"Vamos a reír un poco"
“Vamos a reír un poco”
Papá siempre me decía -como el extinto locutor Amador Bendayán en una de sus
películas que le dio fama años ha- que “soñar no cuesta nada”, y “por eso vale
la pena soñar” -apuntaba mi viejo-. Hoy día cuesta tanto soñar como dormir.
Imaginarse un país mejor que el que tuvimos antes de que el “farsante eterno”
se colara en la falsa desgracia venezolana que creíamos vivir al final del
último gobierno de la “cuarta república” para instalarnos esta pesadilla
orquestada por rufianes, que quisiéramos fuese solo eso, pero es real, nos trae
de cabeza a la mayoría de los soñadores de este país. Todos los días como si
fuese una novela de terror por capítulos como The Walking Dead, una serie
de televisión creada y producida por Frank
Darabont , que se sitúa en un mundo postapocalíptico, protagonizada por Rick Grimes,
un oficial de policía que al despertar de un coma se encuentra con un mundo
repleto de zombis salvajes. Este al encontrar a su familia, se une a un grupo
de supervivientes a los que llega a encabezar. La historia, ambientada
principalmente en Georgia, Estados Unidos, narra las
vivencias de dicho grupo, el cual se enfrenta tanto a la plaga que se ha
esparcido como a otros grupos de humanos que también luchan por subsistir. Cualquier
parecido con la realidad -como decía ese viejo estribillo- es pura casualidad.
Pablo
Neruda es el autor del poema 20 “Puedo
escribir los versos más tristes esta noche”. Creación romántica y lastimera
sobre el amor póstumo, el que ya no está. Cuántos versos tristes podemos
escribir los escribidores sobre la patria que la revolución se llevó.
Cuando
leemos a Leonardo Padrón en sus atormentados relatos sobre el país que nos
queda y el que se nos fue y los venezolanos que han acompañado esa partida;
familiares y amigos que la diáspora nos puso en adiós virtual, no podemos
evitar lagrimas por un luto que no terminamos de superar.
Yo
quisiera pensar, no tanto como en la maravillosa película de Roberto Benigni “La
vida es bella”, sino mas bien que la
realidad aunque cruel para la mayoría, no tenemos otra, vamos a vivirla como
podamos. Recordando el canta autor Héctor Lavoe, que tanto gustaba a mi hermano
recién fallecido, “Vamos a reír un poco” a pesar de los pesares.
Hoy
el país amaneció perplejo y como enloquecido por los disparates del tirano y su
orquesta de desquiciados que ordenó recoger los billetes de cien bolívares,
anulando su valor, pretendiendo neutralizar a unas mafias que en la frontera
con Colombia y Brasil acaparan los billetes de cien bolívares en un turbio
mercado que al parecer impacta el cambio del bolívar. Coño, es que acaso era la
única forma de combatir esas mafias, jodiéndole
de paso la vida a una inmensa cantidad de venezolanos que salió hoy a ver en
qué demonios gasta la paquita de billetes de cien que tenían guardados en la
peinadora para comprarse el niño Jesús o a calarse una “cola sabrosa” para
depositarlos en el banco. Reiremos sus ocurrencias en lugar de arrecharnos
para evitar así una ulcera, un ACV o algo lento pero terminal.
Ya
los párrafos predecibles de Padrón y Barrera Tyska o las bagatelas ingeniosas
de Ibsen Martínez, por solo citar
algunos de los mas exquisitos exponentes literarios del Walking Dead que soportamos los venezolanos, han terminado por
empujarme a leer a Pino Iturrieta, con su complejo estilo riguroso pero excepcional
de abordar la historia o seguir leyendo las boberías personales que ahora
escribe el venido a menos Hernán Casciari o a entusiasmarme más por novelar mis
propios rubicones familiares y sociales.
Mi
reciente viaje a Maracaibo, donde pude pasar momentos estelares con mi hijo y
mi nieta y vivir con ellos su día a día en medio de esta tormenta social, me
sirvió para pensar lo triste que será para mi perderme nuevas oportunidades de
seguir protagonizando esta película o serie dramática donde no hay extras
porque todos somos protagonistas, si opto por largarme a otro país a medrar la
morriña y mirar la vida de los venezolanos por internet.
Como
bien dice Padrón, es tan difícil irse como quedarse. En Venezuela dicen que se
sufre pero se goza, aunque cada vez el goce pueda parecer estúpido ante tantas
penurias propias y ajenas. Pero lejos de mi país, el aburrimiento de no sufrir
y de no gozar, creo que terminaría convirtiéndome en un espanto.
“Vamos
a reír un poco. Esta risa no es de loco”
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