Guille creía que el amor existía



Guille creia en el amor. Desde niño acompañaba a su madre a ver la telenovela del momento que en la gran sala de  su casa reunía a varias vecinas a las 8 de la noche,  de lunes a viernes, en una simpática competencia de llantos entre las chicas del barrio que allí se daban cita. Esas escenas y tortuosos dramas de amores imposibles le inocularon la chispa del amor verdadero.

Cuando alcanzó la mayoría de edad contrajo nupcias con su primera novia, pero a los siete años claudicó de esa relación cuando se envalentonó con una compañera de trabajo que le enloqueció, pero ella no supo entender el alcance de su pasión. Allí comenzó su viacrucis por los tormentosos caminos del amor moderno, el amor pasajero. Entonces no existian los "amigos con derecho", ni esas otras perlas de la liberación en pareja que trajo la modernidad. Su carisma no habria resistido semejante relajo.

Cuando logró el mejor nivel de su carrera profesional dentro de una institución privada de Seguros y Fianzas en Buenos Aires, siendo director, recibió a una chica de la ciudad de Mendoza que aspiraba la gerencia fiduciaria de la empresa en la región de La Pampa.

La chica se había dateado que a Guille le trastornaba una buena hembra. Se presentó con su mejor gala que descollaba sus voluptuosas medidas 90, 60, 90.

Desde luego, a Guille le impactó el currículum sobrecogedor de la fémina. El no lo ocultó. Ya había leído la hoja de vida que mostraba credenciales suficientes para aspirar al cargo, pero la gracia personal era determinante a la hora de una selección de este nivel. Guille quedó prendado de la susodicha. Decidió que le jugaría todos los números a ese premio, sin importar las consecuencias.

A los días viajó a Mendoza con el propósito de ahondar en la relación, le propuso una cita a almorzar, ese seria el primer intento de seducción.


(Este relato no lo podrás continuar leyendo, ya que ha sido incorporado a un libro del autor que está en proceso. Se denominará "Colección de navajas")

 

Comentarios