En honor a mí padre


A mi padre

José Gregorio Méndez




Este blog está dedicado a la memoria de mi padre, José Gregorio Méndez, quien siempre fue mi guía en cada reto y emprendimiento. De él aprendí la constancia y la perseverancia, valores que han marcado mi vida. También heredé su pasión por la escritura, un legado que hoy plasmo en estas líneas.

Comencé este proyecto en 2014 con una serie de crónicas autobiográficas, relatos en los que un episodio circunstancial o anecdótico sirve como hilo conductor. Algunos de estos momentos tienen un matiz humorístico; otros, en cambio, revelan aspectos más oscuros de la vida.

Todos acumulamos anécdotas, algunas divertidas y otras que preferimos olvidar. Tal vez mis vivencias no interesen a nadie en particular, pero cada una de ellas estuvo marcada por eventos y contextos de dominio público. Por eso, más que el episodio en sí, me interesa transmitir los escenarios, los tiempos y los personajes que lo rodearon, logrando que estos momentos, si no imperceptibles, al menos se tornen menos trascendentes. En muchos de estos relatos aflora la política, pues sería imposible desligar mis experiencias del entorno en que ocurrieron.

El impulso para escribir crónicas nació en Albany, la capital del estado de Nueva York, durante una visita a mi hija Olimar en 2013. En ese entonces, ella había emigrado a Montreal, Canadá, como parte de las primeras diásporas de venezolanos que huían de la inseguridad, la violencia y otros males que se instalaron con brutalidad en Venezuela desde la llegada de la “Revolución”. Debido a las tensiones diplomáticas entre Venezuela y Canadá, no logré obtener la visa a tiempo para visitarla en la fecha acordada. Como alternativa, organizamos un breve encuentro en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, lo que me permitió descubrir esa discreta pero hermosa ciudad, Albany. Aquel viaje no solo me acercó a mi hija, sino que también sembró en mí la necesidad de plasmar mis vivencias en palabras.

Durante el viaje en autobús de Albany a Nueva York, me sorprendí reflexionando sobre la posibilidad —tal vez pretenciosa— de escribir mis propios relatos. Quizás la lectura apasionada de Cabrujas, Padrón y Villoro me había dado algunas herramientas básicas para intentarlo. No con la exquisitez de sus prosas, claro está, pero al menos con la confianza de explorar un estilo personal, un punto de encuentro entre mi vocación por la escritura y el deseo de narrar esas penas que no se diluyen con el tiempo.

Con la siguiente crónica inicié mi camino en la escritura y, casi sin darme cuenta, me alejé del ejercicio del Derecho.

De regreso a Nueva York

Abordé el autobús de regreso después de pasar dos días con mi hija Olimar, su esposo Rolando y mi nieta Fabiola en Albany, la discreta capital del estado de Nueva York. Una ciudad de edificios singulares, donde coexisten instituciones gubernamentales, universidades y colegios. Fueron dos días breves pero intensos, colmados de conversaciones pendientes, gestos de afecto y la inevitable nostalgia de la distancia.

Al subir al autobús, pensé en escribir. Leer a Leonardo Padrón deja en uno la urgencia de plasmar algún instante, de capturar un momento estelar. Para mí, este viaje lo fue por dos razones.

La primera: asistir al US Open, aunque fuera solo por dos días. Un espectáculo inolvidable, a pesar de no haber podido ver a Roger Federer, quien había sido eliminado sorpresivamente en su primer partido. Llegué tarde para presenciar lo que muchos creyeron que sería su despedida del tenis. Me equivoqué, como tantos otros; Federer volvería después de aquel Grand Slam y seguiría maravillando al mundo, conquistando torneos Master 1000 con la elegancia de siempre. Descubrí tarde mi pasión por el tenis, pero desde entonces ha sido un bálsamo en la etapa más difícil para cualquier hombre que ha sido útil: los 55 años, cuando comienzas a aceptar la verdad innegable del tiempo.

La segunda razón fue reencontrarme con mi hija y mi nieta. La violencia y el caos político de mi país las habían llevado lejos de mí, y aunque no quería admitirlo, temía que aquella separación se volviera definitiva. Venezuela se hundía en un abismo del que, con brutal certeza, intuía que no saldría en décadas.

Mi visita a Albany tuvo su anécdota amarga: tramitar la boletería de mi vuelo de regreso a Venezuela.

De vuelta en el autobús, intenté escribir estas notas, inspirado por Padrón y por el sepulcral silencio de los pasajeros estadounidenses. Eran como zombis, apenas respiraban, y menos aún hablaban. A mi lado, una joven asiática con su iPod parecía incómoda, como si la inquietara el simple hecho de que yo pensara. Opté por cerrar la libreta y tratar de dormir… aunque sabía que el insomnio viajaría conmigo.






Olimar en Albany





Fabiola





F


En el US OPEN






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