Abuelos pedófilos



Prólogo


La Navidad suele ser un tiempo de encuentros, reconciliaciones y alegrías familiares. Sin embargo, para Fernando, esta época trae consigo un eco incómodo: el reproche. Más que un simple desacuerdo generacional, el enfrentamiento con su hijo César refleja una grieta profunda, tejida entre el pasado de una crianza estricta y el presente de una crianza moderna que él no comprende ni comparte.


Atrapado entre su visión del mundo y las críticas de su hijo, Fernando se defiende con la firmeza de quien cree haber hecho lo correcto, pero también con la amargura de quien siente que sus esfuerzos como padre y abuelo han sido minimizados. Sus palabras cargadas de resentimiento no solo buscan justificar su aparente frialdad hacia su nieta Paola, sino también encubrir un dolor que no sabe expresar.


En esta historia, la conversación entre Fernando y César se convierte en un espejo de las tensiones que muchas familias enfrentan en tiempos de cambio, de migración y de reinterpretación de roles. Y mientras las luces navideñas titilan en el exterior, en el interior de Fernando, un conflicto más íntimo se libra: la lucha entre su orgullo y el anhelo silencioso de ser entendido.


Porque en el fondo, quizá, lo que más duele no es el reproche, sino la distancia emocional que ni las festividades logran acortar.


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Fernando y el reproche de Navidad


En vísperas de Navidad, Fernando tuvo una incómoda conversación con su hijo César. Este le reprochaba su falta de cercanía con Paola, su nieta, quien vive en Venezuela.


—Eres un abuelo ausente, papá —le dijo César con un tono más acusador que reflexivo—. Paola tiene una relación más afectuosa con David, su abuelastro, que contigo.


Fernando, visiblemente molesto, no tardó en responder:


—Mira, muchacho, hay cosas que no entiendes.  Yo no soy querendón con los niños, sino cuando están bebés, porque son lindos e inocentes como los perritos cachorros. Después que crecen, si son malcriados o maleducados, no los soporto, cómo tampoco banco a los padres -asi sean mis hijos- que alcahuetean a esos carajitos su comportamiento disfuncional, los dejan caminar por las paredes y saltar con zapatos sobre los sofás como queriendo destruir la casa, y no pasan de amenazarlos con un castigo que nunca llega.


César apretó los labios, pero no se quedó callado. Con tono solemne, comenzó a recitar un discurso sobre los derechos universales del niño, citando la última conferencia de la UNESCO y lanzando referencias a teorías de psicólogos infantiles.


—¡Vete a cagar! —le interrumpió Fernando, cada vez más alterado—. Yo a ti te crié muy bien. Te castigaba cuando no obedecías, y mírate ahora: eres un hombre de bien. Pero como padre, te dejas llevar por esa narrativa estúpida, la misma que ha servido para fomentar generaciones de malcriados que, en países como Estados Unidos o Argentina, terminan  causando tragedias espeluznantes.  Eso pasa cuando no se corrige a tiempo.


César suspiró, pero no abandonó su papel de predicador. Empezó a soltar frases sacadas de sus lecturas obsesivas sobre crianza y conducta infantil, con un tono que intentaba imponerse sobre la furia de su padre.


Fernando no lo dejó terminar:


—Además, esas muestras de cariño entre abuelos y nietos deben ser recíprocas. Si un nieto no te devuelve un abrazo, un beso o ni siquiera una llamada telefónica, ¿por qué diablos voy a insistir? Cuando yo llego de visita y, en vez de un saludo, recibo un pelotazo o la indiferencia de la carajita, ¿qué esperas que haga?


César intentó justificar la conducta de los niños hablando de factores climáticos, exceso de calorías o incluso hiperactividad causada por el azúcar.


—Otra cosa —agregó Fernando, ignorando las excusas de su hijo—. Los abuelos no tienen la culpa de ser “ausentes” cuando la distancia la imponen los propios padres con su migración. No solo hay padres ausentes por esto, también abuelos. Es el famoso “nido vacío”. Además, no te hagas ilusiones: yo siempre he mostrado más afecto por las mascotas. Los niños, sinceramente, no son mi prioridad.


Entonces, Fernando bajó el tono, pero su mirada seguía siendo severa.


—Y no te olvides de algo más: en esta sociedad moderna, donde los casos de pedofilia aparecen por todas partes, muchos abuelos están en la mira. Hay padres que desconfían hasta del más mínimo contacto afectivo entre abuelos y nietos. Y nosotros, los abuelos, también hemos aprendido a ser cautelosos. No voy a ponerme en riesgo por una malinterpretación absurda.


El silencio cayó sobre la sala, tan pesado como las decoraciones navideñas que colgaban sin vida en las esquinas. César parecía buscar una respuesta, pero esta vez no encontró palabras.


Fernando tomó su taza de café y se dirigió al balcón. La noche era fría y solitaria, como la relación con su nieta, y aunque no lo admitiera, algo en el fondo de su pecho comenzaba a doler.



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