Reforma constitucional o acta de defunción
Ignacio abordó el Metro en la estación Henri-Bourassa para cruzar Montreal. Le esperaban 22 estaciones en la línea naranja hasta Plamondon, donde tomaría el autobús 160 rumbo al Marché Fu Tai. Era la mañana del 18 de febrero, apenas un día después de la mayor nevada en años.
Los mercados chinos de la ciudad son un festín para los sentidos: una explosión de colores, aromas y sabores donde se pueden encontrar desde especias exóticas hasta una sorprendente variedad de vegetales y productos esenciales para la cocina asiática. Ignacio, decidido a perfeccionar su incursión en la gastronomía oriental, se tomaba su visita muy en serio. No le gustaban los cuentos chinos, pero la comida, en cambio, le fascinaba.
Durante el trayecto, sacó su teléfono y comenzó a revisar las redes para ponerse al día con las noticias internacionales, especialmente con el tema Venezuela, que seguía de cerca por razones obvias.
Un video captó su atención. Era Jesús Guerra, economista exiliado en Miami, quien, alarmado, advertía sobre una nueva maniobra del régimen de Maduro. Según él, el dictador había presentado ante la Asamblea Nacional una solicitud de reforma constitucional para eliminar los poderes públicos y consolidar el "poder comunal", introduciendo además preceptos relacionados con el fascismo y el sionismo. Guerra insistía en la urgencia de votar en un referéndum que Maduro seguramente convocaría para legitimar la medida. Era su manera de "salvar la democracia".
Este pronunciamiento surgía en respuesta a los ataques que Guerra había recibido en redes días atrás, cuando llamó a participar en las elecciones municipales y regionales previstas para abril. Lo tildaron de "alacrán" por dar validez a un proceso que, según muchos, solo servía para legitimar el fraude del 28 de julio.
Ignacio soltó una risa amarga. ¿De qué democracia hablaba Guerra? Desde hacía décadas, los poderes públicos no eran más que extensiones del régimen, obedeciendo órdenes sin el menor vestigio de autonomía. El fascismo que denunciaba ya lo encarnaba el propio gobierno, y el "poder comunal" no era una propuesta nueva, sino una realidad impuesta: cualquier gobernador que osara desafiarlo terminaba fulminado políticamente.
Aquella reforma no era más que el certificado de defunción de la democracia venezolana, la formalización del poder absoluto en Miraflores.
Votar en un referéndum controlado por el régimen no tenía sentido. Guerra, en lugar de seguir promoviendo falsas ilusiones, debería sumarse a las huestes de venezolanos y aliados dispuestos a respaldar a EGU y MCM en el "Desembarco en Normandía, Parte II". Si la historia había de repetirse, suponía que EGU ya habría dejado de pasearse por la alfombra roja de la diplomacia y que MCM estaría empacando sus maletas para unirse a la gesta emancipadora.
Todo lo demás, pensó Ignacio, eran solo cuentos chinos.
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