Manolo y "El Urrutia"
“El Urrutia” es un viejo restaurante vasco en la avenida Solano de Sabana Grande, Caracas, enclavado en lo que fue la animada "República del Este". A lo largo de los años, se ha convertido en una especie de club de gourmets apasionados por el fútbol, donde almuerzan comensales habituales y otros menos frecuentes.
Manolo no es socio del lugar, ni el chef, ni el bartender, ni uno de los mesoneros más populares. No. Manolo es simplemente un buen comensal, un gran amigo con el que suelo almorzar cada quince días, casi siempre invitado por él, ya que es un restaurante caro, pero sin lujos. Los clientes suelen ser viejos políticos y "enchufados", como diría Henrique Capriles; empresarios, inversionistas y artistas que, aunque excluidos del poder, "maman pero con dignidad", como una vez bromeó el hijo del célebre Alí Khan. A pesar de su buena cocina vasca, personalmente prefiero "La Costa Vasca" en La Castellana, al que suelo ir con mi esposa e hija en ocasiones especiales.
Manolo es uno de esos personajes en extinción: un "pícher de grandes ligas" a la hora de pagar la cuenta, buen conversador, siempre con una anécdota adecuada y de una caballerosidad a prueba de balas. Un "tipazo", como dirían los amigos.
Nos une la misma gallardía con la que, hace unos años, nos enfrentamos al dueño de la organización financiera donde trabajábamos, al no callar ante lo que considerábamos cuestionable.
En la barra del "Urrutia" se discuten nuestros más recientes conflictos personales, familiares y laborales. Manolo siempre tiene historias más interesantes que contar; parece que la gente del “jet set” vive dramas familiares aún más intensos. "Los ricos también lloran", como diría la célebre Verónica Castro. La grave enfermedad de su padre y la insistencia de su esposa en abandonar Venezuela, aterrada por la violencia que nos acecha a todos, han sido motivos de más de una catarsis, animadas por unos cuantos tragos de whisky 12 o 18 años. Manolo administra capitales e inversiones de amigos, y tiene muchos. Caminar a su lado es como ir con un candidato en plena campaña. Es un hombre de rectitud inquebrantable, un valor que heredó de su padre, recordado por su probidad y bonhomía. Por esa misma razón, durante varios años confié a Manolo mi capital, hasta que la “revolución socialista” destrozó la economía venezolana y tuve que liquidar activos monetarios para invertir en ladrillos. A veces me pregunto cómo hace mi amigo para mantener su alto nivel de vida, siempre fiel a su manejo escrupuloso y honorable de los fondos que administra.
Los últimos diciembres nos hemos reunido con algunos amigos comunes —como Gordy, “mi pana mío”, el de la tradicional tarjeta de navidad, o el flaco Med, conocido como “El Proxeneta”— para despedir el año y brindar por la patria que, según esperamos, nos devolverá “la revolución” después de cualquier elección que ahora se celebra cada diciembre. Luego, a finales de enero, retomamos nuestra rutina para recordar lo más reciente y hablar de nuevos planes. Este enero lo imaginaba recorriendo Europa, como me había anunciado antes de sus vacaciones, y cuál fue mi sorpresa al contactarlo para saludarlo: lo encontré convaleciente, restableciéndose en una cama tras una aparatosa caída esquiando en la estación francesa de Méribel, la misma montaña donde unos días antes el famoso piloto Michael Schumacher sufrió la terrible caída que lo mantiene en coma artificial. Por suerte, mi pana está en proceso de recuperación, y este año habrá más temas que discutir en la barra.
Comentarios
Publicar un comentario