"Reloj, no marques las horas"
La canción, que suplica por detener el tiempo, se ha convertido en el eco de sus propios anhelos. Atrapado entre el deseo de legar un mundo mejor a sus hijos y la impotencia de ver a Venezuela, su patria, sumida en una dictadura que no parece tener fin, Oliver lucha por encontrar un sentido en medio del caos. Al igual que el país que dejó atrás, se ve atrapado entre los recuerdos de un pasado glorioso y la incertidumbre de un futuro que no controla.
Pero más allá de la política y la nostalgia, Oliver es, ante todo, un padre. La suerte de sus hijos, profesionales exiliados que intentan construir sus vidas lejos de la tierra que los vio nacer, lo consume. En su mente, los ve caminando por los mismos caminos que él recorrió décadas atrás, pero sin las oportunidades que él tuvo, sin la estabilidad que una vez pensó que estaba asegurada.
A través de sus recuerdos, reflexiones y temores, este relato nos invita a mirar de cerca los dilemas de una generación que lo tuvo todo y lo perdió. Una generación que, como Oliver, aún se aferra a la esperanza, a pesar de la evidencia en contra. Porque al final, lo que realmente le roba el sueño no es el paso del tiempo
A Oliver, las noches de insomnio le laten al compás de la balada "Reloj" de Nucho Leal, inmortalizada por ídolos de su padre como Los Panchos y Lucho Gatica, y más tarde universalizada por Luis Miguel con su incomparable voz. "Reloj, no marques las horas", parece implorar desde que cruzó el umbral de los sesenta, en su natal Venezuela, donde siente cómo el tiempo avanza implacable hacia la ancianidad. Cada campanada lo empuja hacia la conciencia de un futuro incierto, y no puede evitar preguntarse qué legado dejará cuando finalmente abandone este plano.
Las preocupaciones que le quitan el sueño no son menores. Por un lado, el destino de su país lo tortura: una Venezuela atrapada en una dictadura perversa, una maquinaria que aplasta sueños y consume esperanzas. A pesar de los intentos por vislumbrar una luz al final del túnel, Oliver no ve salida clara, aunque la fe inquebrantable de sus compatriotas persista. Por otro lado, está la suerte de Ucrania, un país que solo conoció en sueños, pero que fue el germen de su única novela, una obra que publicó en Amazon. Hoy, ese mismo país es asediado por la maldad de Putin y sus aliados, y el conflicto le parece otra batalla más en este caótico mundo.
Pero lo que más lo atormenta es su familia. Ve a sus hijos, profesionales brillantes, luchando por sobrevivir en el exilio. Argentina y Canadá son sus nuevos hogares, y aunque el éxito profesional los acompaña, Oliver siente una nostalgia profunda por lo que sus hijos no han podido disfrutar: las mieles de una juventud sin sobresaltos, algo que él vivió en la Venezuela saudita, durante los gobiernos de Pérez y Lusinchi. A sus edades, él era un hombre exitoso, disfrutando de un país en auge, un país que ya no existe. Nunca se enriqueció, aunque tuvo la oportunidad, y esa decisión, lejos de pesarle, le da paz. Puede caminar por el mundo sin ser señalado, sin sombras en su conciencia. "No soy químicamente puro", se dice a sí mismo, "pero ¿quién lo es?".
Cada cumpleaños trae consigo una sensación de urgencia. A punto de cumplir 69, un número cargado de ironía, Oliver mira hacia adelante con un deseo simple pero poderoso: ver a sus hijos disfrutar de la vida que él no pudo. Sueña con ellos paseando por la Costa Azul, explorando el Mediterráneo con sus parejas y sus nietos. Imagina el reencuentro de sus nietos, que aún no han conocido a su prima Sofía en esa Venezuela que resiste, que sobrevive a pesar de todo.
Recuerda con una sonrisa a su colega, la Dra. Sanoja, mártir de la dictadura de Pérez Jiménez y personaje de la exitosa novela Estefanía. La doctora, en tono de broma, le dijo una vez cuando cumplió los sesenta: "A esa edad, en vez de felicitarte, deberían darte el pésame". En ese entonces, el reloj marcaba el tiempo sin apremios, sin preocupaciones por el futuro de sus hijos, que creían asegurado. Ahora, cada minuto pesa.
“Reloj, detén el tiempo en tus manos, haz de esta noche perpetua”, piensa. Aunque esos versos evocan una última noche de amor, esa clase de preocupaciones ya no lo desvelan. Su mente, en cambio, está distraída por otros temas: la salud de su nietecita, la de su hermano, y la de su hijo, que lo acompaña en esta etapa de la vida. Este último aún espera una resolución en el tema de la reunificación familiar, esperando poder reencontrarse con su hija.
También le preocupa su exesposa, quien sigue en Argentina, un país que, aunque parece mejorar bajo las políticas económicas de Milei, no ofrece muchas oportunidades a inmigrantes de la tercera edad. A veces, Oliver siente que el tiempo le juega una mala pasada, como si las soluciones a todos estos problemas estuvieran cada vez más lejos.
"Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer", repite en su mente, consciente de que el tiempo se escapa y teme que no llegue a ver cumplidos sus deseos. Pero, entre las preocupaciones, encuentra momentos de paz. Disfruta el otoño en Montreal, sus colores cálidos que contrastan con el frío que se avecina. Y mientras espera el invierno y su inevitable manto de nieve, Oliver se pregunta qué traerá el futuro. Con suerte, algo más que frío y melancolía.
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