La esquizofrenia venezolana
La esquizofrenia venezolana
Desde hace años, los venezolanos padecen una esquizofrenia inducida, un desdoblamiento político que los obliga a vivir en dos realidades paralelas. En la primera, gobierna un fulano al que llaman usurpador, dictador y hasta pran, pero que, más allá de los calificativos, es el que corta el bacalao, el que reparte prebendas y castigos, el que decide quién prospera y quién se hunde en el foso de la miseria.
En la otra, habita una república etérea, una nación imaginaria sostenida por discursos y comunicados. Allí, un puñado de líderes opositores se autoproclaman presidentes interinos o constitucionales, sin más territorio que el ciberespacio y sin más ejército que su equipo de redes sociales. A ratos, una supuesta Corte Suprema de Justicia en el exilio emerge con sentencias que nadie ejecuta y juicios que solo tienen impacto en los titulares. A su lado, aún desfilan los remanentes de una Asamblea Nacional extinta, cuyos diputados, elegidos en 2015, insisten en que su mandato sigue vigente, aunque los años y la realidad digan lo contrario.
Así conviven las dos Venezuela: una tangible, sometida a la voluntad del chavismo, donde la represión y la escasez dictan el ritmo de vida; y otra virtual, una ilusión de poder que la oposición intenta mantener en alto. En ese teatro de sombras, los líderes opositores lanzan llamados grandilocuentes, prometiendo llegar “hasta el final”, aunque nadie sabe con certeza a qué final se refieren. ¿Será el final del régimen? ¿El final de la esperanza? ¿O simplemente el final de la paciencia de los venezolanos que aún los siguen?
Mientras tanto, el tirano sigue mandando, ajustando sus alianzas internacionales, fortaleciéndose con el reacomodo geopolítico, mientras su oposición simbólica se debate entre la resistencia mediática y la resignación diplomática. Y en este absurdo drama de realismo mágico, el candidato vencedor de las últimas elecciones sigue sin atreverse a juramentarse, ni siquiera en el refugio simbólico de una embajada. Prefiere danzar en el limbo de los reconocimientos ambiguos, rodeado de cancilleres que aplauden con desgano y gobiernos que juegan a la ambigüedad, sin decidir si toman en serio o no la charada.
Y así sigue la esquizofrenia venezolana, una nación dividida entre lo que es y lo que quisiera ser, atrapada en una pesadilla de la que, por ahora, no parece despertar.
Una pesadilla hecha realidad y por ahora sin un pellizco para poder despertar!!!
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