Oliver le confiesa a su hijo, sin una pizca de vergüenza, que es un "viejo verde". “Hasta los 30 me gustaban las mujeres un poco mayores que yo. Pero después de esa edad, solo me atrajeron las más jóvenes, y ahora… bueno, solo me interesan las que están muy por debajo de mi edad,” comentó, esbozando una sonrisa. “Voy a cumplir 69 años, y me gusta ese número.”
“Claro, a esta edad, salvo que seas George Clooney o un capo, es difícil jugar con éxito en esa liga de las mujeres jóvenes. A ellas las seduce el poder o el dinero" agregó con un toque de ironía.
Oliver vive con su hijo en Montreal. El joven le insiste constantemente en que se divierta que salga más, que se consiga una novia. Pero Oliver tiene otros planes. “El muchacho no entiende que a mi edad se disfruta más de la soledad,” reflexiona. “El sexo deja de ser una prioridad. Una pareja te consume tiempo y dinero, dos cosas que ya no me sobran. Los tiempos han cambiado.”
Los fines de semana, Oliver colabora con una ONG. De lunes a viernes, se sumerge en su rutina: escribir, leer, actualizar su blog, ver Netflix y seguir las noticias de Argentina y Venezuela. Solo sigue a Jaime Bayly, por su estilo mordaz y lo bien informado que está. Juega al tenis cuando encuentra compañero, o trota por el hermoso parque a cien metros de su casa, estás cosas forman parte de su día a día. Cocina tres veces por semana, y a veces ni el tiempo le alcanza para cumplir con su ritual. No quiere sacrificar esa paz por la compañía de una novia. Piensa que le arrebataría la tranquilidad que tanto valora.
Su hijo, terco en su insistencia, lo inscribió en un club para la tercera edad. "Papá, allí puedes tomar clases de francés, ir de paseo a museos, conocer la ciudad. Son personas agradables, ve y diviértete," repite, esperanzado.
Pero Oliver, absorto en sus pensamientos, solo murmura para sí: “Este muchacho no entiende. Cree que mi misantropía es circunstancial, cuando en realidad disfruto mi soledad. Si tan solo comprendiera que la única compañía que necesito es la de un perro. Los perros no te piden nada, no te invaden. Los escritores como yo no somos buenos para malgastar tiempo en tertulias o fiestas.”
Nunca ha sido su fuerte aprender otro idioma. Recordaba cómo, en el bachillerato, cambió de inglés a francés en cuarto año, no porque sufriera con el inglés, sino porque la profesora de francés era espectacularmente hermosa. La belleza femenina siempre ha sido su debilidad.
“Lee mi libro Colección de Navajas en Amazon,” le dijo a su hijo. “Allí cuento, de forma sutil, mi pasado amoroso. Es un libro sobre infidelidades, pero te ayudará a entenderme mejor.”
“Ya no estoy para esos menesteres,” piensa. Todo tiene su edad y su momento. “Fíjate que hasta cambié de ciudad y de país, porque Buenos Aires y Caracas me resultaban insoportables. Montreal, en cambio, tiene la paz que necesito. Si logro soportar el invierno, aquí quiero morir.”
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