Una
de las canciones que hizo célebre al extinto José José y que nos gustara
más en la voz de la venezolana Mirtha Pérez, “La Nave del Olvido”,
parece ser ahora la suerte del Titanic venezolano en pleno hundimiento. Este
drama que llegó a preocupar hasta hace poco a casi toda la comunidad
hemisférica, ahora, un nuevo capítulo nos revela que otros barcos cercanos viven
inesperadas dificultades de navegación, que sustraen también a los más conspicuos
observadores de la tempestad en la región. Al parecer el mofletudo capitán
"veneco" asistido por radio desde un barco pirata del
Caribe y acusando cifrados mensajes en mandarín y ruso provenientes
de otros grandes barcos acreedores, interesados más en el botín que en la vida
de los pasajeros, le han alcanzado algunos pertrechos de guerra, marines y unos
cuantos sacos de trigo, propiciando una escena shakesperiana que invita al
apestoso matón a sobrevivir con sortilegios y subterfugios antes que inmolarse
o rendirse. Un grupo de pasajeros perturbados le acompañan en la popa del
barco, que inexplicablemente no se ha hundido y flota a tumbos girando
alocadamente, mientras la tripulación tan ignorante como el pirata redivivo,
aplauden exhaustos de la contemplación unos y de fatiga de templar la vela,
otros.
Ellos sin mucho meditar mantienen el curso esquizofrénico que les ordena el
desquiciado capitán, aun en contra de la dirección del viento, que parece
arrastrar la vela sobre los restos del buque como alada por invisibles mecanos
y la pasión de las gaviotas. En lo que queda de estribor un insolente joven
marinero aparentemente perturbado, se atribuye el mando agarrándose
tenazmente a lo alto del trinquete y gritando como enloquecido
ordenes incoherentes y bobaliconas que algunos atormentados por la catástrofe
siguen con fe de beatas, sin siquiera deducir sí son viables en medio de ese
desmadre.
Otros miembros de la tripulación ignorados por su insignificante tarea
en el cuarto de mopas, proponen apoyar las estúpidas maniobras
del desorientado capitán, pero no logran captar la atención de los
más desesperados pasajeros, quienes solo ven su salvación en una
operación comando de los barcos vecinos apoyados por los rescatistas del barco
imperial. Sin embargo, siendo esa la propuesta más sensata, no cuenta
inexplicablemente con el apoyo del descaminado marinero que ficciona ser el “capitán
maravilla” y aturde con sus cánticos y tontas consejas a la turba de
pusilánimes deslumbrados por la inminencia de la muerte. No sale de los súbitos
llamados al rezo colectivo y el ayuno beligerante, como
si la realidad pudiere ser subvertida con imploraciones suicidas a las fuerzas
de la naturaleza.
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