquín Crespo del Palacio de Miraflores, sin recato ni remordimiento ante las
penurias por la hambruna que padece la gran mayoría de los venezolanos.
Los meses
de enero, febrero y marzo, habían estado colmados de hechos que determinaron
finalmente el desenlace de la pesadilla que vivía la población venezolana que
aun se mantenía en pie. La ejecución en enero con lanzagranadas y fuego de alto
calibre efectuada por un comando militar, policial y parapolicial (Operación
Gedeón) publicada en las redes sociales,
del jefe y de su grupo de rebeldes quienes sin haber causado bajas
civiles ni militares, se habían burlado de los sistemas de seguridad y defensa
de la Nación sobrevolando un helicóptero en sedes de poderes públicos que
manejaba a su antojo el dictador, se la cobraba éste de la forma más cobarde y
cruel jamás vista en tiempo real en América. Este repudiable acto de gobierno
había disparado las alarmas de la ONU, la OEA y de todos los organismos que
velan por los derechos humanos en el mundo. Luego, en febrero, un conjunto de
sanciones de la comunidad internacional sobre funcionarios señalados como
corruptos y violadores de derechos humanos,
había provocado también efectos colaterales sobre el funcionamiento de
las operaciones financieras internacionales del país.
La opaca acogida tanto nacional como internacional que había tenido el lanzamiento de
una criptomoneda por el gobierno, no le había insuflado coraje ni recursos al
dictador para seguir implementando sus fantasmagóricos proyectos comunistas. El
precio del dólar negro rozaba ya los 400 mil bolívares y la hiperinflación
lucia incontrolable e indetenible, por
lo que la catástrofe venezolana parecía una espeluznante película de terror
sin final predecible.
Una serie
de embargos judiciales a embarcaciones venezolanas en alta mar que trasladaban
cargamentos de petróleo hacia
países importadores, y de productos y bienes de consumo desde los países
aliados, habían provocado la seria preocupación de los altos mandos militares
que veían muy difícil sostener más tiempo este estado de calamidad y seguir el
ritmo de enriquecimiento ilícito que se había convertido en una práctica de
muchos funcionarios altos y medios de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. El dictador había
caído en un estado de catatonia que recordaba a "El Cabito" Cipriano Castro, cuando
“la insolente planta del extranjero” se dispuso a "profanar el suelo
sagrado de la patria” de la cual teníamos ahora exceso, a decir por la
constante propaganda oficial del gobierno socialista del siglo XXI.
La convocatoria a elecciones presidenciales adelantadas por el dictador a través de su “Asamblea Constituyente” fraudulenta y servil, sin garantías de transparencia y fiabilidad, había provocado el rechazo absoluto de la comunidad internacional y el retiro de la oposición de las “mesas de negociación o diálogo” que se llevaban a cabo en República Dominicana y que traslucían un nuevo episodio de la farsa que dirigía el psiquiatra del régimen. La oposición en sintonía con el apoyo internacional no se prestó a esta patraña y finalmente no presentó candidato. Dicha convocatoria electoral se había convertido en un fiasco que no atraía la atención ni de los propios chavistas. Reinaba una ambiente sepulcral en todos los espacios públicos.
A mediados de febrero varios osados jueces de países como México, Colombia, Argentina, Perú, Panamá y España, habían dictado medidas de detención en contra del dictador y varios de sus ministros, acompañando la jurisprudencia que acababa de dictar la Corte Penal Internacional con sede en La Haya, en la que liberaba a los tribunales penales del orbe de las restricciones e inmunidades diplomáticas de mandatarios en ejercicio, que hubiesen incurrido en reiteradas, comprobadas y manifiestas violaciones de los derechos humanos. Estas acciones de la comunidad internacional coincidieron con dantescos episodios de la hambruna que estaba enloqueciendo a la sociedad venezolana. Una sucesión de suicidios en la capital venezolana inducidos por la inanición acaparaba la atención mundial. Los medios de comunicación y las redes sociales parecían absortos en el tremedal de la desgracia venezolana que aturdía a la comunidad internacional.
Un dantesco episodio aparecía en las primeras páginas de The New York Times y de los principales diarios de todos los países hermanos. Imágenes de un camión de basura asaltado por personas hambrientas con aspecto de zombis parecía servir de escena al capítulo final de The Walking Dead.
La noche del 19 de marzo, cerca de medianoche, la tensa calma que reinaba en Caracas debido al Toque de Queda decretado el día anterior, pero no por el hampa que hacía tiempo había hecho de todas las noches un silencio espantoso como el de las más taquilleras películas de Tarantino, fue interrumpida por el atronador despegue del avión presidencial que escoltado por dos Sukhoi abandonaba el país provocando en los vecinos de La Carlota un sobresalto que les hizo a muchos caer de su camas despavoridos.
Los cielos de Caracas se vieron surcados como aquella madrugada del 23 de enero de 1958, cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez, ante la inminencia de un segundo alzamiento de suboficiales de la Academia Militar de Venezuela y la Marina de Guerra, huía a Santo Domingo dejando en la carrera, abandonada en plena pista del aeropuerto, una maleta cargada de dólares. Aquel hecho entonces daba rienda suelta a la celebración de los venezolanos por haber recuperado la libertad, la democracia y la dignidad. Ese episodio del dictador y su impúdico gabinete de delincuentes huyendo, parecía repetirse ahora pero esta vez coincidiendo con las festividades de Elorza.
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