Postales del cinismo / Leonardo Padrón
Postales del cinismo
Por
Leonardo Padrón | 14 de Abril, 2014
Conduzco hacia la Avenida Andrés Bello. Me pregunto cuántos
venezolanos saben hoy día quién era Andrés Bello. Pienso en esta zona tórrida
más cercana al bochorno que a la agricultura. Discurro, a vuelo rasante, sobre
su portentosa Gramática de la Lengua Castellana y la indigente relación que hoy
tenemos con nuestro idioma. Freno. Estoy en una intersección. Algo atrae mi
mirada. En la esquina, una adolescente de la calle, roída de pies a cabeza,
está echada sobre un puff, tan blanco como sucio. Es un
mueble desahuciado. Y una niña sobre él, desgonzada. Vive la inesperada
comodidad del cojín. Sus brazos cuelgan hasta el suelo. Sus nudillos pactan con
la grasa del asfalto. Lo más perturbador es su mirada, colgada en ninguna
parte. Es, ella entera, una foto de la nada existencial. Me toca avanzar.
Pienso en el hombre nuevo que nos prometieron. Pienso en los colectivos y su
amplia despensa de armas. Pienso en el remotísimo Andrés Bello.
***
La
noticia dice que España suspendió indefinidamente la venta de equipos
antidisturbios para Venezuela después de advertir, con alarma, la feroz
represión que las autoridades ejercen sobre los estudiantes. “Es lógico no
añadir leña al fuego”, agregó el canciller español. Dos días después, el
gobierno venezolano le replica a España que no tiene autoridad moral “para
aconsejar sobre violencia y diálogo”. Agrega el comunicado, con tono
admonitorio, que “el mundo ha sido testigo de cómo el pueblo español se ha levantado
en protesta por las políticas excluyentes y negadoras de los Derechos Humanos y
la respuesta de ese gobierno ha sido la represión contra los manifestantes”.
Parece un autorretrato. Pero es solo cinismo. Químicamente puro.
***
Al venezolano el Twitter se le ha
convertido en su marca de cigarros preferida. Ya no fuma tanto, ahora tuitea.
Compulsivamente. Nos hemos acostumbrados a resolver el país en 140 caracteres.
Lanzamos volutas de humo y “sabiduría” cada cinco minutos. En esa comarca, el
rey de todas las tribunas es el insulto. No analizo tu idea, la descoso con
ofensas. No disiento, te cuelgo un “¡Vendido!” en la red. No pregunto, te
masacro verbalmente. Es la autopista favorita de los radicales. Está llena de
escombros, basura y cauchos incendiados. Es difícil que alguna idea consiga
ventilarse serenamente. Hay francotiradores prestos a apretar el gatillo apenas
colocas un argumento, un punto de disidencia, un criterio a contravía. No se
aceptan discursos atemperados. Es un ecosistema donde siempre triunfa la furia.
“Somos un país de malagradecidos”, le oí decir a alguien. El
sopor que durante semanas arropó a la MUD ha sido vengado a dentelladas. Las
extenuantes vueltas que Capriles le dio al país buscando despertarlo fueron
arrojadas al olvido. Es la misma actitud que asumen los fanáticos del béisbol
cuando abuchean a muerte a alguna estrella que les ha dispensado momentos de
gloria y hoy sólo les importa la pelota que dejó caer en el inning anterior. La
oposición radical parece haber adoptado el mismo Patria o Muerte delirante que ha regido al chavismo
ortodoxo. Los extremos terminan pareciendo hermanos. Los tuits de la “tropa”
coquetean en tono con los de Robert Alonso. CNN en español entrevista al
“guarimbero mayor” y él declara, axiomático, rubicundo: “Nosotros no somos
oposición. Somos resistencia. Nosotros no dialogamos. Nos ponemos unas
gríngolas. No escuchamos. Nuestra línea de acción es la segunda Independencia
de Venezuela”. Así de épico. Así de grande. Al final, en un rapto de modestia,
se emparenta con Charles De Gaulle. ¿Se imaginan a Bolívar liberando cinco
países desde Kendall, Florida?
***
Las
noticias hablan de un fuerte enfrentamiento entre la PNB y la GNB contra los
estudiantes acantonados en el perímetro de las Mercedes y el Rosal. Otra
protesta pacífica que las autoridades convierten en guerra. Antes de salir de
mi casa, observo la mancha de bombas lacrimógenas que flota sobre la zona. La
calle está repleta de carros en desorden, ulular de sirenas y gente apretando
el paso. Llego a Plaza Venezuela. El semáforo me concede una imagen: dos
policías comen, morosamente, unos raspados de tamarindo. Allí están,
tranquilazos, conversando, apoyados sobre el carrito de raspados. Dos
kilómetros más allá, sus compañeros apuran sus perdigones sobre la humanidad de
cualquiera que se mueva con estampa de estudiante y rebeldía. ¿Sobre qué
conversan? ¿El contrato millonario de Miguel Cabrera? ¿La notable actuación de
nuestro fútbol femenino? ¿La parrillita del próximo sábado? ¿El hartazgo de
estos días? Es tan lenta la forma en que consumen sus raspados. Tan gozosa.
***
Hace
días, en una de sus letárgicas cadenas, Maduro alardeaba de que el oficialismo
ha hecho un centenar de marchas y ninguna ha terminado en violencia. Según él,
bastaba ese ejemplo para detectar en cuál zona de nuestras ideologías hace nido
el terrorismo. Quedé perplejo. Le faltó, quizás, agregar una frase más
provocadora. Algo tipo: “Fíjense que a nosotros la GNB nunca nos ha lanzado una
bomba lacrimógena. Ni la mitad de un perdigón. En Ramo Verde no hay un solo
chavista preso. ¿Qué más pruebas quieren?”. Algo así. Digo, para redondear más
la idea.
Me
tropiezo en las redes sociales con un letrero que dice: “De los mismos
creadores de ‘El comandante se recupera satisfactoriamente’, ‘Abriremos todas
las cajas’ y ‘Este año no habrá devaluación’ nos llega: ‘Queremos Paz’ ”.
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Nuestro
inefable ministro de Turismo, en vísperas de Semana Santa, asegura que el
problema con la escasez de cupos para volar al exterior es porque la demanda es
muy alta. Omite la descomunal deuda con las aerolíneas. Replica el argumento
que, en la misma página de El Universal, expresa el Vicepresidente de Gestión
Institucional de la Red de Establecimientos Estatales (¡uuf!): “Las colas para
comprar comida demuestran el poder adquisitivo del pueblo”. O sea: nos volvimos
millonarios y no nos hemos dado cuenta.
Pero
nadie como el mismísimo presidente: “¿No se han dado cuenta de la cantidad de
venezolanos gordos que hay ahora?”. Andamos rollizos de tanta abundancia, eso
decía. Mientras tanto, colmados de fortuna y colesterol, ni un simple pasaje
para Costa Rica logramos conseguir.
***
“’Este
es su hotel, disfrútelo y trate de echar la menos vaina posible’, podría ser la
forma más sincera de redactar el primer párrafo de la Constitución Nacional”,
le comentaba José Ignacio Cabrujas a la difunta revista “Estado y Reforma” en
1987. La imagen provenía de una idea punzante: “El Estado venezolano actúa
generalmente como una gerencia hotelera en permanente fracaso a la hora de
garantizar el confort de los huéspedes”. Elisa Lerner ha sugerido que
Venezuela, más que un país, es una hipótesis. Cabrujas insistía en la idea de
que somos un país provisional, donde sus ciudadanos nunca han creído en sus
instituciones. Remataba con una sentencia de poderosa vigencia: “El concepto de
estado en Venezuela es un disimulo. Vamos a fingir que el presidente de la
república es un ciudadano esclarecido. Vamos a fingir que la Corte Suprema de
Justicia es un santuario de la legalidad. Pero, en el fondo, no nos engañemos.
En el fondo todos sabemos cómo ‘se bate el cobre’ ”.
Y así
hemos ido dando tumbos, de gerencia en gerencia, con las tuberías atascadas, la
corrupción convertida en epidemia, y la fachada entera descascarándose. En este
momento del siglo XXI nacional la madera de nuestras instituciones cruje
pavorosamente.
El
hotel ha colapsado. Ya no hay disimulo posible.
***
Un estudiante cubre el último rincón de su desnudez con las
dos manos. Se le ve conmocionado. Por un instante no sabe hacia dónde caminar.
Ha sido vejado públicamente por una horda cuya única ideología parece ser la
violencia. La cámara registra su vergüenza. La foto le da la vuelta al mundo.
Al único lugar del planeta donde parece no llegar esa imagen es a Miraflores.
Mientras tanto, la ley coloca su manto protector sobre otra
persona. “Solicitan medida de protección para dirigente estudiantil
oficialista Kevin Ávila”, reza la noticia. Después de un día de ignominia en la
UCV con lesionados aquí y allá, el gobierno se preocupa por un solo apellido.
El resto espera en cuenta regresiva el fogonazo de una bala, una borrasca de
golpes, o el escarnio de su desnudez.
***
Viajo con Tania Sarabia y Claudio Nazoa hacia Valencia para
presentar una disertación sobre el amor en clave de comedia. En estos días
donde el odio anda tan empoderado, quizás no es mala idea un pequeño
contrapeso. Mientras tratamos de surfear los embates noticiosos de un domingo
que terminaría siendo muy negro, recorremos la Autopista Regional del Centro.
Recuerdo en voz alta que un día como ese, tres meses atrás, asesinaron a Mónica
Spear y a su esposo. La conmoción fue tal que, desde entonces, la chispa de la
indignación ha cobrado forma de incendio nacional. A nuestro lado se extiende
lo que alguna vez llamaron “Los Rieles del Buen Vivir”. El chofer nos señala
cabillas oxidadas, tramos inconclusos, viaductos corroídos, vestigios de lo que
iba a ser y no fue. La revolución también es pródiga en elefantes blancos. En
un ya viejo reportaje del año 2011, en esa “artillería del pensamiento” que es El Correo del Orinoco,
se hablaba de que Venezuela ya era “pionera a escala internacional con la
consolidación de 13.665 kilómetros de vías ferrocarrileras”. Pomposamente se
alardeaba de una inversión de 7 mil millones de dólares. Una promesa gorda en
dinero. Hoy solo sobreviven 3 muñecos simulando ser obreros que, como perros
guardianes, cuidan día y noche el olvido que allí reina.
Mientras
avanzamos en paralelo con las vías abandonadas del tren, una vieja
camioneta Dodge nos supera por el lado derecho de la autopista. Sobre el vidrio
posterior se ve una extraña composición plástica: Un rollo de papel tualé,
agitado por el viento. Una foto de un antiguo comediante de la televisión,
Jorge Tuero. Y, en letras grandes, la frase que inmortalizó en un sketch: “Los
gobiernos pasan, pero el hambre queda”.
Nos
reímos, con una tristeza llena de fracaso.
El
cinismo del poder se puede coleccionar en forma de barajitas. Se nos iría la
vida llenando el álbum.
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