"Si hubiese subido al otro vagón"



La vida de Ernesto es un espejo en el que se refleja el inquebrantable paso del tiempo y las decisiones que esculpen el destino. A lo largo de sus años, ha aprendido que la existencia está compuesta de momentos aparentemente triviales que, al entrelazarse, tejen la narrativa de toda una vida. En su caso, esa trama estuvo marcada por silencios, ausencias y anhelos insatisfechos.

Ahora, en su exilio en Barcelona, Ernesto se entrega a largas jornadas de introspección, reescribiendo en su mente el guion de su vida. Sus pensamientos lo llevan al pasado, a un cruce de caminos donde otras decisiones hubieran cambiado todo. Rosa, la amorosa colega que una vez lo miró como “el amor de su vida”, y Deisy, la joven que lo esperó en vano en Punto Fijo, son fantasmas de lo que pudo ser y no fue. La vida, reflexiona Ernesto, es una sucesión de vagones que elegimos abordar o dejar pasar, sin saber que cada elección nos empuja hacia un destino diferente, a menudo sin retorno.

Este relato es un viaje por los recuerdos de Ernesto, una exploración de las elecciones que lo llevaron a ser quien es y de los silencios que moldearon su historia.

Ernesto se unió en segundas nupcias a Tamara, una mujer que desde el primer momento mostró una incapacidad inquietante para expresar sus emociones más nobles. No lloraba la pérdida de sus seres queridos, ni siquiera en los momentos más desgarradores. Fue  un misterio que nunca logró descifrar ErnestoSu capacidad para ocultar los sentimientos era tan honda que, en los veinte largos años que duró la relación, él  nunca escuchó de sus labios un “te amo” o siquiera un “te quiero”. Su unidireccional amor se hallaba atrapado en el silencio impenetrable de Tamara.


El matrimonio con Tamara se quebró bajo los golpes silenciosos de la diáspora venezolana. Ella y su hija, Milena, escaparon del oprobio del chavismo, buscando refugio en Chile, mientras que Ernesto, atrapado en compromisos ineludibles, decidió resistir unos años más en Venezuela. Cuando al fin logró reunirse con ellas, dos años después, lo hizo con la esperanza ingenua de una reconciliación. Pero la mujer que encontró ya no era la misma. Tamara lo recibió con una cortesía distante, una frialdad impenetrable que convirtió cualquier intento de acercamiento en un ejercicio inútil. Cada gesto de Ernesto, cada palabra que buscaba reconstruir lo perdido, chocaba contra un muro de indiferencia. Nunca hubo una explicación, ninguna conversación que esclareciera el abrupto final de su matrimonio. Solo el vacío.

Con Milena, su relación nunca fue distinta. La paternidad de Ernesto se había desdibujado con los años, marcada por una distancia emocional que nunca supo si fue impuesta por Tamara o si simplemente formaba parte del carácter de su hija. En ella veía un reflejo fiel de las nuevas generaciones: jóvenes para quienes la comunicación con los padres se reducía a una formalidad, una suerte de trámite sentimental. Desde su partida, las llamadas de Milena eran escasas, limitadas casi siempre a aniversarios o a la obligación de un mensaje en Nochevieja. En esos momentos, su tono educado y cortés delataba el abismo entre ellos. Ernesto sospechaba que Tamara le recordaba a su hija que debía cumplir con ese saludo anual, un gesto mecánico que no cambiaba en nada la ausencia del resto del año.

Encontraba un amargo consuelo en las confesiones de Jaime Bayly, cuando el escritor narraba en su canal de YouTube historias de hijas ingratas, de padres convertidos en sombras en la vida de sus propios hijos. En esos relatos, Ernesto se reconocía. Se veía a sí mismo atrapado en la misma tragedia silenciosa, en ese rincón invisible al que terminaban relegados los padres que, con el tiempo, dejaban de ser necesarios.



Ahora, en su exilio en Barcelona, España, Ernesto pasa las horas repensando su pasado y fantaseando con un “túnel del tiempo” que le permita revivir sus decisiones. Qué diferente hubiera sido todo si, en lugar de casarse con Tamara, hubiera seguido su corazón y elegido a Rosa. Rosa, aquella compañera amorosa de la empresa de la competencia, que, en conversaciones susurradas con sus amigas, confesaba que Ernesto era “el amor de su vida”. Pero Ernesto no se decidió por Rosa porque ella, en su fervor religioso, insistía en llegar virgen al altar, una condición que le pareció inalcanzable en aquel momento. Hoy, Rosa es una ejecutiva destacada en el sector de los seguros en lo que queda de la Venezuela próspera, y Ernesto se pregunta si su vida hubiera sido más plena al lado de una mujer que sí podía pronunciar palabras de amor.

Las reflexiones también lo llevan más atrás, a tres años antes de su matrimonio con Tamara. Se pregunta qué hubiera pasado si hubiera abierto aquella carta que le envió Deisy, la hermosa joven a la que conoció en El Mácaro. Deisy lo esperaba en Punto Fijo, donde durante un año entero aguardó a que Ernesto disipara sus dudas sobre el amor verdadero. Pero las dudas y la falta de paciencia fueron más fuertes que la posibilidad de una felicidad simple y sincera.

La vida, concluye Ernesto, se transforma de forma irreversible con cada elección que hacemos, guiados por impulsos, inseguridades y la incapacidad de apostar por la paciencia. Cada decisión es un vagón que nos lleva en direcciones opuestas, y a veces no hay regreso posible, solo la eterna pregunta de cómo sería el presente si tan solo hubiéramos optado por otro camino. 

El futuro, a veces, se decide en los pequeños detalles, en las palabras que se callan y en las cartas que nunca se llegan a abrir.

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